Sentimientos encontrados, colisionados, ¡estallando como el maldito Vesubio!
Leo gritaba internamente más de lo que gritaba su boca, porque aunque la mujer frente a él se disculpaba de todas las formas posibles, aquellos ojos parecían gritarle: "¡Échate, perro!"Su boca decía:—¡Me voy a asegurar de que nunca olvides este día! Y el resto de su cuerpo le contestaba:"¡Los azotes en el trasero no dejan marcas, no te entusiasmes tanto!"Finalmente maldijo diez veces antes de volver a subirse al Bugatti porque no tenía más remedio y se largó a registrarse en la recepción del hotel.Angélica, por su parte, siguió su camino hacia la sala de ventas, con media sonrisa de victoria y sin vomitar porque ella ya estaba acostumbrada a aquel olor. El agua de la planta de tratamiento del hotel tenía un olor asqueroso, pero hacía que el césped creciera hermoso y desaparecía en cuanto la tierra lo absorbía. Por desgracia, ella seguía oliendo a pañal de recién nacido cuando entró a la sala de ventas.—¡Por Dios, Angélica, ¿qué demonios te pasó!? —la regañó su jefe y ella entornó los ojos.—Cortesía de un amable huésped —replicó con molestia. A Federico le encantaba buscar excusas para regañarla y esta vez tenía una buena.—¿Y estabas saltando los charcos o qué?—No, Federico, estaba tratando de llegar a mi trabajo, caminando el medio kilómetro que hay desde el estacionamiento de empleados, porque tú eres el único con autorización para estacionar su auto frente a la sala, el resto de nosotros tenemos que caminar hasta aquí —replicó Angélica y lo vio bufar como un toro molesto.—¡Pues igual, no puedes trabajar oliendo de esa manera, así que desanda el medio kilómetro y vete a tu casa! —le ordenó, pero la mujer soltó su portafolio en una silla y negó.—No señor, no voy a perder un día de trabajo porque no es mi culpa. Tengo ropa de repuesto en los casilleros, solo dame la llave de la Habitación Muestra y me ducho en pocos minutos —declaró Angélica estirando la mano con decisión—. No pasa nada porque falte un día a la reunión de la mañana ¿verdad? —apuntó mirando hacia la puerta por donde entraban tarde y atropellándose muchos de sus compañeros.Normalmente Federico le dejaba pasar cualquier cosa a los demás y esa era una de las cosas que ella detestaba de él: tener que ganarse con uñas y dientes lo que su jefe le regalaba a sus compañeros. Su mano se quedó estirada con gesto decidido hasta que Federico no tuvo más remedio que poner en ella la tarjeta magnética.Para cuando Angélica se dio la vuelta, ya Greta, la única amiga verdadera que tenía en aquella sala, se afanaba limpiando su portafolio. Le agradeció a toda prisa y salió apurada hacia su casillero. No había baños con duchas para empleados, pero había una habitación VIP en el hotel que jamás se ocupaba porque era la Habitación Muestra, solo existía para mostrarla a los clientes. En aquel baño se metió, echando instintivamente lo que llevaba puesto a la cesta de ropa sucia, y metiéndose bajo una ducha que era casi lava volcánica, porque sabía que sería la única forma de desprenderse aquel olor de encima.Estaba terminando de vestirse cuando su teléfono comenzó a sonar con insistencia y apenas vio el nombre en la pantalla, Angélica le contestó.—¡Greta! ¿Qué pasa? ¿Ya se acabó la reunión...?"¡Angie, tienes que venir a la sala, ya!", exclamó su amiga y ella se envaró de inmediato.—¿Qué está pasando? —gruñó molesta porque sabía que ese tono significaba algo malo."Acaba de llegar un super cliente, ya sabes, de los que realmente tienen con qué comprar. Lo captaron en Recepción apenas se registró, y según me dijeron estará en la sala en quince minutos", le explicó Greta.—Eso es bueno —suspiró Angélica, que había estado rezando por un cliente así—. En cinco minutos estoy allá..."Pues será mejor que llegues en uno, porque acabo de escuchar a Merea pidiéndole ese cliente al jefe y él tiene cara de que va a aceptar".—¿¡QUÉÉÉÉÉÉ!? ¡Sobre mi cadáver! Angélica maldijo por lo bajo, colgó la llamada y salió corriendo lo más rápido que pudo hacia la sala de ventas. No le extrañaba que quisieran quitarle a ese huésped, sus estadísticas eran de las mejores y ese día le tocaba salir de primera con el mejor cliente disponible que llegara a la sala. Merea, por otro lado, no era una mala vendedora, pero tenía la cochina costumbre de colgarse de Federico solo porque tenía facilidad para arrodillarse debajo de su escritorio... si me entienden.Llegó a la sala con su mejor máscara de diplomacia y se dirigió hacia su jefe, que en aquel momento hablaba con su amante no reconocida.