Finlay
- “¿Al final te decides o no? ¿O vas a continuar en tu despacho de todo poderoso CEO, en Edimburgo? Eres el ser más raro del mundo, tienes dos compañías navieras, y tres aerolíneas comerciales, y odias viajar, y eso que vivimos en una puta isla, tienes que mirarte eso, Connor MacLeod.”- me dijo esa piedra en el zapato que llevaba arrastrando años, Oliver Duncan, uno de los dos únicos amigos que me había quedado tras que casi quebrara la compañía de mi padre, la cual tuve que sacar con mi esfuerzo con apenas veinte años.
Oliver, Murray y yo habíamos estudiado juntos, y cuando la empresa de mi familia cayó en desgracia, y mi padre falleció, intentando salvarla, Oliver se impuso a su padre como el heredero de Duncan Architecture Firm, para que continuara cumpliendo los contratos que tenían con nuestra empresa, haciendo que lo transportes de materiales a las obras de esa empresa de arquitectura, que tenían por todo el mundo, continuara, ayudándome así a salir del hoyo en que había caído la empresa. Otras empresas los imitaron, manteniéndose fieles a los contratos que habían firmado con mi padre, y esto unido a mi capacidad para buscar nuevas estrategias de mercado, ha hecho que pocos años mi empresa se transforma en un grupo de empresas de logística y transportes de mercancía y comercial, puntera.
- “No es que odie viajar, lo que no me gusta es no poder controlar, ir de pasajero es lo que no me gusta, me gusta más estar sentado en los controles, Oliver Twist”- llamándole por el apodo que le pusimos en el internado donde estudiamos él, Murray y yo, desde los siete años hasta que fuimos a la universidad.
Era muy común en el internado, que nos pusiéramos apodos, era una forma de romper con la estricta educación y normas a la que nos sometía el claustro de profesores y la dirección del colegio privado, que tenían la antigua norma, obsoleta, de que con rigidez y disciplina se forman los futuros exitosos lideres.
A Oliver, se le llamó Oliver Twist, por aun siendo el más bajito de todos nosotros, debido a que su madre era inglesa, y por eso no había heredado la altura descomunal de su padre y de la mayoría de los escoceses, era un maldito provocador, y siempre llevaba lo que deseaba a término, así tuviera que sacrificarse por los demás, era un negociador nato.
A mí se me llamó Connor MacLeod, como el famoso protagonista de una película de los ochenta, sus semejanzas conmigo era que aparte de ser fuerte, alto y musculado, el protagonista era inmortal, nada lo destruía. Esto vino de que siempre que había peleas, entre nosotros, o con otros internados, a escondidas de los profesores claro, siempre acabamos los mismos tres de pie, tras la contienda a puñetazo, piedras, palos o lo que fuera.
Oliver Twist, Sean Connery, cuyo nombre real, era Murray Campbell un guaperas que daba ostias como panes, que hoy aparte de un gran amigo, es actor en Hollywood, y finalmente yo, de aquí me venía mi apodo, porque mientras los otros dos estaban algo desmejorados, yo me mantenía en pie con ganas de más. Como el protagonista, mi lema a la hora de pelearme es el mismo que sigo aplicando en mis negociones comerciales. “Sólo puede quedar uno”.
-“¡Ah! por eso es por lo que te sacaste la licencia de piloto, de capitán de marina, por no hablar de la licencia de camiones, tráiler y demás, si quisieras podría llevar tu sólo todos los trasportes que hacen tu gente, por todo el mundo. Siempre te lo diré, eres demasiado obsesivo con todo, Connor MacLeod.”- me dijo sin parar de reírse.
Tanto él como yo sabíamos que, no me había sacado todas esas licencias sólo por mi capacidad, casi obsesiva, de control de todo lo que me rodea, que también, además lo hice porque, cuando la empresa familiar cayó, y mi padre murió, tuve que acompañar como uno más a muchos de mis empleados para hacer el reparto de las mercancías, y cumplir lo contratos que teníamos, ya que muchos se fueron con los Reid, y otros buscaron empresas más seguras, y solventes.
Sólo los que se quedaron supieron lo que tuvimos que pasar para salvar la empresa, vuelos nocturnos y peligrosos con los tres aviones de carga que nos quedaron, transportes de tráileres por toda Europa con escasamente cuatro camiones, travesías por todo el mundo con los dos únicos cargueros que no se habían llevado los Reid, por ser muy antiguos.
- “Venga ya, al grano, ¿qué es lo que pretendes? ¿que están importante para que yo viaje a Londres la semana que viene?, Cuéntame, y no te vayas por las ramas, Oliver Twist, que nos conocemos, seguro que me tienes algo preparado.”- le dije volviendo a leer el contrato que tenía delante, las llamadas de esos dos salvajes, Oliver y Sean, siempre me distraían, tenía una vida demasiado ocupada, como para perder el tiempo con sus juegos.
