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CAPÍTULO 2. Mamá leona

CATORCE HORAS ANTES

Angélica estaba sentada en una de las salitas de espera de aquel conservatorio junto a decenas de otras madres; y como el resto de los chicos, su hijo de diecisiete años estaba más callado y taciturno a cada minuto que pasaba.

Cuando los llamaban por sus nombres entraban al despacho de admisiones, pero eran contados con los dedos los que lograban salir con una sonrisa.

Angélica tomó la mano de su hijo y la apretó con un gesto de consuelo. Unos chicos salían de allí llorando, otros haciendo un berrinche y otros con la resignación reflejada en el rostro, pero todos sabían a lo que se enfrentaban porque aquella era la academia de música más prestigiosa de la región, así que muy pocos lograban entrar.

Las audiciones se habían hecho a lo largo de toda una semana y Gianni había dado su mejor esfuerzo, pero Angélica sabía que el esfuerzo de su hijo había sido muy superior al de cualquier otro chico de su edad. Gianni no solo tenía una pasión desmedida por la música, sino que había logrado aferrarse a ella a lo largo de todos los malos momentos de su vida, que por desgracia no habían sido pocos en diecisiete años.

—Eres un excelente pianista, hijo, ellos lo verán, estoy segura —intentó animarlo.

Pero la verdad era que ella también estaba nerviosa, no solo por la admisión, sino por el monto de la colegiatura, que en una escuela prestigiosa como aquella, no era nada barata. Así que Angélica no solo estaba rezando por la admisión sino también porque su hijo obtuviera una buena beca.

Finalmente dijeron su nombre y los dos se sentaron en las butacas frente a una de las profesoras.

—Señor De Luca —se dirigió al chico después de saludarlos—. ¡Me alegra comunicarle que ha sido aceptado en esta academia!

Los ojos de Angélica se llenaron de lágrimas mientras Gianni se levantaba como un resorte y la abrazaba.

—¡Lo logré, mamá, lo logré! —exclamó y Angélica lo besó en cada mejilla.

—¡Jamás dudé de ti, hijo, sabía que lo lograrías!

La alegría en aquel momento era perfecta, porque era el esfuerzo de largos años de preparación y sacrificio de Gianni, pero el momento que siguió fue profundamente doloroso, porque la profesora extendió hacia ellos la carta de admisión y de la beca.

—Cincuenta por ciento... —murmuró Angélica leyéndolo y a Gianni se le borró la sonrisa.

—Así es, la academia le ha otorgado una beca del cincuenta por ciento —explicó la profesora—. La inscripción empieza hoy mismo, tienen diez días para hacer el primer pago restante de la colegiatura y en un mes comenzarán las clases.

Gianni también miró el monto en el papel y luego a su madre mientras esta intentaba ocultar su contrariedad. Era demasiado dinero para ellos y sabía que su madre no ganaba eso con facilidad. Desde hacía unos años, cuando Angélica había obtenido aquel trabajo en el hotel Imperatore, las cosas habían ido un poco mejor para ellos, pero sabía que casi todo se iba en pagar deudas que habían adquirido cuando las cosas iban realmente mal.

—¿Esta es toda la beca que pueden darme? —preguntó.

—Sí, es todo lo que podemos hacer —confirmó la profesora—. Lamento si no es muy accesible para ustedes, Gianni es uno de los chicos más talentosos de su generación pero yo no hago las reglas de la escuela, si en diez días no han pagado, su plaza se pasará a otro aspirante.

Angélica lo vio apretar los dientes con frustración, de todas las cosas que no había podido tener en su vida, sabía que aquella en particular era la que lo amargaría para siempre.

—Entiendo —lo escuchó decir devolviendo los documentos—. Quizás el próximo año...

—¡No! —Angélica tomó los papeles y los guardó de prisa—. Inscríbalo, yo encontraré la forma de reunir el dinero.

—Mamá...

—¡Yo voy a ocuparme, Gianni! Déjame esto a mí —le pidió antes de volverse y mirar a la profesora—. Inscríbalo, por favor.

Para cuando salieron de aquella oficina los dos iban con el corazón acelerado y se subieron al viejo auto que con tanto esfuerzo Angélica había logrado comprar un año atrás.

—Mamá, sabes que no tienes para pagar esa colegiatura, no hay necesidad de ilusionarse por gusto —murmuró él mirando por la ventana y Angélica pudo escuchar la decepción en su voz.

Había salido embarazada a los diecisiete años, y aunque las cosas se habían puesto muy difíciles para ella, había mantenido su decisión de tener a Gianni. Por desgracia eso le había valido el rechazo de toda su familia, que esperaban grandes cosas de ella, y había terminado criándolo sola en el otro extremo del país.

Nadie los había ayudado nunca, y aunque Angélica había peleado con uñas y dientes por sacarlo adelante, eso también había significado que durante su infancia no había tenido mucho dinero para consentirlo y comprarle juguetes como todo niño se merecía.