—Es un cliente extra VIP —le advertía—. Está pagando una de las suites Master, de última hora y sin fecha estimada de irse. ¿Sabes lo que eso significa? Registró una tarjeta Centurión en la recepción, así que el tipo está forrado. Es el mejor cliente de la semana, ¡no lo eches a perder! —¿Y por qué tendría que echarlo a perder Merea? —preguntó Angélica llegando junto a ellos y tomando la tabla de asignaciones—. Es un cliente con calificación excelente, le corresponde al primer ejecutivo de ventas en la línea de hoy y esa soy yo. Según las estadísticas Merea está... octava en la lista de salidas del día.Federico puso los ojos en blanco, molesto. Angélica no era de las empleadas sumisas que se tragaban cualquier cuento y se quedaban calladas, así que encajarle el favoritismo que tenía con su amante no era simple.—Merea tuvo una cancelación ayer, debemos darle la oportunidad de...—No, no tenemos —lo interrumpió Angélica—. Así no es como funciona el sistema. Si a Merea le cancelaron fue porque no le hizo un buen seguimiento a su cliente porque es una floja ¿no es cierto, querida? Ayer escuché tu teléfono sonar todo el día y ni siquiera le respondiste a la señora, así que no me sorprende que te cancelara. Frente a ella una pelirroja voluptuosa y con escote pronunciado hizo una mueca.—¿No puedes ser solidaria ni una vez? —le espetó con tono aniñado y molesto.—No, la solidaridad no se come. Me tiene sin cuidado si no puedes hacer tu trabajo, pero no te metas con el mío —sentenció ella que ya estaba cansada de que Merea siempre intentara aprovecharse de la situación para quedarse con los mejores clientes.—¡Ay, Fede, dile algo! Solo es un cliente y yo soy buena vendedora...—La propina por medias horas de placer no se considera "venta" —siseó Angélica y se giró hacia su jefe, pero por su expresión ya sabía que pasaría por encima de ella y de todo su trabajo para darle el privilegio a su amante.—Esta sala la dirijo yo, Angélica. El cliente va a ser para Merea y punto. El segundo mejor que entre será para ti —sentenció con descaro y ella tuvo que aguantarse que la pelirroja pasara junto a ella con una sonrisa de arrogante satisfacción."Maldito idiota", gruñó Angélica mentalmente mientras se iba al otro lado de la sala para desahogarse con Greta. Necesitaba tanto conseguir un buen contrato, y le quitaban de las manos a ese cliente que parecía destinado a ella.Se guardó su impotencia y sus ganas de llorar, pero veinte minutos después, cuando por fin el misterioso cliente llegó a la sala, a Angélica casi se le cayó la quijada de la impresión.—¡Joder, joder, joder! —susurró dándose la vuelta para que él no la viera, pero no había dónde esconderse.—¡Jesús, cosita más sabrosa...! —jadeó Greta y su amiga le siseó para que se callara.—¡Es el idiota que me mojó! —le dijo en un murmullo—. ¡Solo es un odioso, arrogante!—¡Ay pero qué odioso arrogante tan bonito...!—¡Greta ya consíguete un vibrador y deja de mirarlo...!Pero precisamente aquel cuchicheo fue lo que llamó la atención.Leo había pasado por tres duchas antes de que fueran a tocar a su puerta para ofrecerle un tour por el hotel. Sabía que esa era la estrategia para llevarlo a la sala de ventas, así que fingió morder el anzuelo y poco después estaba allí, estrechando la mano de aquella mujer excesivamente melosa que parecía a punto de echarse a sus pies. —Mi nombre es Merea Stiglione, y voy a ser su ejecut... En ese momento el cerebro de Leo se desconectó. Esa no le convenía, no iba a aprender nada de una mujer que vendía por su apariencia. Sus ojos pasearon por la sala y de repente la vio, intentando esconderse detrás de una chica más pequeña que ella. Leo no supo decir qué fue, si el traje profesional que no lograba disimular sus curvas o aquellos ojos que echaban fuego, lo cierto fue que aquel latigazo de adrenalina volvió a recorrer su cuerpo y sonrió, dejando a Merea con la palabra en la boca para caminar hacia ella.—¡Señor... espere...! —intentó detenerlo Federico pero Leo solo la señaló.—La quiero a ella —sentenció y Angélica se ahogó con su propia lengua.