-¿Lo matamos directamente o lo torturamos antes? -le preguntó Starr con fiera expresión. Las tres hermanas se habían reunido para comer en un restaurante. Ashley seguía intentando volver a la realidad. Ya habían pasado dos horas desde que Matthew recibiera la llamada del director de comunicación de su campaña. Su aún prometido apenas había tenido tiempo de asegurarle que esas fotos no eran lo que parecían cuando el resto de la familia Landis llegó a la casa para hablar de lo que había ocurrido. Matthew tenía una explicación para lo ocurrido con la chica que vendía agua y refrescos a los golfistas en ese club. Aseguraba que la joven se le había echado encima y él instintivamente la sujetó para que se calmara. Por desgracia, el aparcamiento del club había estado lleno de periodistas y fotógrafos que no dejaron pasar la ocasión. Los hermanos de Matthew le habían asegurado que él no conocía a esa joven, pero la mala suerte había querido que ninguno de los tre estuviera allí en ese momento
Matthew dio vueltas por el vestíbulo de la sede de su partido. Intentaba aclarar sus ideas. Le quedaban menos de dos minutos para salir por esa puerta y enfrentarse a la prensa. Tenía que explicarles por qué estaba bajando tanto su candidatura según las últimas encuestas. Sus colaboradores seguían en la sala de juntas en sus oficinas. Podía oír sus conversaciones en un tono más bajo de lo habitual, intentaban darle el silencio y espacio que necesitaba antes de salir y hablar con los medios. Tenía en el bolsillo de la chaqueta las notas en las que iba a basar su discurso. Aquello podía ser el fin de su carrera política, pero era inevitable. Tenía que terminar con esa campaña de presión por parte de la prensa que estaba destrozando a Ashley y estaba dispuesto a renunciar a esas elecciones para conseguirlo. Se daba cuenta de que un hombre de verdad tenía que defender por encima de todo lo que más le importaba. No había podido hacer nada por Dana, pero estaba dispuesto a salvaguardar c
Ashley aplaudió tras escuchar el discurso de Matthew. Estaba orgullosa de él, pero también muy nerviosa. Habían conseguido salvar una pésima situación que podía haber arruinado la campaña de Matthew, pero no sabía si iba a ser capaz de recuperar lo que había entre ellos después de que le devolviera el anillo de mala gana esa misma tarde. Las miradas y sonrisas que Matthew le había dedicado durante el discurso le decían que no estaba todo perdido. Había sido una suerte que hubiera aprendido a confiar en ese hombre y, más importante aún, que aprendiera a confiar en sí misma. Brent se inclinó hacia ella. -Te arriesgaste mucho al salir antes a hablar -le dijo el director de la campaña. -Matthew lo merece. El hombre le ofreció la mano. -Siento haberte subestimado. No sé cómo no he aprendido aún a interpretar el verdadero carácter de los demás. -Acepto tu disculpa -repuso ella dándole la mano-. Supongo que sólo estabas intentando salvaguardar la carrera de Matthew y eso es algo que me
No era un domingo como los demás, era especial porque al día siguiente iba a comenzar una vida nueva, con un nuevo trabajo, lo cual la emocionaba y también la asustaba. Por eso estaba tan inquieta que no podía parar, y cuando la llamó Manuela para que repasara con ella su declaración Laura accedió a ir a su casa. Así se distraería.La mujer estaba muy asustada. Tras dos horas y cuatro cafés, seguía nerviosa.—Vamos, Manuela, sólo es una declaración, no debes temer nada.—Pero él estará allí…—Sí, pero declarará después, no tendrás que verlo; tú entrarás conmigo y con el fiscal, que ha sido muy amable viniendo con nosotras. Me han hablado muy bien de él. Bueno, tú ya lo conoces. También estarán su abogado y, claro, el juez. Pero tienes que estar tranquila; tú dices la verdad y todas las pruebas te dan la razón. Tienes todos los recibos que él no pagó, el burofax que le enviamos conminándole para que lo hiciera y del que pasó olímpicamente… No hay problema, es un caso sencillo. Ya lo ve
