Marina se preparó para levantarse, decidida a examinar con más detalle la clavícula de Diego. Sin embargo, en ese preciso momento, el sonido de su celular, que había dejado sobre la mesita de noche, la interrumpió.Diego, que descansaba a su lado, abrió de inmediato los ojos al escuchar el timbre. Al notar que Marina ya estaba despierta, le preguntó con voz áspera, como si aún estuviera arrastrando el sueño:—Marina, ¿te sientes mal?—No, es solo el celular —respondió ella apresurada.Con suavidad, Diego la ayudó a sentarse y la acomodó con cuidado contra el respaldo de la cama, pasándole enseguida el celular.Era una llamada de Quiles.Marina desbloqueó el celular con su huella dactilar, deslizó hacia la pantalla principal y contestó sin perder tiempo.—¿Te olvidaste de la celebración de cumpleaños de esta noche? —preguntó Quiles, sorprendida.—Dile a Fabiola que le deseo un feliz cumpleaños, pero no me encuentro bien, estoy en el hospital —respondió Marina, disculpándose por la falta
Camilo estaba de pie frente a la habitación 1201. A través de la pequeña ventana de vidrio en la puerta, observó atento en silencio cómo Diego alimentaba a Marina con una cuchara de sopa. Sus cejas se fruncieron levemente antes de darse la vuelta y alejarse con pasos firmes, inmerso en sus pensamientos.Recordaba muy bien la razón que lo llevó a colaborar con Nicolás en el pasado: unos amigos extranjeros le habían contado sobre los logros de este último. Le mencionaron que, durante su estancia en el extranjero, Nicolás había sido aceptado de manera excepcional en el prestigioso instituto de investigación, un lugar reservado únicamente para las mentes más brillantes del mundo. Pero jamás imaginó que, incluso con semejante currículo, Nicolás sería incapaz de imponerse a Diego....Dentro de la habitación, Diego terminó de darle la sopa a Marina. Con gestos llenos de cuidado, limpió cariñoso los restos de sopa que quedaron en sus labios, como si cada movimiento suyo estuviera diseñado par
En la serenidad de la noche, Marina descansaba profundamente.Su rostro reflejaba la paz de un sueño reparador, con los rasgos relajados.Diego permanecía de pie junto a su cama, contemplándola extasiado en silencio.Con suma delicadeza, extendió la mano y la colocó sobre su abdomen, bajo las sábanas.Dentro de ella, latía una nueva y hermosa vida: el hijo de aquel hombre, Diego.En pocos meses, sería él mismo quien practicara la cesárea, trayendo al mundo a ese bebé con sus propias manos.Después, asumiría el papel de padre, velando por que el niño creciera.El hombre que había tomado el lugar de Diego esbozó una leve sonrisa cargada de ternura.Esa mujer no era fácil de engañar. Al ver a Diego regresar sano y salvo, lejos de mostrarse feliz, lo miró con evidente desconfianza.Era, sin duda alguna, intrigante.En cuanto a los gemelos de Estelaria, resolvería ese asunto a su debido tiempo.De madrugada, Marina despertó al sentir un calor incómodo.Movió un poco las sábanas, dejando al
Diego no pudo evitar que una ligera impaciencia se reflejara en su semblante. Esa mujer realmente era una fuente interminable de problemas. ¿Qué más daba la ropa interior, siempre y cuando cumpliera su función? A pesar de sus pensamientos, respiró hondo, se recompuso un poco y con un tono apacible le respondió:—Está bien, iré de inmediato. Pero no te alteres, Marina, recuerda que estás embarazada.Por el momento, prefirió ceder y evitar conflictos. Sin embargo, sabía muy bien que cuando naciera el bebé, las cosas tomarían otro rumbo, y entonces sería ella quien tendría que adaptarse....Mientras tanto, en la residencia de los Herrera.—Diego ya está de vuelta en el país —anunció Armando con gravedad tras el desayuno.Todos los presentes voltearon sorprendidos hacia él con atención. Armando dirigió una mirada severa a Leticia y añadió:—Prepárate. Diego ha dicho que planea llevar a Marina a Estelaria para casarse.El rostro de Leticia se congeló de repente, y poco a poco su color se d