Así que en ese momento, con el futuro de su hijo pendiendo de un hilo, Angélica estaba dispuesta a todo para conseguir el dinero que hiciera falta.

—Yo soy la adulta en esta familia, Gianni, deja que yo me preocupe por el dinero. Tú solo dedícate a estar feliz porque entraste, hijo ¡entraste a la mejor escuela de música! ¡Estoy muy orgullosa de ti! —dijo y lo vio sonreír un poco, aunque seguía sin creer que ella podría lograrlo.

¿Conclusión?

¡Mamá leona se levantó con las garras puestas a la mañana siguiente, lista para comerse al primer cliente que le tocara en la sala de ventas y conseguir el contrato con mayores comisiones...!

...Y ahora estaba allí, bañada de pies a cabeza con el agua de riego del hotel, ¡porque un idiota inconsciente se creía Michael Schumacher y no se había detenido ni un poco al pasar por el endemoniado charco!

Sus ojos se levantaron mientras se sacudía la ropa y apenas vio aquella sonrisa de suficiencia le dieron ganas de retorcerle el pescuezo. Pocas cosas había tan peligrosas como un hombre atractivo, rico y arrogante y él tenía toda la pinta de ser de los que hacían correr a empleados.

—Quizás le convendría ver mejor por dónde camina —lo escuchó decir y la diabla que llevaba escondida dentro explotó en su segundo.

"Otro perro sin educación", pensó furiosa, sin embargo un Bugatti no era un auto cualquiera, así que solo podía ser un huésped y los condenados huéspedes siempre tenían la razón.

Su diabla interna sonrió, porque estaba segura de saber algo que él ignoraba, y cambió el gesto por un inocente puchero.

—¡Por supuesto, lo siento, qué torpe soy! ¿Me puede ayudar... por favor? —casi suplicó mientras alargaba la mano y él cometió el error de recibirla.

¡Lo que pasó después fue total y terriblemente accidental!

Angélica trastabilló en sus tacones y terminó tropezando, levantando toda el agua del charco con sus zapatos, mojándole completamente los pantalones para luego empaparle el resto de la ropa al caer aparatosamente en sus brazos.

—¡Ay qué torpeza, qué torpeza! ¡Dios mío! ¿¡Qué me pasa hoy...!? —exclamaba intentando mantenerse en pie por sí sola pero su debilidad solo conseguía mojarlo más a él.

Leonardo estaba a punto de lanzar una protesta pero en cuanto abrió la boca y tomó aire para gritar, el olor le provocó una arcada.

—¡Santa Mamma! ¿¡Hace cuánto que no te bañas, mujer!? —exclamó alejándola de él pero se dio cuenta de que aquel olor nauseabundo se le había quedado pegado.

—¡Ay qué vergüenza, señor! —chilló Angélica con su voz más inocente—. ¡No soy yo! ¡Es el agua de riego!

—¿¡Cómo que el agua de riego!? —gritó él a punto de vomitar.

—¡Pues es que el hotel es “eco-friendly”, y tiene su propia planta procesadora de residuos! —le explicó juntando las cejas como una cachorrita perdida—. ¡Así que la planta usa los residuos como fertilizante para el césped, con eso lo riegan!

Leo sintió que el mundo se nublaba para él. ¿Agua de residuos?

—¿Quieres decir...? ¿Quieres decir...? ¿Re... residuos? —No podía decir una palabra sin sentir una arcada.

—Sí señor, residuos biológicos, fertilizantes... básicamente... caca.

Angélica se sobresaltó por el grito que salió de la garganta de aquel hombre, pero su diabla interna estaba en las nubes.

—¿¡Y te crees que soy idiota!? —espetó Leo fuera de sí, dándose cuenta de que ella lo había engañado totalmente con esa sonrisita inocente—. ¡Esto lo hiciste a propósito!

—¿Cómo cree, señor? ¡Yo sería incapaz...!

—¡Ahórratelo, mujer, que eres muy evidente! ¡Yo te empapé y para desquitarte tú me empapaste a mí! ¡Esto es una falta grave de respeto y yo soy un huésped importante del hotel! ¡Voy a hablar con el gerente ahora mismo! ¡Dime tu nombre!

Y en ese momento, en ese justo momento, la sonrisa asesina afloja-rodillas y baja-bóxer de aquella mujer afloró.

—Mi gafete está justo ahí —respondió Angélica levantando una ceja desafiante.

Leo vio el gafete boca abajo en medio del charco de agua de riego, y antes de que se atreviera a hacer el primer gesto para alcanzarlo ella se inclinó hacia él.

—Si quiere puede meter la mano ahí y ver mi nombre... —lo retó y lo vio cerrar los puños con tanta duda como impotencia—. Ya sabe... bacterias... inmundicias... agua sucia... ¡caca...!

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