Ashley acarició la espuma que cubría la gran bañera y acomodó mejor su espalda en el torso de Matthew. El cuerpo desnudo de ese hombre era el mejor sillón que había tenido nunca. El jacuzzi estaba dentro de su baño privado y justo debajo de una claraboya. Daba la impresión de estar al aire libre sin perder un ápice de intimidad. Después de que hicieran de nuevo el amor en el dormitorio. Matthew le había mostrado su enorme baño privado. Acababa de preparar el agua y de meterse en el jacuzzi cuando Matthew regresó a su lado con champán y fresas. Cuando se metió con ella en la bañera, el nivel del agua se elevó hasta cubrirle los pechos. Compartir ese baño con él estaba siendo una de las experiencias más sensuales que había tenido en su vida. Quería relajarse, disfrutar del momento, beber el champán y deleitarse con el sabor de la fruta que Matthew le ofrecía a la boca. Pero no podía, los nervios atenazaban su estómago. Se daba cuenta de que las cosas se estaban complicando cada vez más
-A por todas, hermano. Matthew se quedó helado al escuchar las palabras de su hermano. Había estado a punto de lanzar la pelota de golf y su inoportuno comentario consiguió alterarlo lo suficiente como para que ésta acabara sumergiéndose en un lago cercano al restaurante del club. Asustó a una manada de pájaros que levantó el vuelo al unísono. Miró a su hermano mediano con el ceño fruncido. Sabía tan bien como todos que no se debía hablar con el jugador cuando estaba a punto de golpear la pelota. -Gracias, Sebastian -le dijo entre dientes-. Muchas gracias. Había estado encantado con la posibilidad de jugar esa tarde al golf con sus hermanos, aunque no era un encuentro meramente deportivo, sino un torneo benéfico. Pero estaba jugando tan mal que se imaginó que el grupo que iba por detrás de ellos tendría tiempo de parar a almozar antes de que ellos avanzaran hasta el siguiente hoyo. -De nada, hermano. Ya sabes que me encanta animarte -le dijo el abogado-. Por cierto, ¡qué golpe ta
De vuelta en la casa principal, Ashley se entretuvo mirando el océano desde la ventana de su dormitorio. La vista era similar a la que había contemplado siempre desde la casa de su tía Libby. Eso le recordó cuánto la echa de menos. Sobre todo en esos momentos, cuando se enfrentaba a la que podía ser la decisión más dura de su vida. Ni la presencia del océano ni la suave decoración de la habitación consiguieron calmar sus nervios. Se había pasado la tarde con sus hermanas, repasando los daños y evaluando cuánto costaría conseguir que Beachcombers abriera de nuevo sus puertas al público. Había sido mucho más duro de lo que se había imaginado. Se enfrentaba a la ardua tarea de reconstruir esa casa, pero lo que más le dolá era que lo tendría que hacer sola, fuera ya de la vida de Matthew, Eso le angustiaba más de lo que había esperado. Pero tampoco podía seguir con la farsa. No podía seguir acostándose con él sin tomar una decisión sobre el futuro de los dos, ya fuera juntos o por se
-¿Lo matamos directamente o lo torturamos antes? -le preguntó Starr con fiera expresión. Las tres hermanas se habían reunido para comer en un restaurante. Ashley seguía intentando volver a la realidad. Ya habían pasado dos horas desde que Matthew recibiera la llamada del director de comunicación de su campaña. Su aún prometido apenas había tenido tiempo de asegurarle que esas fotos no eran lo que parecían cuando el resto de la familia Landis llegó a la casa para hablar de lo que había ocurrido. Matthew tenía una explicación para lo ocurrido con la chica que vendía agua y refrescos a los golfistas en ese club. Aseguraba que la joven se le había echado encima y él instintivamente la sujetó para que se calmara. Por desgracia, el aparcamiento del club había estado lleno de periodistas y fotógrafos que no dejaron pasar la ocasión. Los hermanos de Matthew le habían asegurado que él no conocía a esa joven, pero la mala suerte había querido que ninguno de los tre estuviera allí en ese momento