—Pero señor...—¿Algún problema? —preguntó Leo con voz gélida y grave, y el jefe negó de inmediato.—¡No, claro que no, señor Lombardo! Lo atenderá quien usted prefiera. ¡Angélica! —la llamó y ella no tuvo más remedio que atenderlos.Apenas la tuvo enfrente él miró al jefe de la sala con una expresión que significaba: "Estás sobrando. ¿Qué haces aquí todavía?"Un segundo después se quedaban solos y Leo daba un paso hacia adelante, invadiendo el espacio personal de aquellas mujer con el mayor descaro. —Así que Angélica... —susurró con una voz profunda que le erizó la piel—. ¿No te me quieres restregar ahora que ya estoy limpio?Seamos claros, la situación era tragicómica.Leonardo estaba dispuesto a conseguir experiencia por todos los medios y ella tenía cara de tener esa experiencia. Le había bastado con un leve vistazo para darse cuenta de que a pesar del contratiempo del charco y del agua hedionda, Angélica había vuelto a ser una profesional lista para la batalla veinte minutos después.Gente como ella era la que necesitaba para su sala de ventas, no los flojos llenos de justificaciones que tenía en aquel momento.La miró de arriba abajo y algo dentro de él se encendió cuando se dio cuenta de que la mujer también lo estaba evaluando.Para ella el Bugatti lo decía todo, lo mismo que aquella actitud arrogante de niño rico consentido. Sin embargo en un cliente tenía que ver más allá. A pesar de verse maduro y ser asquerosamente sexy, se notaba que estaba a mitad de los veinte. Era un malcriado, guapo como él solo, pero un malcriado.—Así que Angélica... —lo escuchó susurrar una voz profunda que le aflojaron
Angélica quería ahorcarlo, así, así... ¡con sus manitas! Pero después de todo era la mejor profesional de aquella sala de ventas y no iba a permitir que aquel pe... CEO malo le arruinara la mejor oportunidad que tenía de conseguir el dinero para la beca de su hijo.Clientes impertinentes había conocido muchísimos ya, y cada vez había tenido que tragarse su orgullo porque tenía un adolescente que alimentar y por si no lo saben, bueno... esos comen mucho.Así que levantó la barbilla con un gesto de seguridad y volvió a acercarse a él. Y aunque su gesto no tuvo nada de sensual, fue suficiente para arrancarle a Leo un ronroneo bajo. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran, menos una mujer, pero ella parecía dispuesta a probar sus límites.—Si está escaso de ropa interior, señor Lombardo, por diez mil más le puedo vender una membresía en Victoria´s Secret —murmuró y él estaba listo para contestarle que le compraría una tienda entera solo para que la dejara verla cambiarse, cuando su tel
"¡Sit! ¡Sit! ¡CEO malo!"—¿Por qué le gruñes a tu teléfono? —preguntó Greta y Angélica se sobresaltó, dándose cuenta de que inconscientemente había estado peleándose con su celular.—¡Es que es desquiciante! —exclamó sin poder contenerse—. ¡Ayer le expliqué todo esto, se lo expliqué bien, con flores y abejitas! ¡Y hoy me está preguntando todo de nuevo!Le mostró la pantalla de su teléfono, donde tenía al menos cincuenta preguntas de Leo sobre la membresía, algunas extremadamente detalladas.—Pues ya sabes cómo es, amiga —suspiró Greta—. Los días después de una venta siempre son complicados, así que tienes que cuidar de tu cliente lo mejor posible o ¡puff! comisión evaporada y todo el trabajo habrá sido por gusto.—Ya lo sé, pero te juro que este hombre me saca de quicio —aseguró Angélica—. No me ha dejado trabajar en toda la mañana...Miró su reloj y vio que casi eran las doce del mediodía, el horario en que toda la sala cerraba su operación. En un rincón Merea discutía con Fedederico
Leonardo Greco no tenía idea de lo que era una mujer realmente enojada hasta ese momento, pero su alter ego, Leo Lombardo, estaba a punto de averiguarlo.—¡¿Que tú hiciste qué?! —espetó ella furiosa y él abrió mucho los ojos porque no esperaba que le gritara en toda regla—. ¿¡Te volviste loco!? ¡¿Por qué no me dijiste nada sobre el cambio de reservación?!Leo se limitó a responder con sarcasmo: —El cliente va primero que todo, y yo soy el cliente ¿no?Angélica se quedó boquiabierta y lo miró como si de verdad fuera un cachorro malcriado al que quisiera darle un sopapo en el hocico con un periódico mojado. —¡Tú no eres un cliente! ¡Tú eres un demonio consentido! —espetó sin poder contenerse—. ¿Cómo no me preguntaste si podía quedarme? Si querías un viaje en toda regla me hubieras avisado para ponerlo en orden. —Yo solo fui capaz de ponerlo en orden, ¿cuál es el problema?—¡El problema es que no te importa nadie que no seas tú! ¿Se te ocurrió en medio de tu organización que quizás yo
