A las tres de la tarde, Marina llegó al hospital con el regalo.Al escuchar el suave golpeteo en la puerta, Leticia fue a abrir. Al ver a Marina, su sonrisa se desvaneció al instante.—Ah, señora Zárate —dijo, esforzándose un poco por controlar su tono.Marina, sorprendida al encontrarse con Leticia, saludó.—He venido a ver a Luna.Leticia, en realidad, no quería que Marina tuviera un contacto cercano ni con Luna ni con Eduardo.Luna, recostada en la cama, al ver a Marina, le dijo con suavidad:—Leticia, deja pasar a la invitada.Leticia se apartó de inmediato, dándole paso.Marina sonrió levemente mientras entraba en la habitación.Al hacerlo, notó que había dos niños pequeños en el cuarto.—¿Cómo te sientes hoy, Luna? —Dejó el regalo sobre la mesa y preguntó.—Lo mismo de siempre… lo de la fiesta fue simplemente un accidente, lamento mucho lo ocurrido.Luna, se sentía algo avergonzada.—Nosotros, la familia Zárate, estamos muy contentos de que hayas podido asistir —dijo Marina, con v
Marina salió del hospital, pero en lugar de regresar directo a la empresa, le pidió al chofer que la llevara a una cafetería cercana.Pensó en el encuentro reciente con Camilo y una oleada de repulsión la invadió por completo.Lo que se pierde, definitivamente no se recupera. ¿Por qué seguir insistiendo en recuperar a una exesposa? Es un hombre atrapado en sus propios sentimientos, autoengañado. En realidad, no la quiere tanto como dice. Simplemente no puede aceptar haberla perdido.El auto se detuvo justo frente a la cafetería.—Señora, hemos llegado —dijo Fernando, girándose hacia ella.—Voy a bajar a sentarme un rato —dijo Marina.Fernando intentó abrir la puerta, pero Marina le hizo un gesto para que no lo hiciera.Llevaba una camisa sencilla y pantalón de traje. Su figura alta no pasó desapercibida entre los pocos clientes que estaban adentro.—Bienvenida —dijo el dueño del local, un hombre corpulento con gafas de gran tamaño. Sonrió y le preguntó con amabilidad qué deseaba tomar.
Yulia no tenía idea de dónde estaba su papá.Nicolás se agachó y acarició su cabeza con ternura.—Cuando crezcas, te llevaré a ver a tu papá.—¿Cuándo voy a crecer? —preguntó Yulia algo inquieta, ladeando la cabeza, confundida.—Muy pronto —respondió Nicolás, levantándola en brazos—. Yulia, el patito que cuidabas ya regresó.A Nicolás no le importaba si el pato era el mismo o no. Al final, los niños no notaban esas pequeños detalles.Una vez en casa, Yulia dejó su mochila, se lavó las manos y salió corriendo al jardín para ver a su patita.Nicolás apenas se había sentado en el sofá cuando vio a la pequeña correr hacia él, plantarse frente a él con los labios fruncidos y los ojos llenos de lágrimas.—¡Nicolás, me engañaste! ¡Ese no es mi patita!Nicolás se agachó asombrado para mirarla a los ojos.—Es el bebé de la patita, Yulia. Tienes que cuidarlo con mucho amor, ¿entiendes?—¿Bebé? —Yulia abrió los ojos, sorprendida.—Sí, bebé —dijo Nicolás, improvisando para calmarla—. Así como tú e
Pazola era una pequeña ciudad en un país lejano, donde por la mañana las calles solían permanecer tranquilas, sin mucha actividad. Nicolás había decidido quedarse allí de manera temporal, precisamente porque disfrutaba de la serenidad que ofrecía el lugar.Cada mañana dejaba a Yulia en la guardería y, en el camino de regreso a casa, se desviaba hacia el mercado para comprar los ingredientes del día. Esa noche pensaba preparar rábano, aunque a Yulia no le gustaba mucho, pero también su plato favorito: muslos de pollo.Con una pequeña bolsa de verduras en la mano, Nicolás caminaba con calma directo hacia su casa. Aún no había llegado cuando, de repente, algo lo hizo detenerse. Se giró y se dio cuenta de que lo habían rodeado.—¿Diego los mandó? —preguntó con total tranquilidad, levantando al instante una ceja.Renato no respondió. Nicolás se encogió de hombros, sabiendo perfectamente lo que estaba pasando. Se quitó la mascarilla y las gafas, pensó un momento y, de pronto, todo comenzó a