Matthew dio vueltas por el vestíbulo de la sede de su partido. Intentaba aclarar sus ideas. Le quedaban menos de dos minutos para salir por esa puerta y enfrentarse a la prensa. Tenía que explicarles por qué estaba bajando tanto su candidatura según las últimas encuestas. Sus colaboradores seguían en la sala de juntas en sus oficinas. Podía oír sus conversaciones en un tono más bajo de lo habitual, intentaban darle el silencio y espacio que necesitaba antes de salir y hablar con los medios. Tenía en el bolsillo de la chaqueta las notas en las que iba a basar su discurso. Aquello podía ser el fin de su carrera política, pero era inevitable. Tenía que terminar con esa campaña de presión por parte de la prensa que estaba destrozando a Ashley y estaba dispuesto a renunciar a esas elecciones para conseguirlo. Se daba cuenta de que un hombre de verdad tenía que defender por encima de todo lo que más le importaba. No había podido hacer nada por Dana, pero estaba dispuesto a salvaguardar c
Ashley aplaudió tras escuchar el discurso de Matthew. Estaba orgullosa de él, pero también muy nerviosa. Habían conseguido salvar una pésima situación que podía haber arruinado la campaña de Matthew, pero no sabía si iba a ser capaz de recuperar lo que había entre ellos después de que le devolviera el anillo de mala gana esa misma tarde. Las miradas y sonrisas que Matthew le había dedicado durante el discurso le decían que no estaba todo perdido. Había sido una suerte que hubiera aprendido a confiar en ese hombre y, más importante aún, que aprendiera a confiar en sí misma. Brent se inclinó hacia ella. -Te arriesgaste mucho al salir antes a hablar -le dijo el director de la campaña. -Matthew lo merece. El hombre le ofreció la mano. -Siento haberte subestimado. No sé cómo no he aprendido aún a interpretar el verdadero carácter de los demás. -Acepto tu disculpa -repuso ella dándole la mano-. Supongo que sólo estabas intentando salvaguardar la carrera de Matthew y eso es algo que me
No era un domingo como los demás, era especial porque al día siguiente iba a comenzar una vida nueva, con un nuevo trabajo, lo cual la emocionaba y también la asustaba. Por eso estaba tan inquieta que no podía parar, y cuando la llamó Manuela para que repasara con ella su declaración Laura accedió a ir a su casa. Así se distraería.La mujer estaba muy asustada. Tras dos horas y cuatro cafés, seguía nerviosa.—Vamos, Manuela, sólo es una declaración, no debes temer nada.—Pero él estará allí…—Sí, pero declarará después, no tendrás que verlo; tú entrarás conmigo y con el fiscal, que ha sido muy amable viniendo con nosotras. Me han hablado muy bien de él. Bueno, tú ya lo conoces. También estarán su abogado y, claro, el juez. Pero tienes que estar tranquila; tú dices la verdad y todas las pruebas te dan la razón. Tienes todos los recibos que él no pagó, el burofax que le enviamos conminándole para que lo hiciera y del que pasó olímpicamente… No hay problema, es un caso sencillo. Ya lo ve
Dos horas después de acostarse se dio por vencida. No podía dormir. Y no era el trabajo lo que la preocupaba… ¿O sí? Quizá sí, porque todo estaba relacionado. Empezaba una nueva andadura en su vida y tendría que recorrer el camino sola, sin Daniel, lo cual resultaba excitante y a la vez sobrecogedor. El miedo a la libertad, se dijo. Había conocido a Daniel a los dieciséis años. Él era el catedrático de literatura de su instituto y Laura se enamoró nada más verlo el primer día de clase. Naturalmente, por entonces Daniel no le hacía mucho caso; la trataba como a una alumna más. Pero ella bebía los vientos por ese hombre maduro. Y cuando se encontraron tres años después, se lanzó como una loca. ¡A por él! No le resultó difícil conquistarlo. A los veinte años se casó con un hombre de cuarenta y seis al que idolatraba. Y todo fue perfecto… al menos durante los tres primeros años. Daniel fue su padre cuando su padre murió en un accidente de automóvil. Y para sus hermanas era como un dios sa