- “Me hieres muy profundamente, ¿Cuándo te he metido yo en un lio?”- me preguntó haciéndome reír.
- “En las últimas semanas, en ninguno, pero eso es porque permanezco a miles de kilómetros de ti, si hasta estoy pensado en ponerles una orden de alejamiento, mi vida es más tranquila, y menos problemática, lejos de ustedes dos.”- le dije fingiendo desinterés, sabía lo que le fastidiaba a Oliver.
- “Pues te jodes, me voy a casar y eres mi padrino, tú y ese guaperas endemoniado, que de seguro me va a arruinar la boda, cuando todas las mujeres lo vean entrar, y comiencen a perseguirlo. ¿Crees que se dejara poner un antifaz? Eso, no servirá, se verá aún más atractivo y enigmático, ¡Jodido guaperas!”- me dijo Oliver hablándome a mí, al mismo tiempo que hablaba consigo mismo, algo muy normal en él.
Yo por mi parte estaba totalmente sorprendiendo, ¿Ese “huérfano” indecente, y peligroso de cuento, casado? El mundo había salido de su órbita.
Finlay - “Dime la verdad, ¿tu futura esposa tiene problemas mentales, o algo de eso?, ¿La drogaste para que dijera que sí? ¿Verdad?”- le dije sin salir de mi asombró. - “’ ¡Gilipollas! Llevo enamorado de esa mujer desde hace un año, y por fin la convencí, no es tan extraño. ¡Joder!”- me dijo, y supe en seguida que no se trataba de la mujer por la que él ha estado obsesionado, la segunda hija del conde Lascalles, Daisy Lascalles. Oliver siempre había enamorado de ella desde el primer día que la vio, a los ocho años, y ella tendría seis. Los Lascalles habían llegado al internando para llevar al primogénito de los Lascalles, Vermont. Oliver se quiso hacer amigo de Vermont que era dos años mayor que nosotros, para así poder conocer a esa preciosa niña de pelo dorado, y ojos marrones. Pero Vermont era un maldito esnob que sólo se trataba con los de su clase social, y pronto comenzó una guerra, que duraba hasta el día de hoy, entre esos inglesitos gilipollas, y nosotros los highlander de
Ailan. Tras una mañana de pruebas ginecológicas y analíticas, la respuesta a la última de las pruebas no la entendía del todo. Tras los resultados de la analítica que me habían hecho de mi carga hormonal, cada vez me sentía más confusa, según esa prueba tenía una carga hormonal, fuera de lo común. Caminaba cerca de la cafetería del hospital, como una zombi, cuando decidí entrar a sentarme, no me sentía bien, necesitaba algo fuerte, mejor sería un coña, pero en la cafetería de un hospital no se servía alcohol, así que me conformaría con un café cargado. Nada más entrar en la cafetería, entre tanta gente y batas blancas, alguien que reconocí, me llamó la atención, y sin pensarlo me acerqué a ella. Estaba distraída desayunando, y sólo cuando estuve casi sobre ella, levantó la vista para ver quien se había acercado a su mesa. - “Creo que nos conocemos, estabas con mi marido en esa fiesta”- le dije mientras trataba de que los nervios que me comían por dentro, y la incertidumbre no se
Ailan. - “Gracias por llamarme, eres un ángel, si no es porque te tengo de espía, o Roy a Angus, mi padre nos la hace como siempre, Connelly.”- le dije por teléfono a la hija de mi madrina, los mejores amigos de mis padres. - “Para eso estamos, ya Angus había avisado a primo Roy, pero al parecer estos viejales, se adelantan siempre a los planes que ellos mismo hacen. Si no es porque pasaba por el despacho de mi padre, mientras organizaba con tío Norman, el viaje a Londres, para que no se enterara tía Yvaine, y mi madre, esos dos revoltosos maduritos, se salen con la suya.”- me dijo Connelly Blake, una jovencita de diecisiete años, que cumpliría muy pronto dieciocho, la única hija del mejor amigo y antiguo asistente de mi padre, Jason Blake, y mi madrina y mejor amiga de mi madre, Kimberly Blake. La verdad es que este planificado control para la protección entre los hijos de las dos familias la comenzó mi hermano Roy y mi primo Angus, cuando éramos niños. Con los progenitores que te
Ailan. - “Dime la verdad Ailan ¿qué es lo que sucede?”- me dijo mi padre mientras cenábamos. Había tardado casi toda la tarde en hacerme esa pregunta, cuando yo pensaba que me lo haría desde que saliéramos del despacho de Arturo. Mi padre es un ser directo, como Roy, no le gusta irse por las ramas. Pero al parecer había cambiado de estrategia empresarial conmigo, esa tarde me llevó de compras, ya que como dijo hacía años que no mimaba a su princesa, mientras los escoltas se encargaban de protegernos, y yo no puede eludirlos, como me hubiera gustado, como había hecho estos últimos cuatro años, cuando mi identidad ha estado encubierta. Pero lógicamente si voy de comparas con unos del empresario más importante del sistema empresarial mundial, lógicamente la seguridad se da por descontada, además no quería que mi padre preguntara, pero trataba de pasar desapercibida. Si mi padre encontraba extraño que su hija mayor, fuera con gafas de sol y un gorra de lana tipo bolina, junto a un eno
