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¡Eres mía, cuñada!
¡Eres mía, cuñada!
Por: Eli Storm
1. ¡Llegamos tarde!

Victoria se precipitó en el interior del coche de Pavel con el corazón palpitando a mil por hora y la respiración entrecortada. La adrenalina de la carrera contrarreloj que acababa de librar en el aeropuerto aún recorría sus venas.

—¿Trajiste mi vestido? —preguntó con voz agitada, mientras intentaba recuperar el aliento.

—Está en el asiento de atrás —respondió Pavel con tranquilidad, contagiando a Victoria de esa calma que tanto necesitaba.

—Arranca, ¡llegamos tarde! —exigió ella.

Sin perder tiempo, Pavel puso en marcha el motor y aceleró por las calles de San Petersburgo. Victoria, por su parte, se deslizó hacia el asiento trasero a través del hueco entre los asientos delanteros.

—No se te ocurra mirar a través del retrovisor —advirtió con seriedad, ocultando su rostro entre las manos algo avergonzada.

Pavel, divertido por la situación, no pudo evitar sonreír con picardía. Sin embargo, con un sutil gesto, movió el retrovisor central a un lado para que ella estuviera tranquila.

—¿Por qué cambiaste tu vuelo? Deberías haber llegado hace tres días —la riñó Pavel sin dejar de conducir.

—Conocí al amor de mi vida, no puedes imaginarte la historia de amor que acabo de vivir —Victoria se tomó un momento para suspirar— Pero por desgracia, no volveré a verlo, ese fue el trato.

—Vicky, ¿cuánto has estado en Nueva York? ¿Dos semanas? No puedes conocer al hombre de tu vida en dos semanas y menos si tenéis un trato como ese —replicó Pavel divertido con lo que su amiga acababa de contarle.

La chica fulminó con la mirada la nuca de su amigo, pero negó con la cabeza. No valía la pena discutir sobre eso. Con un pequeño espejo de bolsillo, terminó de maquillarse y se arregló el cabello.

—Espero que esto sea suficiente para estar presentable —dijo algo insegura justo cuando él chico aparcaba el coche a unos metros de la iglesia.

Pavel salió del vehículo y, con un gesto galante, abrió la puerta del asiento trasero para ayudar a su amiga a salir. Al verla, no pudo evitar quedar impresionado. A pesar de haber tenido apenas diez minutos para arreglarse, Victoria lucía radiante.

Un vestido rojo de infarto, que se ceñía a sus curvas como una segunda piel, resaltaba su figura esbelta. Su cabello platinado, recogido en un improvisado pero elegante moño, enmarcaba un rostro de facciones delicadas y unos labios rojos que completaban a la perfección el conjunto. Su piel pálida, que contrastaba con el intenso color del vestido, parecía brillar con luz propia.

—Creo que estarías preciosa incluso con un saco encima —aseguró Pavel, cautivado por la belleza de su amiga—. ¿Estás segura de que solo quieres que me haga pasar por tu novio y no quieres que lo sea de verdad? —bromeó con un guiñandole el ojo con picardía, dejando entrever una pizca de deseo en su mirada.

—Por ahora me basta con la farsa, Pavel —respondió con un tono juguetón—. Pero nunca se sabe lo que depara el futuro, ¿verdad?

Victoria sabía que llegaban tarde a la boda de Tatiana, su media hermana, la hija perfecta y legítima de su padre. No podía olvidar ese detalle, ni la forma en que ella y su estirada madre no dejaban de recordárselo cada vez que podían.

"Bastarda huérfanita" la llamaban siempre que su abuelo Mikhail no miraba.

Si no fuera por la insistencia de su abuelo, jamás acudiría a esa boda. Él era su único apoyo, quien se había hecho cargo de ella desde la muerte de su padre. A pesar de ser la hija ilegítima de su difunto hijo, su abuelo la acogió y le dio el apellido Volkov que le correspondía. Y el cual su madrastra, por llamar de algún modo a Alexa, le negó llevar.

— Tal vez sea mejor que esperemos al final de la celebración — dijo Victoria al ver que las puertas de la iglesia ya estaban cerradas — a esas dos brujas no les gustará que las interrumpa.

Pero Pavel negó, la tomó de la mano y tiró de ella entrando juntos justo en el instante en que él cura decía las dichosas palabras.

"si hay alguien que se oponga a esta unión…

El tintineo de sus tacones en medio del silencio de la iglesia hizo que todos los asistentes a la ceremonia se giraran de golpe sorprendidos por la interrupción justo en ese instante.