Marina salió del restaurante y, al instante, vio a Diego esperando junto a la puerta del auto. La luz de la calle iluminaba su rostro. Sonrió, intentando controlar la mueca que estaba a punto de escapar.—Marina, mañana en horas de la mañana vuelo a Pazola a traer a Yulia de regreso a casa.Las pupilas de Marina se contrajeron, y, en un ligero parpadeo, sus ojos se abrieron desmesuradamente. Diego se acercó y, con un gesto suave, le sujetó la oreja, tirando ligeramente de ella.—Marina, ¿te has quedado sin palabras?Marina pasó saliva, sorprendida, y, con voz temblorosa, apenas logró articular:—¿Puedes repetirlo?—Mañana me voy a Pazola y traeré a nuestra hija de regreso.Los ojos de Diego se ensombrecieron por un momento, reflejando una culpa silenciosa que solo él comprendía. La noticia la golpeó como un violento torbellino, dejándola paralizada. Llevaba años atrapada en la pesadilla de Nicolás.Marina, en un intento por despejar la confusión que la envolvía, se dio un leve pellizco
—Nicolás se ha ido a un lugar muy lejano, pero mañana iré a buscarte. Duérmete tranquila, ¿sí?Aunque Diego deseaba estar con su hija, ya era tarde.Durante la videollamada con Marina, él se mantuvo a un lado, fuera del alcance de la cámara, para no interrumpir la cariñosa conversación.Marina levantó al instante la mirada y, al cruzarse con los ojos de Diego, ambos esbozaron una ligera sonrisa.Yulia parpadeó varias veces, con los ojos algo enrojecidos.—¿Cuándo va a regresar Nicolás?Nicolás había cuidado de Yulia como un padre durante cuatro años. Para ella, él era la persona más cercana.Marina entrecerró los ojos, sintiendo un nudo en el pecho.—Cuando crezcas, Nicolás regresará.Yulia se entristeció, tratando de contener las lágrimas.—Cuando sea grande, como papá, también podré verlo.Marina siguió conversando con ella, tratando de calmarla.La voz de Yulia fue bajando poco a poco hasta que, vencida por el cansancio, se quedó dormida, abrazada al sueño.Diego, con ternura, le qu
Cuando Diego y Marina llegaron a Pazola, lo primero que vieron fue a Renato, agotado por completo.Al verlos, Renato los miró como si fueran sus salvadores.—Jefe, te juro que después de esto, jamás quiero tener hijos cuando me case.Diego se rascó la cabeza, algo incómodo.Marina tosió con suavidad, sintiendo que todo esto tenía algo que ver con su hija.Renato, con la mirada perdida y visiblemente cansado, parecía estar al borde de un colapso total. Había pasado toda la noche inventando historias para la niña, respondiendo sin fin a sus "¿por qué?", y la noche se le había convertido en un caos total.Se apartó para dejarlos pasar.Yulia estaba sentada en el sofá, entretenida viendo dibujos animados. Al ver a Marina, sus ojos se llenaron de lágrimas al instante.—¡Mamá! —gritó, emocionada saltando del sofá y corriendo hacia Marina como un proyectil.Diego, preocupado de que la pequeña pudiera derribar a Marina, la levantó sin pensarlo.Ambos se quedaron asombrados mirándose fijamente:
En realidad, Marina no tenía problemas económicos.En los últimos años, Cesarina Entretenimiento, bajo la gestión de Carlos, había generado ingresos más que suficientes para garantizarle una vida cómoda.Diego, por su parte, tampoco era alguien que careciera de recursos.Ambos compartían un objetivo común: mantenerse tan lejos de Nicolás como fuera posible, aunque ese hombre ya no estuviera entre ellos.—No aceptaré las acciones del Grupo Zárate, y tampoco permitiré que mi hija reciba el fideicomiso.Para Marina, esos bienes no eran más que simples regalos cargados de intenciones ocultas.Damián y Catalina, asombrados por su decisión, intercambiaron miradas de desconcierto. Después de todo, solo tenían un hijo y, ahora que él ya no estaba, no les preocupaba el destino de las acciones del Grupo Zárate. Ese asunto no era algo que quisieran disputar.Uno de los abogados sacó dos sobres sellados de su maletín de cuero.—Esta carta es para la señora Marina, y esta otra para la señora Catali