Dos horas después de acostarse se dio por vencida. No podía dormir. Y no era el trabajo lo que la preocupaba… ¿O sí? Quizá sí, porque todo estaba relacionado. Empezaba una nueva andadura en su vida y tendría que recorrer el camino sola, sin Daniel, lo cual resultaba excitante y a la vez sobrecogedor. El miedo a la libertad, se dijo. Había conocido a Daniel a los dieciséis años. Él era el catedrático de literatura de su instituto y Laura se enamoró nada más verlo el primer día de clase. Naturalmente, por entonces Daniel no le hacía mucho caso; la trataba como a una alumna más. Pero ella bebía los vientos por ese hombre maduro. Y cuando se encontraron tres años después, se lanzó como una loca. ¡A por él! No le resultó difícil conquistarlo. A los veinte años se casó con un hombre de cuarenta y seis al que idolatraba. Y todo fue perfecto… al menos durante los tres primeros años. Daniel fue su padre cuando su padre murió en un accidente de automóvil. Y para sus hermanas era como un dios sa
Cuando entró al juzgado ya había olvidado a Sergio, el café e incluso a Daniel. Su mente estaba centrada sólo en el trabajo. La declaración era importante, pero era un mero trámite. Únicamente tenía que procurar que nadie se diera cuenta de que estaba tan alterada. Enseñó su identificación en la puerta y se dirigió al juzgado que le correspondía. Ya había llegado el abogado de la parte contraria, pero no vio a Manuela por ningún lado y se sintió un poco intranquila. Esperaba que no tardara mucho, pues en el juzgado los funcionarios ya estaban ante sus ordenadores y el fiscal, que también había llegado, charlaba con una de las auxiliares. Era un hombre alto y de constitución fuerte, como de unos cuarenta años. Laura lo miró conmovida porque le recordó a Daniel. Parpadeó y apartó esos pensamientos de su mente. El hombre se dirigía hacia ella y la joven esbozó su mejor sonrisa.—Hola, soy Roberto Marcos, y tú debes de ser Laura de Santis.Le tendió la mano y Laura correspondió a su salud
Entró al bufete un poco cohibida, aún alterada por el desastre de la comparecencia. El juez había estado en su sitio, muy serio y haciendo las preguntas apropiadas, pero Laura no había pasado por alto la sonrisita burlona que aparecía en sus labios cada vez que la miraba. Estaba segura de que, en sus pocas intervenciones, pues el fiscal había hecho la mayoría de las preguntas y puntualizaciones interesantes, le había salido voz de pito. Pero el peor momento fue al final, cuando su señoría se levantó y le tendió la mano ceremoniosamente. Los demás ya estaban saliendo y ella allí, dudando si responder al atento saludo de su señoría porque le sudaban tanto las manos a causa de los nervios que le daba vergüenza, y sólo le faltaba darle una mano sudorosa. Pero no podía dejarlo así, con el brazo extendido, así que le tendió la mano, que él apretó entre las suyas sin dejar de mirarla con esa sonrisa burlona que hacía que los colores tiñeran vergonzosamente sus mejillas.—Aunque no me hubiera
Pasó horas intentando concentrarse en los expedientes. Pero, en cada página, en cada documento, en el sello y en la firma sólo veía una cara: la del juez Sergio Mendizábal.—¡Hora del almuerzo! —Rosa interrumpió sus meditaciones al entrar alegremente en el despacho. ¿Ya había pasado la mañana? Qué rapidez—. ¿Quieres comer conmigo?—Claro, ¿vamos a bajar a algún sitio?—Ni hablar, sale carísimo y es fatal para el colesterol. Yo me traigo la tartera de casa.—Pero yo no he traído nada…—No te preocupes, yo tengo mucho, hay para las dos. Ven, vamos a la cocina.El lugar que los empleados llamaban «la cocina» era un cuarto grande, muy luminoso y acogedor, con una larga encimera sobre la que había una cafetera eléctrica, un microondas y un montón de vasos, tazas y platitos muy bien ordenados. En el extremo había un frigorífico y un lavavajillas y en el centro una elegante mesa de cristal con varias sillas de metacrilato. Rosa era la única que comía allí, pues la mayoría de los empleados es