Ailan.
Mientras seguía pensando en mi pasado, comencé a prepararme, pese al dolor, para ir a mi trabajo, después de lo que acaba de escuchar no deseaba quedarme ahí, además que importaba lo que dijera la bruja de mi suegra, yo sabía que Walter me amaba, y con eso me bastaba.
La verdad fue que, al año de estar trabajando en Londres, conocí en una fiesta de su empresa a Walter, mi actual marido. Era muy romántico y atento, y sobre todo no me buscaba por mi herencia, ya que pensaba que era una chica normal. Al principio me resistí, no estaba acostumbrada a que los hombres se acercaran a mí sin control paterno, pero pronto, empecé a ceder a sus atenciones, y salimos, unos meses después, tras la primera vez que pasamos juntos, que fue mi primera vez, que no fue como cuentan en las novelas o mis amigas, la verdad fue dolorosa y desagradable, pero él se comportó como un caballero conmigo, después de saber que fue mi primera vez. Fue atento, dulce y cariñoso, fue justo cuando caí enamorada de él. Así que cuando un mes después me pidió que me casara con él, ni me lo pensé. Sólo se lo conté a mi madre, no deseaba que la horda de hombres furiosos, y sobreprotectores Miller, ahuyentaran a Walter, no era muy fuerte psicológicamente, ni físicamente, aunque si es muy atractivo, de hecho, aún vivía con su madre cuando lo conocí.
Así que me casé primero, alegando que tenía que ser en el ayuntamiento, por lo civil, porque mi familia vivía en Nueva York, y no podía viajar, que cuando pudieran hacerlo, haríamos una boda religiosa.
Al contrario de lo que esperaba la madre de Walter, estaba encantada de que no hubiera tanto gasto para la boda, pese a que fui yo quien lo pagaría todo, ya desde entonces debí sospechar que a mi suegra yo no le gustaba, aunque lo disimulaba muy bien, nunca daba entender su disgusto delante de mí.
Cuando, una vez casada enfrenté a los varones Miller, en especial a mi padre, el cielo se abrió en canal literalmente, pero gracias a dios tenía a mi madre de mi lado. Lo que mi familia no sabe, ni siquiera mi madre, es que me arrepentí muy pronto de haberme casado, ya que Walter no es lo que yo esperaba es un hombre muy débil, y muy dependiente, sobre todo de su madre.
Pero soy una Miller, el fracaso no está en mi vocabulario, ni loca iba a dejar de luchar por mi matrimonio, aún amo a mi marido, y haré lo que sea para salvar mi matrimonio, hasta aguantar las impertinencias de mi suegra. Peor sería la reacción de mi hermano mayor y mi padre, demostrando que ellos tenían razón, sólo de pensarlo me hecho a temblar. Pero ¿qué puede salir mal de todo esto, si me esfuerzo? ¿Qué creéis?
Cuando llegué al trabajo, nadie me esperaba, de echo todos se sorprendieron, en especial mi asistente, Christine Stuart.
- “¿No tenías que descansar, Ailan? No tienes buena cara.”- me dijo mirando mi expresión.
La verdad era que desde que había salido de mis mercedes, un coche que compré de segunda mano, para cubrir mi nueva identidad, los cólicos habían aumentado de intensidad, tenía que llegar a mi despacho, y tomar un calmante, o me desmayaría de dolor.
No me gustaba tomar medicación, si no me la recetaba el médico, sobre todo porque tengo una alergia a los medicamentos que contengan penicilina, ya, aunque sé que los calmantes no lo contienen, siempre me gusta asegurarme primero.
- “¡Estas horrible!”- sentenció Christine finalmente siguiéndome a mi despacho.
- “Me siento horrible, pero gracias por apuntarlo.”- le dije sentándome pesadamente en mi cómodo sillón de mi despacho.
Mi asístete se dirigió directamente a la gaveta donde yo tenía el calmante para mis cólicos. Y me dio dos pastillas con un vaso de agua. Me las tragué enseguida, mientras mi atenta asistente me colocaba una botella de agua caliente en mi bajo vientre.
- “Tienes que llamar a tu ginecólogo, esto no es normal.”- me dijo y yo asentí, lo iba hacer, pero no haría ahora, y no cuando comenzaba a remitir el dolor, poco a poco.
Pronto el color de mi cara cambió, gemí de placer y de alivio al comenzar a sentirme como una persona.
- “Ha llamado esta mañana Bruno, le he dicho que hoy no venías, que estabas enferma, y se ha puesto muy nervioso, hasta le oí decir a ese histérico siciliano, “¡Esto es malo! ¡Esto malo!” en su idioma.”- dijo Christine, riéndose.
Entendí por qué se reía y la familiaridad que tenía Christine con Bruno Barone, pocos, contados con una mano, en la empresa sabían que esa mujer pelirroja de ojos verdes oscuros, y cuerpo de madona, con curvas increíbles, estaba casada con el gerente de mi empresa, ella en realidad era Christine Barone, pero lo mantenían oculto, por cuestiones de trabajo.
