Ailan. - “¡Robin, Amelia! , ¿quieren dejar de buscarse entre los dos? ¡Malditos, niñatos pesados!”- me queje, durante el trayecto que hicimos toda la familia, a la mansión de Arturo, que estos días se convertiría en la sede central del imperio Miller. Mis dos hermanos, los menores, como toda una hermana mayor que adora a sus hermanos, y que siempre los vería así, pequeños, a pesar de que ellos ya no eran niños. En el caso de la nada femenina y decidida de Amelia Earhart, que en realidad se llama Amelia Paula Miller, tenía veintiún años. En el caso del enano terrorista de Robin Hood, o mejor dicho Marcus Philip Miller, tenía dieciocho años de edad. Pero como siempre, eran insoportables cuando estaban juntos. - “¡Eh, Wendy! que a ti no te guste crecer, no se nos aplica a nosotros, ¡Ni que fuéramos los niños perdidos, no te fastidia!”- se quejó Robin sacándome la lengua demostrando que muy maduro no era la verdad. Ese enano, me sacaba más de media cabeza, iba a ser tan alto como Roy y
Ailan. En la clínica me hicieron varios tratamientos, uno para bajar mis niveles hormonales y regular mis ciclos menstruales, el otro para aumentar la productividad y maduración de mis óvulos, durante esas dos semanas se trató mi salud, y también me sirvieron para recoger las pruebas que los detectives contratados pudieran reunir contra la madre de Walter. No me podía creer lo que descubrí sobre la verdadera razón por lo que la madre Walter me había estado dando esas sustancias, que consisten en una mezcla de anticonceptivos y drogas que provocaban la esterilidad en las mujeres, según habían descubierto en la clínica, tras varios estudios. Esa maldita loca desquiciada, lo hizo para ocultar una verdad más increíble, que ni siquiera tenía que ver conmigo. Al parecer, cuando Walter era un niño, por una negligencia de su niñera, sufrió paperas, que lo dejaron estéril, afectando a la movilidad de su esperma. Esta era una enfermedad que la zorra de Evelyn ocultó a su hijo, y a su mari
Ailan. - “¿Enserio que vas a ir vestida así a la fiesta, Wendy?”- me dijo mi hermano al bajarse de la limusina al verme salir de mi edificio, cuando el chofer de Roy me abrió la puerta del vehículo No hacía falta que el viniera a recogerme, ya que entre mi ático y el suyo podíamos ir caminando, ya que los edificios estaban casi juntos, solo los separaban la plaza con jardín entre los modernos edificios, frente al rio. El uso de esta hermosa zona natural y abierta era exclusivo, de uso común y privado, de los inquilinos de los dos edificios. - “¿Qué problema hay con este precioso vestido, obispo Roy?”- le dije burlándome de él, esperando que empezara con sus tonterías de rígido puritano, controlador. - “¿Que es demasiado sexy?”- dijo Arturo con una expresión que daba a entender que, para él, la palabra sexy, referida a una de sus hermanas, era algo que no podía ir en una misma frase. Para mis hermanos, nosotras, sus hermanas, incluido yo que estaba casada, éramos como las monjas de
Ailan. Antes de salieran los tres de la cama, hice algo que sorprendió a todos, hasta a mi hermano, saque mi móvil, y tome una foto de los tres desnudos sobre la cama, mientras ellos gritaban avergonzados, y trataban de cubrirse sin éxito. Los amigos de mi hermano arrastraron fuera de la habitación, cubiertas con la colcha de la cama, y sus ropas, a las dos zorras con las que mi marido había retozado en la cama. Y Roy me miro a los ojos, y con eso ojos tan parecidos a los míos, me dijo sin palabras, que iba a salir, pero que no iba a estar muy lejos. De seguro, y conociéndolo, no se alejaría de la puerta de la habitación. Finalmente, salió de la habitación no sin antes advertirle, con la mirada, a Walter, que no se iba librar de él. Cuando nos quedamos solos, mientras él intentaba sostener las sábanas para cubrirse, nuestras miradas coincidieron. En un principio, Walter parecía arrepentido, y nervioso, mientras yo le miraba como nunca lo había mirado, con odio e ira. - “Creo …
