Ailan.
- "¿Qué has hecho qué?"- le pregunté tras salir de la habitación donde el asistente de Roy, Gordon, me llevó, desde mi ático, a uno de los hoteles de grupo Miller, que era donde se celebraba el evento.
Allí en la habitación presidencial me esperaba el idiota de Roy, y tras una de nuestras muchas discusiones sobre el hombre que ama, mi marido, al que mi hermano no aceptaba, porque dice que no me merecía, que ocultaba algo, terminamos como siempre retándonos.
Así que antes de subir al ascensor que nos llevaba a la fiesta, donde Roy me había enseñado, después de que él babeara por las imágenes de una atractiva mujer con un traje rojo, que despertó el interés de mi hermano, algo raro en él, la imagen de Walter, al que yo creí de viaje de negocios, así que tuve que tragarme durante unos segundo la sorpresa y el desconcierto, pero me di cuenta que yo tampoco podía pedirle sinceridad completa, cuando yo no lo estaba siendo, así que decidí que yo confiar en él, algo debía de haber pasado, no iba juzgarlo sin primero hablar con él, además debía darle una lección al estúpido de Arturo, por eso acepté su reto, aunque lo que no esperaba era que me soltara, para descolocarme, lo que me dijo, que hasta tuve que pedir que me lo repitiera por si había oído mal, otra de esas malditas técnicas manipulativas de Arturo.
- "¿Lo haces adrede, lo de hacerte la sorda, la ciega y la muda? ¿verdad Wendy? ¿Piensas que así serás más feliz?"- me dijo mi hermano eludiendo mi pregunta, caminado hacia el ascensor, mientras yo me plantaba en mi sitio sin moverme, necesitaba una respuesta inmediata.
- "No estoy para uno de tus juegos mentales, Roy William Miller, dime que lo que me acabas de contar, es una broma."- le dije sintiendo que las manos comenzaban a sudarme, y los nervios me hacían no parar de moverme inquieta.
- "Sabes que no soy de los que le gusta las bromas, sobre todo si no saco algo de beneficio de ellas, hacer bromas por hacerlas, es una pérdida de tiempo y dinero, ¿No crees soñadora Wendy?"- dijo de nuevo ese maldito CEO, haciendo que casi saliera de mis casillas, ¿cómo dos mellizos podían ser tan diferentes?
- "¿De verdad quieres que me active Arturo? Recuerda como me las gasto en estos casos."- le dije seria ya.
- "Desde luego hermana, Londres te ha cambiado, eres mucho más aburrida que antes, ¿o será este matrimonio inútil en el que has entrado a ciegas?" _ me volvió a decir haciendo que yo respirar fuerte y cerrara mi puño, la mírame supo que había llegado a mi límite. - "¡Eh, Tranquila Wendy que te ciegas! Está bien te lo repito. Me presenté en una reunión de la empresa, para la que trabaja tu marido, es inútil bueno para nada, y le dije que era tu hermano mellizo, pero tranquila, usé mi segundo nombre, él tampoco me reconoció, lo que me dio idea lo poco que sabe del mundo de los negocios, lo dicho un bueno para nada. Además, aún tengo las esperanzas de que abras los ojos, y esa cabeza tan dura que tienes, y te des cuenta de lo cerdo que es ese Patel."- me dijo mi hermano, haciendo que quisiera matarlo.
Hasta ahora, antes de que apareciera Arturo, era relativamente tranquila, vivía en la casa de los Patel, a veces volvía al ático, desde que me había casado, no quería que Walter y su familia sospechara que no era lo que creían, que mis antecedentes familiares no eran los de una familia normal americana de clase media. Y aunque les había hablado de mis hermanos y mis padres, siempre había rebajado el nivel de riqueza de mi familia, a la de una de clase media, con padres jubilados de un pequeño negocio de hospedaje, la misma versión que le había contado a todos cuando llegué a Londres. Mi instinto me decía que ese dato no debían saberlo por ahora. No fue algo premeditado al principio, pero surgió así.
Yo aun le ocultaba a Walter y su familia y casi todos mis conocidos en Londres esa parte de mi vida de heredera. Tanto Roy como yo, éramos dueños de los dos áticos de lujo de los dos edificios más caros de uno de los lados de las dos riberas del Támesis en Londres.
Algo que, mi padre, Norman Miller, ya que no podía evitar que dos de sus retoños, los mayores, se alejaran de él, a más de cinco mil kilómetros, lejos de su protección, y que, en su imaginación, pasaran por "penurias", pese a que el dinero de los Miller nos salía por las orejas, sólo con respirar, nos los regaló a los dos, aunque sospecho con bastantes evidencias que el que mi ático esté tan cerca del de mi hermano fue algo premeditado. Para el obsesivo de mi padre, nada era suficiente para referirse a las personas que amaba, incluso la sobreprotección, sobre todo si eres una de sus princesas, por eso me vine sola a Londres, oculto mi identidad.
Cuando me casé, volvía al ático, cuando Walter viajaba y no quería volver a la casa de campo, que los Patel llaman mansión familiar, a soportar las críticas de mi suegra de que nunca estaba contenta con nada de lo que hacía, justo eso pasó hoy.