Fue por esa razón que ella pasó a ser mi asistente, debía tener alguien que conociera mi secreto, y que fuera de fiar, esa sólo podía ser la mujer del Gerente General y presidente de London Miller Construction, Bruno Barone, un maduro cuarentón, un estilizado y atractivo dandi italiano con mucha clase, además de que era muy simpático.
- “¿Qué le hiciste Christine?”- le pregunté sonriendo.
Desde que los conocía, hace ya casi tres años, esos dos eran la pareja más divertida, y cómplice que había conocido nunca, les encantaba gastarse bromas, y jugar a juegos picantes, su humor siempre coincidía, pese a que ella era una galesa, con un genio importante, y él un siciliano de fuerte carácter.
- “Simplemente le dije en italiano, que no tenía que ponerse trágico, para que yo fuera a su despacho para consolarlo, que esperara a que estuviéramos en casa, y allí podría ponerse todo lo trágico que quisiera, ¿te puedes creer que me colgó?, ese maldito siciliano llorón se ahoga en un vaso de agua.”- me dijo mi asistente muerta de risa.
- “Subiré a ver que quiere, no sé por qué siempre que lo retas, y se pone tonto, debo subir yo a arreglarlo. Avisa a Coral que voy a subir, sabes cómo se pone si no tienes la cita concertada, o no la has avisado antes de que vayas.”- le dije a Christine.
- “Lo hace porque Bruno se lo ha ordenado, no quiere que lo asalte en su despacho, la última vez que subí, para “hacerlo sufrir” un poco, casi nos pilla el presidente de Acciona, ahora me tiene castigada.”- dijo Christine, cogiendo el teléfono para llamar a Coral Hamilton, la asistente de la gerencia.
Mientras subía en el ascensor no paraba de reír, como me encantaría que mi relación con Walter fuera como la que tenían Christine y Bruno, o mis padres, pero por ahora no lo había logrado, tendría que seguir intentándolo.- "Buenos días Coral, creo que el señor Barone me está esperando."- le dije con mi voz de empleada competente.- "Si hace ya dos horas, pero me dijo Christine que estabas enferma, ¿Qué haces aquí ahora?."- dijo la asistente con imparcialidad.Coral no era el alma de las fiestas, y era hasta antipática, pero era una de las mejores asistentes de la empresa después de mi Christine, claro.- "Ya me repuse, así que me quedaré hasta tarde para suplir las horas que no asistí."- le dije seria, esperando que me dejara pasar al despacho.Coral me miró con esa mirada de mujer de cincuenta años, que está de vuelta de todo. Su mirada me decía que claro que debía de quedarme y cumplir con mis obligaciones. Esa intransigente mujer sería el sueño de cualquier empresario japones.- "
Finlay.- "No sé por qué siempre me tienes que llevar el contrario hijo, Elise Reid, es un muy buen partido para ti, hija del ex socio de tu padre, volverían a unirse las dos empresas de nuevo. ¿no ves las ventajas?, y todo eso lo llevarías tú, tu serías el presidente, y el mayor accionista de las dos empresas, Elise no le gustan los negocios le gusta más ser una mujer de sociedad, y..."- la mire serio interrumpiendo a mi madre con una mirada que no admitía un comentario más, mi mirada era muy parecida a la que tenía mi padre, y con la señora Alacintye, siempre había funcionado.- "Mamá ¿Crees que voy a casarme con la hija del hombre que traicionó a nuestra familia, dejándonos prácticamente en la banca rota? ¿Con el responsable de que mi padre muriera de agotamiento por evitar que su empresa naufragara? Llevó casi cinco años, desde que me gradué en la universidad, luchando para que el último esfuerzo de papá no haya sido en vano, para proteger la empresa familiar y de paso vengarme de
Ailan.- "¿Qué has hecho qué?"- le pregunté tras salir de la habitación donde el asistente de Roy, Gordon, me llevó, desde mi ático, a uno de los hoteles de grupo Miller, que era donde se celebraba el evento.Allí en la habitación presidencial me esperaba el idiota de Roy, y tras una de nuestras muchas discusiones sobre el hombre que ama, mi marido, al que mi hermano no aceptaba, porque dice que no me merecía, que ocultaba algo, terminamos como siempre retándonos.Así que antes de subir al ascensor que nos llevaba a la fiesta, donde Roy me había enseñado, después de que él babeara por las imágenes de una atractiva mujer con un traje rojo, que despertó el interés de mi hermano, algo raro en él, la imagen de Walter, al que yo creí de viaje de negocios, así que tuve que tragarme durante unos segundo la sorpresa y el desconcierto, pero me di cuenta que yo tampoco podía pedirle sinceridad completa, cuando yo no lo estaba siendo, así que decidí que yo confiar en él, algo debía de haber pasa