Ailan. - “Señorita Miller, la señorita Müller ya está bien, le hemos dado una medicación que contrarrestar la droga que le han dado, dormirá toda la noche, si quiere puede retirarse a descansar, y volver por la mañana. “- me dijo el doctor de cincuenta años, que me miraba con cierto nerviosismo. Al parecer, en el hospital privado donde llevó a Hanna, no estaban acostumbrados a ver a una mujer con traje rojo de lentejuelas, muy indecente, las miradas curiosas y sorprendida de muchas enfermeras, enfermeros y demás personal del hospital, incluidos los pacientes, lo confirmaban. Por órdenes de Gordon, fuimos llevados al hospital privado más caro de Londres, aquel al que sólo asisten los que tienen una cuenta de más de ocho ceros. Ni me preocupé, si todo era como yo pensaba, los gastos médicos de la señorita Müller, estaría más que cubiertos, si no por mi desconocido y extraño hermano, lo estarían por mí. Sentía una total empatía por esa guapa y deseable mujer de ojos alucinantes, de
Ailan. Nada más entrar la suite, recibí de nuevo una llamada de Christine. - “He investigado todo, y es increíble, además, te he anulado esa cuenta, ese desgraciado, y su madre te han estado robando desde el mismo día que te casaste con él. He pasado todo el dinero que tenías en esa cuenta, y el sueldo de este mes, que aún no lo habían ingresado, a la cuenta que tienes para incidencias, a partir de ahora tu sueldo se ingresará ahí, ahora mismo hay ciento diez mil libras. Te he transferido ocho mil libras a la tarjeta de tienes de prepago negra, para que la uses por ahora, hasta que nos envíen la tarjetas nuevas.”- me dijo. Que la bruja de Evelyn hubiera metido mano en mis cuentas, no me extrañaba. De esa mujer se podía esperar de todo. - “Gracias, dulce Christine, me quedaré esta noche en la suite presidencial del hotel Royal de la cadena, avisa para que todo quede pagado con mi crédito.”- le dije. Yo sabía que, desde que dijeron mi nombre en la recepción, el director del hotel n
Finlay - “Este todo preparado en su suite, señor Alacintye, el señor Duncan, le ha dejado un regalo en su suite, dice que usted sabrá de que se trata.”- me dijo la recepcionista mientras yo recogía mi llave electrónica. Un mal presentimiento llegó a mi cabeza, nada que viniera de esos dos piratas era bueno, más bien solía meterme en problemas, bueno para ser sinceros, no es que yo sea un santo, en más de un problema había metido a Oliver y a Murray, sólo por nuestra turbia y peligrosa amistad. Los tres vivíamos para hacérnoslos pasar mal entre nosotros, era de las mejores amistades, donde la confianza es absoluta. - “¿Qué se le habrá ocurrido a ese desgraciado?.”- pensé mientras subía con uno de mis escoltas a mi suite. Entramos en la suite, y Fred, mi jefe de mis escoltas, indicó al botones dónde podía dejar mis maletas, y como debían colocar mis cosas en el vestidor. - “Fred, pide algo para cenar, luego me daré una ducha, cuando llegué la cena puedes irte a tu habitación. Maña
Ailan. - “¡Es … imposible que ya haya llegado!.”- exigí indignada en la recepción. La recepcionista, que trataba de disimular a duras penas, la incomodidad que sentía de que una mujer semi desnuda, borracha, con un traje que parecía más un camisón sexy que un vestido de noche de seda roja, estuviera a esas horas de la noche, exigiendo un hombre tipo semental, para que tuviera sexo con él. Ni siquiera notaba las miradas de los pocos clientes que caminaban a esas horas por el vestíbulo del hotel. Sólo la voz tranquila, y algo afectada, de la recepcionista me hizo calmarme. - “Señorita Miller, su acompañante de esta noche acaba de subir a su habitación ahora mismo, debe de estar esperándola.”- me dijo haciéndome sonreír. - “¡Perfecto! Que no nos molesten”- dije dirigiéndome con algo de desequilibrio por el alcohol, y eso malditos tacones, que hacía años que no me ponía, hacia al ascensor. Mientras subía, algo de mi valor anterior, se tambaleo. En el viaje a recepción, y la media h