También era verdad que su forma de tratarme mejoraba en las ocasiones que, como cada mes, mi sueldo le era entregado casi íntegramente a su hijo, mediante la tarjeta que yo le había dado a Walter, al sentirme culpable, como forma de compensación, por no decirle la verdad.
En eso me sentía culpable, normalmente mis gastos los hacia la cuenta que mi padre me abrió desde que nos volvimos a reunir con él, cuando yo tenía unos meses de vida, allí me ingresaba, la parte de los beneficios del grupo, por ser herederos del holding Miller.
Por mucho tiempo, y por ser mi suegra, nunca le diría a Walter, quien era yo, no me importó darle a él, íntegramente el astronómico sueldo que recibía de mi trabajo, como jefa de diseño y arquitectura de una de las dos empresas de construcción del grupo.
- "Como se me fastidie mi vida con mi marido por tu culpa Roy William Miller, no te lo perdonaré te lo aseguro, y además pienso contárselo a mamá"- le dije furiosa, mientras subía en el ascensor, que mi hermano me mantuvo abierto, para que yo pasara primero, la educación que nos dieron mis padres nos salía a los cuatro, de forma inconsciente.
- "Tranquila Wendy, ya Patel lo fastidiará él sólo, es un animal de costumbres."- no entendí el significado de sus palabras, pero decidí no caer en las trampas manipuladoras de mi hermano mellizo, las había sufrido toda mi vida, y sabía cómo escapar de ellas, cuando quería.
Lástima que, normalmente, los seres humanos sólo aprendemos con los golpes, cuando estamos enamorados, o ciegos, y empecinados, pocas veces escuchamos otros consejos, aprendiendo definitivamente por las malas.
Ailan.- "¿Quién es ella?"- preguntó mi hermano cuando al bajar del ascensor nos vimos a Walter hablando con la preciosa mujer de rojo que había llamado la atención de mi hermano.Me sentí incomoda, la actitud de la preciosa mujer no denotaba un interés especial por su parte, hacia mi esposo, pero la actitud de Walter era diferente, se mostraba muy concentrado mirándola, como si ella estuviera diciéndole algo muy interesante, incluso cuando ni hablaba.- "Creo que es una de las acompañantes, que ha contratado el hotel para que se relacionen con los invitados, pertenece a una empresa de Damas de compañía."- dijo Gordon el asistente de Arturo, haciéndome sentir más tranquila, conocía las reglas de la agencia de modelos, y el sexo estaba totalmente prohibido, pero la sensación de incomodidad seguía ahí, algo estaba mal.- "¿Damas de compañía?"- la relación de mi hermano era de desagrado, al parecer no le gustaba las estrategias de márquetin de algunos hoteles de la cadena.Yo conocía las
Ailan.Mientras mi marido me abrazaba, para el mundo no había un hombre que amara más a una mujer, que como me amaba Walter a mí. Y como siempre, me sentí culpable de nuevo, algo me decía que, entre los dos, él era el que más me quería, ya que él se había entregado a mí, totalmente sin secretos, ni mentiras.En cambio, yo le mantenía oculta una parte de mi vida. Quizás, había metido la pata, quizás, yo era un estúpida, pero no podía dejarme vencer así ante el primer tropiezo desde que estábamos casados, fue por esto, y porque soy una Miller, que considera que el fracaso no estaba en mi vocabulario, que, abrazándolo, lo perdoné.Me dejé arrastrar en sus brazos hacia la habitación que tenía Walter reservada, que al contrario de lo que me había dicho Roy, y Walter me aclaró, cuando llegamos a ella, era solo para dormir en ella esa noche, ya que había asistido a ese evento, antes de viajar, para acompañar a su jefa que estaba en la fiesta, y que seguramente ahora estaba enfadada por irse
Finlay- “¿Al final te decides o no? ¿O vas a continuar en tu despacho de todo poderoso CEO, en Edimburgo? Eres el ser más raro del mundo, tienes dos compañías navieras, y tres aerolíneas comerciales, y odias viajar, y eso que vivimos en una puta isla, tienes que mirarte eso, Connor MacLeod.”- me dijo esa piedra en el zapato que llevaba arrastrando años, Oliver Duncan, uno de los dos únicos amigos que me había quedado tras que casi quebrara la compañía de mi padre, la cual tuve que sacar con mi esfuerzo con apenas veinte años. Oliver, Murray y yo habíamos estudiado juntos, y cuando la empresa de mi familia cayó en desgracia, y mi padre falleció, intentando salvarla, Oliver se impuso a su padre como el heredero de Duncan Architecture Firm, para que continuara cumpliendo los contratos que tenían con nuestra empresa, haciendo que lo transportes de materiales a las obras de esa empresa de arquitectura, que tenían por todo el mundo, continuara, ayudándome así a salir del hoyo en que había