Angélica apretó los labios intentando esconder la risa porque Leo había pasado a su lado con más ímpetu que Usain Bolt corriendo por el oro olímpico. Por supuesto a Usain Bolt no lo perseguían todos los mosquitos de aquel manglar.Se asomó a la baranda y lo vio zambullirse varias veces, restregándose la cabeza y el rostro a ver si el agua salada le aliviaba un poco las picaduras, y luego levantó el puño en su dirección.—¡Maldita loca, ¿qué me echaste!? —le gritó pataleando para mantenerse a flote y ella ya acabó tosiendo para tragarse la carcajada porque sí que sabía muy bien lo que había hecho.Leo estuvo rascándose en el agua por otros cinco minutos, maldiciendo y refunfuñando hasta que nadó hasta la popa del yate y se subió, chorreando agua, enojado, lleno de puntitos y con una picazón de mil demonios.—¡Lo... lo siento mucho, señor Lombardo! —exclamó Angélica juntando las manos sobre el pecho juntando las cejas con un puchero inocente—. ¡Le juro que esto fue totalmente accidental
Aquella guerra ya estaba declarada, el problema era que Angélica sabía que a pesar de todo llevaba las de perder. Le quedaban seis días, seis vueltas a su infierno personal porque eso era lo que el señor Lombardo se había propuesto ser para ella.Leo la observaba por el rabillo del ojo mientras conducía de vuelta al hotel y no necesitaba que dijera ni una sola palabra para tenerlo alborotado. No necesitaba ni una sola insinuación, porque ella con una de sus camisas ya era una tentación perfecta. —¿Puedes ser honesta conmigo si te pregunto algo? —la interrogó de repente.—¿Cuándo no lo he sido? —replicó ella.—Cierto, muy cierto. OK, soy un cliente molesto, eso me queda claro, entonces ¿cómo es que tienes la sangre fría para lidiar conmigo? Angélica soltó una risita que a él le removió todo dentro.—Bueno... para empezar reconozco que la autocrítica te quedó genial y para seguir, me tomo en serio la regla de "Pamper de custumer".—"Mima a tu cliente" —murmuró Leo.—Exacto. La verdad
Leo se quedó paralizado por un instante. ¿Un hijo? ¿Cómo que tenía...? ¡Bueno no era extraño que las mujeres tuvieran hijos solo que ella no se veía...! ¡Definitivamente no se veía como una mamá!Le tomó algunos segundos dejar de estar aturdida y corrió tras ella escaleras abajo, alcanzándola antes de que lograra salir del edificio y se perdiera en la noche.—¡Espera, Angélica, espera! —le gritó y llegó jadeando a su lado—. ¿Cómo que tu hijo... tienes un hijo?—Pues sí, señor lombardo, tengo un hijo, no entiendo por qué lo encuentra extraño —replicó ella mirando a la avenida a ver si venía algún taxi en el que se pudiera subir, pero Leo se movió ocupándole la vista.—¿Y Gianni es... es su nombre, tu hijo se llama Gianni? —preguntó y el silencio de la mujer fue toda su respuesta—. Creí que Gianni era... bueno... tu pareja.Angélica lanzó un suspiro y negó.—Créeme, una pareja da menos dolores de cabeza que este muchacho. Lo siento, pero ahora mi hijo me necesita y tengo que ir a ayudar
Por un momento Leo se quedó mudo. En la habitación contigua Gianni tocaba como si le fuera la vida en ellos y él no podía evitar estar realmente admirado por su talento. Era tan excepcional que podía interpretar la música de forma única y magistral, como si fuera un viejo y experimentado intérprete y no un chiquillo de diecisiete años.—¿Ese es...? ¿Es tu hijo? —murmuró asomándose disimuladamente al cuarto y vio que el chico estaba tocando con tanta vehemencia como si estuviera en un concierto para mil personas—. ¡Tiene un talento increíble! ¡Es excepcional!Angélica asintió con una sonrisa triste y fue a dejar su bolsa sobre la pequeña mesa de la cocina.—Lo sé, es muy talentoso, casi todo su estudio ha sido autodidacta porque yo... —Suspiró con amargura, pero no valía la pena ocultar su realidad—. Yo no pude seguir pagando sus clases de piano, así que mucho de lo que sabe lo aprendió solo. Incluso consiguió entrar en la mejor escuela de música de la región y consiguió una beca parci