—Siento algo bastante raro, es como si alguien me estuviera vigilando en secreto —susurró Marina, masajeando sus sienes con un aire de agotamiento. Su voz, ronca y débil, delataba las dos noches en las que apenas había conciliado el sueño.Con un suspiro, compartió su inquietud con Sonia, su doctora en la última hospitalización. Sonia se malhumoro un poco al escucharla y procedió a examinarla con detenimiento. Al concluir, observó el rostro pálido y demacrado de Marina, cuyas profundas ojeras revelaban una falta de descanso alarmante.Recordó que, la última vez que la había visto, un hombre apuesto había mencionado que el padre del bebé había sufrido un accidente. Conmovida, Sonia sospechó que Marina también podría necesitar apoyo psicológico.—Señorita Marina, le he reservado una cita en el departamento de psicología. Por su bienestar y el del bebé, le recomiendo que de verdad acuda. Dado su embarazo, no puedo prescribirle somníferos ni calmantes para dormir —le dijo con tono comprens
Dado que no se encontraba en condiciones de conducir, optó por tomar un taxi. Al otro lado de la calle había varios taxis estacionados, y justo cuando Marina se disponía a cruzar, alguien la sujetó del brazo.—Marina, el semáforo está en rojo —le advirtió Camilo con un gesto de desaprobación.Sus ojos enrojecidos y marcados por el agotamiento delataban su mal estado.—Muchas gracias —murmuró ella, alzando la vista con esfuerzo mientras intentaba sobrellevar el malestar.Había perdido la concentración por un momento. Al notar su fragilidad, Camilo no la soltó de inmediato.—¿A dónde vas? Déjame llevarte.—No es necesario, por favor, puedes también soltarme —insistió Marina, tratando de zafarse, pero sin lograrlo. Camilo la observó detenidamente, con una mirada firme.—Te llevo, Quiles también está en el auto —replicó con el ceño fruncido.El cansancio comenzaba a hacer estragos en el temperamento de Marina.—No, suéltame, ¿acaso no me entiendes?Recordó que él le había impedido cruzar c
Inicialmente, Leticia no había considerado contarle a Armando sobre el embarazo de Marina. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que revelar esta información podría tener más beneficios que inconvenientes.Armando la miró con una leve sonrisa, adoptando una expresión suave y amable.—Leticia, ¿qué piensas tú acerca de todo esto? —le preguntó.La familia Herrera no contaba con muchos descendientes, por lo que no permitiría que el hijo de Diego fuera ignorado ni dejado de lado.Leticia, al escuchar la pregunta, vaciló un instante antes de responder con cautela:—No estoy muy segura.—En ese caso, esperemos a que regrese Diego y que sea él quien tome la decisión. En cuanto al embarazo de la señorita Marina, actuaremos como si no supiéramos nada —dijo Armando, levantando un vaso de leche con tranquilidad—. Ya es tarde, vete mejor a descansar.—Está bien, Armando. Tú también descansa.Leticia salió del estudio, cerrando la puerta tras de sí con suavidad, y esbozó una ligera sonrisa. Sabía pe
Alguien estaba intentando perjudicarla.Marina frunció el ceño, reflexionando con seriedad sobre la posibilidad de cambiar de hospital y consultar en otra área de psicología. No podía permitirse aceptar un terrible diagnóstico de paranoia.A su lado, Camilo la observó de reojo, notando cómo luchaba por mantener la compostura.—Es una serpiente verde, no es venenosa. Quédate afuera, yo me encargo de todo.Con el abrigo en mano, se dirigió al interior. Sin embargo, Marina lo detuvo con fuerza sujetándole la manga.—Espera, ¿qué planeas hacer? Mejor llamo a un profesional para que la capture.Camilo bajó instintivo la mirada hacia los dedos que apenas rozaban su manga. —No es venenosa. Si esperamos a alguien, lo más probable es que se esconda en alguna habitación.Su tono, sereno y firme, parecía enunciar una verdad irrefutable.La imagen mental de esa posibilidad hizo que de inmediato un escalofrío recorriera la espalda de Marina. Se imaginó a sí misma en plena noche, dormida, solo para