Ailan. - “¡Robin, Amelia! , ¿quieren dejar de buscarse entre los dos? ¡Malditos, niñatos pesados!”- me queje, durante el trayecto que hicimos toda la familia, a la mansión de Arturo, que estos días se convertiría en la sede central del imperio Miller. Mis dos hermanos, los menores, como toda una hermana mayor que adora a sus hermanos, y que siempre los vería así, pequeños, a pesar de que ellos ya no eran niños. En el caso de la nada femenina y decidida de Amelia Earhart, que en realidad se llama Amelia Paula Miller, tenía veintiún años. En el caso del enano terrorista de Robin Hood, o mejor dicho Marcus Philip Miller, tenía dieciocho años de edad. Pero como siempre, eran insoportables cuando estaban juntos. - “¡Eh, Wendy! que a ti no te guste crecer, no se nos aplica a nosotros, ¡Ni que fuéramos los niños perdidos, no te fastidia!”- se quejó Robin sacándome la lengua demostrando que muy maduro no era la verdad. Ese enano, me sacaba más de media cabeza, iba a ser tan alto como Roy y
Ailan. En la clínica me hicieron varios tratamientos, uno para bajar mis niveles hormonales y regular mis ciclos menstruales, el otro para aumentar la productividad y maduración de mis óvulos, durante esas dos semanas se trató mi salud, y también me sirvieron para recoger las pruebas que los detectives contratados pudieran reunir contra la madre de Walter. No me podía creer lo que descubrí sobre la verdadera razón por lo que la madre Walter me había estado dando esas sustancias, que consisten en una mezcla de anticonceptivos y drogas que provocaban la esterilidad en las mujeres, según habían descubierto en la clínica, tras varios estudios. Esa maldita loca desquiciada, lo hizo para ocultar una verdad más increíble, que ni siquiera tenía que ver conmigo. Al parecer, cuando Walter era un niño, por una negligencia de su niñera, sufrió paperas, que lo dejaron estéril, afectando a la movilidad de su esperma. Esta era una enfermedad que la zorra de Evelyn ocultó a su hijo, y a su mari
Ailan. - “¿Enserio que vas a ir vestida así a la fiesta, Wendy?”- me dijo mi hermano al bajarse de la limusina al verme salir de mi edificio, cuando el chofer de Roy me abrió la puerta del vehículo No hacía falta que el viniera a recogerme, ya que entre mi ático y el suyo podíamos ir caminando, ya que los edificios estaban casi juntos, solo los separaban la plaza con jardín entre los modernos edificios, frente al rio. El uso de esta hermosa zona natural y abierta era exclusivo, de uso común y privado, de los inquilinos de los dos edificios. - “¿Qué problema hay con este precioso vestido, obispo Roy?”- le dije burlándome de él, esperando que empezara con sus tonterías de rígido puritano, controlador. - “¿Que es demasiado sexy?”- dijo Arturo con una expresión que daba a entender que, para él, la palabra sexy, referida a una de sus hermanas, era algo que no podía ir en una misma frase. Para mis hermanos, nosotras, sus hermanas, incluido yo que estaba casada, éramos como las monjas de
Ailan. Antes de salieran los tres de la cama, hice algo que sorprendió a todos, hasta a mi hermano, saque mi móvil, y tome una foto de los tres desnudos sobre la cama, mientras ellos gritaban avergonzados, y trataban de cubrirse sin éxito. Los amigos de mi hermano arrastraron fuera de la habitación, cubiertas con la colcha de la cama, y sus ropas, a las dos zorras con las que mi marido había retozado en la cama. Y Roy me miro a los ojos, y con eso ojos tan parecidos a los míos, me dijo sin palabras, que iba a salir, pero que no iba a estar muy lejos. De seguro, y conociéndolo, no se alejaría de la puerta de la habitación. Finalmente, salió de la habitación no sin antes advertirle, con la mirada, a Walter, que no se iba librar de él. Cuando nos quedamos solos, mientras él intentaba sostener las sábanas para cubrirse, nuestras miradas coincidieron. En un principio, Walter parecía arrepentido, y nervioso, mientras yo le miraba como nunca lo había mirado, con odio e ira. - “Creo …