Ailan.- "¿Quién es ella?"- preguntó mi hermano cuando al bajar del ascensor nos vimos a Walter hablando con la preciosa mujer de rojo que había llamado la atención de mi hermano.Me sentí incomoda, la actitud de la preciosa mujer no denotaba un interés especial por su parte, hacia mi esposo, pero la actitud de Walter era diferente, se mostraba muy concentrado mirándola, como si ella estuviera diciéndole algo muy interesante, incluso cuando ni hablaba.- "Creo que es una de las acompañantes, que ha contratado el hotel para que se relacionen con los invitados, pertenece a una empresa de Damas de compañía."- dijo Gordon el asistente de Arturo, haciéndome sentir más tranquila, conocía las reglas de la agencia de modelos, y el sexo estaba totalmente prohibido, pero la sensación de incomodidad seguía ahí, algo estaba mal.- "¿Damas de compañía?"- la relación de mi hermano era de desagrado, al parecer no le gustaba las estrategias de márquetin de algunos hoteles de la cadena.Yo conocía las
Ailan.Mientras mi marido me abrazaba, para el mundo no había un hombre que amara más a una mujer, que como me amaba Walter a mí. Y como siempre, me sentí culpable de nuevo, algo me decía que, entre los dos, él era el que más me quería, ya que él se había entregado a mí, totalmente sin secretos, ni mentiras.En cambio, yo le mantenía oculta una parte de mi vida. Quizás, había metido la pata, quizás, yo era un estúpida, pero no podía dejarme vencer así ante el primer tropiezo desde que estábamos casados, fue por esto, y porque soy una Miller, que considera que el fracaso no estaba en mi vocabulario, que, abrazándolo, lo perdoné.Me dejé arrastrar en sus brazos hacia la habitación que tenía Walter reservada, que al contrario de lo que me había dicho Roy, y Walter me aclaró, cuando llegamos a ella, era solo para dormir en ella esa noche, ya que había asistido a ese evento, antes de viajar, para acompañar a su jefa que estaba en la fiesta, y que seguramente ahora estaba enfadada por irse
Finlay- “¿Al final te decides o no? ¿O vas a continuar en tu despacho de todo poderoso CEO, en Edimburgo? Eres el ser más raro del mundo, tienes dos compañías navieras, y tres aerolíneas comerciales, y odias viajar, y eso que vivimos en una puta isla, tienes que mirarte eso, Connor MacLeod.”- me dijo esa piedra en el zapato que llevaba arrastrando años, Oliver Duncan, uno de los dos únicos amigos que me había quedado tras que casi quebrara la compañía de mi padre, la cual tuve que sacar con mi esfuerzo con apenas veinte años. Oliver, Murray y yo habíamos estudiado juntos, y cuando la empresa de mi familia cayó en desgracia, y mi padre falleció, intentando salvarla, Oliver se impuso a su padre como el heredero de Duncan Architecture Firm, para que continuara cumpliendo los contratos que tenían con nuestra empresa, haciendo que lo transportes de materiales a las obras de esa empresa de arquitectura, que tenían por todo el mundo, continuara, ayudándome así a salir del hoyo en que había
Finlay - “Dime la verdad, ¿tu futura esposa tiene problemas mentales, o algo de eso?, ¿La drogaste para que dijera que sí? ¿Verdad?”- le dije sin salir de mi asombró. - “’ ¡Gilipollas! Llevo enamorado de esa mujer desde hace un año, y por fin la convencí, no es tan extraño. ¡Joder!”- me dijo, y supe en seguida que no se trataba de la mujer por la que él ha estado obsesionado, la segunda hija del conde Lascalles, Daisy Lascalles. Oliver siempre había enamorado de ella desde el primer día que la vio, a los ocho años, y ella tendría seis. Los Lascalles habían llegado al internando para llevar al primogénito de los Lascalles, Vermont. Oliver se quiso hacer amigo de Vermont que era dos años mayor que nosotros, para así poder conocer a esa preciosa niña de pelo dorado, y ojos marrones. Pero Vermont era un maldito esnob que sólo se trataba con los de su clase social, y pronto comenzó una guerra, que duraba hasta el día de hoy, entre esos inglesitos gilipollas, y nosotros los highlander de
Ailan. Tras una mañana de pruebas ginecológicas y analíticas, la respuesta a la última de las pruebas no la entendía del todo. Tras los resultados de la analítica que me habían hecho de mi carga hormonal, cada vez me sentía más confusa, según esa prueba tenía una carga hormonal, fuera de lo común. Caminaba cerca de la cafetería del hospital, como una zombi, cuando decidí entrar a sentarme, no me sentía bien, necesitaba algo fuerte, mejor sería un coña, pero en la cafetería de un hospital no se servía alcohol, así que me conformaría con un café cargado. Nada más entrar en la cafetería, entre tanta gente y batas blancas, alguien que reconocí, me llamó la atención, y sin pensarlo me acerqué a ella. Estaba distraída desayunando, y sólo cuando estuve casi sobre ella, levantó la vista para ver quien se había acercado a su mesa. - “Creo que nos conocemos, estabas con mi marido en esa fiesta”- le dije mientras trataba de que los nervios que me comían por dentro, y la incertidumbre no se