El cura pareció incluso emocionado, toda su vida deseando en secreto que alguien interrumpiera justo en ese trozo y por fin ocurría.

Los colores se subieron a sus mejillas a causa de la vergüenza y se quedó completamente parada sin saber qué hacer, avergonzada y bloqueada a causa de la mirada asesina de su hermana, por suerte su amigo tiró de ella para sentarse juntos en uno de los bancos del final.

— Sigan. Sigan, nosotros solo llegamos tarde, no pretendíamos interrumpir.— se disculpó Pavel y el cura intentando ocultar su decepción siguió con la ceremonia.

— Llegas tarde e interrumpiste la boda de tu hermana....— susurró Sergey, el hombre de confianza de su abuelo, quien rápidamente había caminado entre los bancos hasta sentarse en el que estaba tras ella, no era que la situación no le pareciera graciosa, pero quedar en evidencia delante de tanta gente no era algo que ni a él ni a Mikhail les gustara y sobre todo a Alexa, la madre de la novia, quien incluso a esa distancia se adivinaba furiosa por su interrupción.

— No me digas Sergey, no me había dado cuenta — confesó Victoria Abochornada.

— ¿Ya viste la cara del novio?— dijo el amigo.

— No fui capaz de ver nada más que la mirada asesina de mi hermana — respondió Victoria — Seguro que mi abuelo va a castigarme por esto.

— Dudo mucho que Mikhail sea capaz de ponerte un castigo por nada — aseguró Sergey y entonces Victoria se giró y le sonrió con esa sonrisa y esa mirada inocentes que le recordaban a Anna cuando apenas eran unos críos y a la que jamás podía negarle nada, al viejo le pasaba lo mismo — Sin duda, estoy seguro de que no va a castigarte.

Erwan permanecía estoico frente al altar, junto a una mujer que no amaba ni deseaba como esposa. Sin embargo, el deber y la promesa hecha por su padre a Mikhail, el abuelo de su futura esposa, lo obligaban a seguir adelante con la ceremonia.

Una hora antes, mientras se vestía y arreglaba, Spike, su primo, mano derecha y padrino, le pregunto algo que lo hizo reflexionar.

—¿Por qué te casas con alguien que no amas?

—Porque es mi deber y porque no creo en esa estupidez llamada amor. — respondió simplemente Erwan guiado por la arrogancia del momento.

—No es ninguna estupidez. Solo que no has encontrado a esa persona que te haga perder la cabeza y te haga actuar de manera imprudente.

Esas fueron las últimas palabras de Spike antes de golpear suavemente su hombro izquierdo y dejarlo solo.

En ese momento, no prestó atención a la advertencia de su primo. Pero ahora, mientras el ministro pronunciaba las palabras de la ceremonia, sentía el peso de esas cadenas ajenas que lo ataban a otra persona. No solo era el peso de esas cadenas lo que lo atormentaba, por dentro estaba suplicando por un milagro o por algo que lo liberara de ese compromiso sin repercusiones.

Las palabras de Spike sobre encontrar a alguien que lo hiciera perder el control resonaban en su mente, llevándolo a revivir las últimas dos semanas en Nueva York antes de volar a Rusia para casarse con una mujer que apenas conocía.

Al recuerdo de una mujer en especial. Una hermosa y joven promesa del ballet que lo hechizó con su belleza y que jamás volvería a ver si se casaba con la mujer que estaba frente a él. Tal vez la única mujer que le había hecho experimentar el amor, tal vez su primer amor, porque a pesar de pasar de los treinta, no recordaba haber experimentado ningún sentimiento de ese tipo antes.

Solo habían sido dos semanas y no podía dejar de pensar en ella. Deseando que apareciera en la puerta de la iglesia para que él corriera a su encuentro y ambos pudieran huir de esa m*****a ceremonia que en realidad no deseaba.

El sonido de unos tacones resonando por el pasillo de la iglesia lo hizo suspirar de alivio por un momento, a la vez que lo enfurecía por querer romper una promesa hecha por su difunto padre, el único hombre que respetaba y al que siempre intentaba honrar.

Lo peor es que no giró la cabeza a tiempo para ver a la persona que se había atrevido a jugar con sus emociones y darle esperanzas, solo parte de la tela roja de su vestido mientras se sentaba en los últimos bancos de la iglesia, lo que sin duda sería el primer y gran error de su vida, porque tal vez si hubiera reconocido a la mujer de rojo todo sería distinto.

—Lo siento —le escuchó decir a su futura esposa abochornada por la interrupción — mi hermana siempre tiene que llamar la atención.

Él no respondió, ni siquiera le devolvió la sonrisa. Solo la observó como la molestia que era.

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