Finlay - “Dime la verdad, ¿tu futura esposa tiene problemas mentales, o algo de eso?, ¿La drogaste para que dijera que sí? ¿Verdad?”- le dije sin salir de mi asombró. - “’ ¡Gilipollas! Llevo enamorado de esa mujer desde hace un año, y por fin la convencí, no es tan extraño. ¡Joder!”- me dijo, y supe en seguida que no se trataba de la mujer por la que él ha estado obsesionado, la segunda hija del conde Lascalles, Daisy Lascalles. Oliver siempre había enamorado de ella desde el primer día que la vio, a los ocho años, y ella tendría seis. Los Lascalles habían llegado al internando para llevar al primogénito de los Lascalles, Vermont. Oliver se quiso hacer amigo de Vermont que era dos años mayor que nosotros, para así poder conocer a esa preciosa niña de pelo dorado, y ojos marrones. Pero Vermont era un maldito esnob que sólo se trataba con los de su clase social, y pronto comenzó una guerra, que duraba hasta el día de hoy, entre esos inglesitos gilipollas, y nosotros los highlander de
Ailan. Tras una mañana de pruebas ginecológicas y analíticas, la respuesta a la última de las pruebas no la entendía del todo. Tras los resultados de la analítica que me habían hecho de mi carga hormonal, cada vez me sentía más confusa, según esa prueba tenía una carga hormonal, fuera de lo común. Caminaba cerca de la cafetería del hospital, como una zombi, cuando decidí entrar a sentarme, no me sentía bien, necesitaba algo fuerte, mejor sería un coña, pero en la cafetería de un hospital no se servía alcohol, así que me conformaría con un café cargado. Nada más entrar en la cafetería, entre tanta gente y batas blancas, alguien que reconocí, me llamó la atención, y sin pensarlo me acerqué a ella. Estaba distraída desayunando, y sólo cuando estuve casi sobre ella, levantó la vista para ver quien se había acercado a su mesa. - “Creo que nos conocemos, estabas con mi marido en esa fiesta”- le dije mientras trataba de que los nervios que me comían por dentro, y la incertidumbre no se
Ailan. - “Gracias por llamarme, eres un ángel, si no es porque te tengo de espía, o Roy a Angus, mi padre nos la hace como siempre, Connelly.”- le dije por teléfono a la hija de mi madrina, los mejores amigos de mis padres. - “Para eso estamos, ya Angus había avisado a primo Roy, pero al parecer estos viejales, se adelantan siempre a los planes que ellos mismo hacen. Si no es porque pasaba por el despacho de mi padre, mientras organizaba con tío Norman, el viaje a Londres, para que no se enterara tía Yvaine, y mi madre, esos dos revoltosos maduritos, se salen con la suya.”- me dijo Connelly Blake, una jovencita de diecisiete años, que cumpliría muy pronto dieciocho, la única hija del mejor amigo y antiguo asistente de mi padre, Jason Blake, y mi madrina y mejor amiga de mi madre, Kimberly Blake. La verdad es que este planificado control para la protección entre los hijos de las dos familias la comenzó mi hermano Roy y mi primo Angus, cuando éramos niños. Con los progenitores que te
Ailan. - “Dime la verdad Ailan ¿qué es lo que sucede?”- me dijo mi padre mientras cenábamos. Había tardado casi toda la tarde en hacerme esa pregunta, cuando yo pensaba que me lo haría desde que saliéramos del despacho de Arturo. Mi padre es un ser directo, como Roy, no le gusta irse por las ramas. Pero al parecer había cambiado de estrategia empresarial conmigo, esa tarde me llevó de compras, ya que como dijo hacía años que no mimaba a su princesa, mientras los escoltas se encargaban de protegernos, y yo no puede eludirlos, como me hubiera gustado, como había hecho estos últimos cuatro años, cuando mi identidad ha estado encubierta. Pero lógicamente si voy de comparas con unos del empresario más importante del sistema empresarial mundial, lógicamente la seguridad se da por descontada, además no quería que mi padre preguntara, pero trataba de pasar desapercibida. Si mi padre encontraba extraño que su hija mayor, fuera con gafas de sol y un gorra de lana tipo bolina, junto a un eno
Ailan. - “¡Robin, Amelia! , ¿quieren dejar de buscarse entre los dos? ¡Malditos, niñatos pesados!”- me queje, durante el trayecto que hicimos toda la familia, a la mansión de Arturo, que estos días se convertiría en la sede central del imperio Miller. Mis dos hermanos, los menores, como toda una hermana mayor que adora a sus hermanos, y que siempre los vería así, pequeños, a pesar de que ellos ya no eran niños. En el caso de la nada femenina y decidida de Amelia Earhart, que en realidad se llama Amelia Paula Miller, tenía veintiún años. En el caso del enano terrorista de Robin Hood, o mejor dicho Marcus Philip Miller, tenía dieciocho años de edad. Pero como siempre, eran insoportables cuando estaban juntos. - “¡Eh, Wendy! que a ti no te guste crecer, no se nos aplica a nosotros, ¡Ni que fuéramos los niños perdidos, no te fastidia!”- se quejó Robin sacándome la lengua demostrando que muy maduro no era la verdad. Ese enano, me sacaba más de media cabeza, iba a ser tan alto como Roy y