Diego no apartaba la mirada de las cámaras de seguridad, observando atento cada movimiento de Marina mientras esta leía el correo electrónico.¿Notaría en ese momento algo extraño?Si el contenido del mensaje la hacía sospechar, no tendría reparos en tomar medidas drásticas. Si era necesario, incluso se desharía del bebé que llevaba en su vientre.En el hospital, Marina seguía inmersa por completo en el correo que le había enviado Renato. Terminó de leerlo, levantó instintiva la cabeza y recorrió la habitación con la mirada, como si algo en el ambiente no encajara. Su corazón comenzó a latir desbocado.Algo estaba mal.Una sensación inquietante se apoderó de ella, la misma que había sentido en otras ocasiones, pero esta vez era más intensa, más opresiva.Respiró profundo, tratando de calmarse un poco. Forzó una sonrisa y respondió al correo con manos temblorosas:Marina: [Diego regresó a Marbesol anteayer.]Sin embargo, la sensación seguía ahí, como una sombra al acecho que no podía ig
La mano que descansaba sobre su abdomen era larga, estilizada, y poseía una delicadeza casi etérea. Sin embargo, Marina no podía evitar sentirse invadida por un miedo inexplicable y sobrecogedor.—Está bien… ¿de qué hospital es el médico? —preguntó con un tono cauteloso, midiendo sus palabras.—Es un médico extranjero. Llegará mañana a Marbesol.Marina frunció ligeramente el ceño, visiblemente incómoda por la información.—¿No podríamos contactar a un médico nacional?—Jason es una eminencia en este campo, Marina. Créeme, lo hago por tu bienestar —respondió Diego con una voz firme y serena, una aparente sinceridad reflejada en su rostro—. Sé razonable, ¿sí? Ahora eres madre.Marina aceptó, aunque la inquietud seguía invadiéndola. Ojalá ese tal Jason no sea un fraude.Sin embargo, algo más la atormentaba: cada vez estaba más convencida de que el hombre a su lado no era Diego.Si el verdadero Diego supiera de mi estado, jamás habría permitido que siquiera considerara comer pizza.Con su
La intuición aguda de Marina se activó al instante. Sin pensarlo, llevó de inmediato las manos al rostro, mientras sus mejillas adquirían un intenso tono carmesí. Al levantar la mirada, observó al hombre que se acercaba con la calma habitual que lo caracterizaba.—Acabo de pensar en un nombre para el bebé —dijo, intentando ocultar en ese momento el nerviosismo que impregnaba su voz.El hombre esbozó una leve sonrisa y, con un movimiento relajado, se dejó caer a su lado en el sofá. Apoyó un brazo en el respaldo, adoptando una postura que desprendía despreocupación.—Ah, ¿sí? ¿Y cuál sería?Marina, tratando de mantener una fachada de entusiasmo, exclamó emocionada:—¡Maximiliano! ¿Qué opinas? ¿No te parece un nombre magnífico? —Mientras hablaba, se aferró con fuerza al brazo del hombre, buscando una reacción en su mirada.Él bajó la vista hacia su mano, que lo sujetaba con fuerza, y permaneció en silencio por unos segundos. Su mente evaluaba con detenimiento la situación. Ella no parecí
El hombre la miró fijamente durante unos cuantos segundos y, con un movimiento rápido y decidido, le arrebató la pizza que intentaba comer a escondidas.—Alguien se encargará de eso pronto. Tú, come lo que te corresponde.Marina no mostró ningún signo de molestia ante el gesto. En lugar de eso, se elogió mentalmente por haber reaccionado con astucia. Mientras tanto, luchaba por controlar la fuerte tensión que empezaba a apoderarse de ella.Por la tarde, Marina debía recibir un tratamiento intravenoso.Conectada al suero, intentaba distraerse un poco viendo su serie favorita, mientras el hombre, en el mismo cuarto, parecía sumergido por completo en su trabajo.Por el momento, entre ambos reinaba una frágil tranquilidad, marcada por un silencio inquietante....Fabiola, por su parte, había salido del hospital profundamente perturbada por las confidencias de Marina. Cuanto más reflexionaba sobre sus palabras, más escalofriantes le parecían.Era evidente que Marina estaba enfrentando una s