Marina se recordó a sí misma que no debía ser tan paranoica. Era evidente que alguien estaba intentando perjudicarla últimamente.No estaba enferma, y eso lo tenía muy en claro.Desde la puerta del salón, Camilo observaba atento con una mirada sombría a los dos abrazados en el centro de la habitación.Sus miradas se cruzaron brevemente, pero ambos apartaron los ojos al instante, como si fuera un ligero gesto calculado.Sin pronunciar palabra, Camilo se colocó apresurado su abrigo, su rostro impasible, y salió del salón sin hacer ruido....Diego aflojó el abrazo, pero no soltó las manos de Marina. Su mirada, cargada de ternura y arrepentimiento, se posó con ternura sobre ella.—Marina, lo siento… Perdóname.Marina sintió cómo la ira y la frustración, que había estado acumulando durante semanas, se agolpaban con fuerza en su pecho, listas para explotar. Estuvo a punto de gritarle, de recriminarle todo lo que había soportado en su ausencia. Sin embargo, al recordarse que Diego había regr
Justo cuando Diego iba a besarla, Marina fingió toser y giró un poco la cabeza.Aunque había decidido admitir que estaba padeciendo paranoia, algo en su interior seguía aún sin encajar.Lo lógico habría sido que, al ver a Diego regresar sano y salvo, lo abrazara con fervor y lo besara profundamente.—Vaya, qué raro todo esto… ¿será que me estoy resfriando con tanto calor? —dijo Marina, algo seria mientras se limpiaba la nariz.Diego la observó con intensidad, preocupado por el cambio tan radical que había experimentado en tan poco tiempo. No solo había perdido peso, sino que su rostro reflejaba un agotamiento evidente.—Marina, no olvides que soy médico. Mañana te llevo a hacerte un riguroso chequeo.—Mañana no puedo, mejor otro día. Tengo que ir a la fiesta de cumpleaños de una amiga —respondió Marina, evitando mirarlo.En realidad, lo que tenía planeado era ir a la consulta del psicólogo por la mañana y, por la tarde, asistir a la fiesta de Fabiola en casa de los Quiles.—¿De verdad t
Aquella mañana, tras dejarla frente a la casa de los Quiles, Diego partió. Apenas se aseguró de que él se había alejado lo suficiente, ella abordó de inmediato un taxi que la llevó directo al hospital.El médico inició la consulta con un enfoque cuidadoso, hablando primero de asuntos generales antes de abordar el motivo de su visita. Su tono era medido, casi como si quisiera ganar tiempo.—Señorita Marina, usted...Pero antes de que pudiera continuar, la puerta del consultorio se abrió de golpe. Un hombre irrumpió de manera violenta, gritando descontrolado.Marina, aterrada, reaccionó instintivamente protegiendo temerosa su vientre con ambas manos mientras retrocedía hacia una esquina de la sala, buscando refugio.El intruso se lanzó contra el médico, sujetándolo por el cuello con una fuerza que reflejaba su furia.Desesperada, Marina apresurada buscó con la mirada algo que pudiera usar como defensa, pero el consultorio no ofrecía nada útil.Afortunadamente, el ruido alertó a las perso
Marina se preparó para levantarse, decidida a examinar con más detalle la clavícula de Diego. Sin embargo, en ese preciso momento, el sonido de su celular, que había dejado sobre la mesita de noche, la interrumpió.Diego, que descansaba a su lado, abrió de inmediato los ojos al escuchar el timbre. Al notar que Marina ya estaba despierta, le preguntó con voz áspera, como si aún estuviera arrastrando el sueño:—Marina, ¿te sientes mal?—No, es solo el celular —respondió ella apresurada.Con suavidad, Diego la ayudó a sentarse y la acomodó con cuidado contra el respaldo de la cama, pasándole enseguida el celular.Era una llamada de Quiles.Marina desbloqueó el celular con su huella dactilar, deslizó hacia la pantalla principal y contestó sin perder tiempo.—¿Te olvidaste de la celebración de cumpleaños de esta noche? —preguntó Quiles, sorprendida.—Dile a Fabiola que le deseo un feliz cumpleaños, pero no me encuentro bien, estoy en el hospital —respondió Marina, disculpándose por la falta