Leonardo Greco miró la preciosa playa tres pisos por debajo de su oficina, y se mesó los cabellos porque intuía que aquel día sería el peor de toda la semana, ¡y vaya que tenía buena intuición, porque no habían pasado ni cinco minutos cuando el abogado principal de su hotel entró sin tocar y con paso apurado!
—¡Emergencia número dos: llegaron los informes y en lo que respecta al trabajo estamos jodidos! —sentenció Aurelio con prisa—. ¡Emergencia número uno: por ahí viene la “Signorina Silicone”!—¿Quién?—¡Tu novia!Leo puso los ojos en blanco y se levantó abotonándose el saco mientras aquella despampanante mujer entraba taconeando.—¡Leonardo, querido, ¿cómo me dejas en “visto”? Te estoy invitando a un “brunch” con mis amigos, es importantísimo que vayamos y... —Belina se detuvo al ver la expresión impasible de su novio.—Lo siento, Belina, pero hoy no puede ser —replicó él señalando las carpetas sobre su mesa—. Estamos teniendo una emergencia en el trabajo, pero te prometo que te lo compensaré.—¿Con algo brillante? —le coqueteó ella con un acento nasal que hizo a Aurelio meterse el dedo en la boca como si fuera a vomitar.—Muy, muy brillante —le susurró Leo y un segundo después la mujer se marchaba moviendo aquel trasero muy conforme.—Va a ser mejor que te vayas comprando directamente una joyería... —Aurelio también era su mejor amigo así que no le molestaba soltarle todas sus verdades con sarcasmo incluido, y una de ellas era que no soportaba a Belina porque la consideraba una interesada.—Es una mujer hermosa. —Leo se encogió de hombros—. Si quieres algo bueno, tienes que pagar por eso, Aurelio. No puedes mantener a una mujer hermosa en tu cama siendo un hombre tacaño.—Pues yo no te digo que esté mal para la cama, pero con toda la silicona que trae, si un mosquito la pica, le salen tetas al pobre insecto, te lo juro. Además ¿vale la pena aguantarle todo lo demás?Leo sonrió. No convivía con Belina demasiado como para aguantarle nada, y cuando quería quitársela de encima ya sabía cómo hacerlo. Mientras, tenía una novia refinada y de buena familia, como todo magnate merecía.—En cualquier caso... —Aurelio puso frente a él aquellos sobres—, por el camino que vamos no vas a poder mantener los lujosos gustos de tu novia por mucho más tiempo.Leo los abrió y leyó aquellas dos cartas de renuncia: el Jefe de Contaduría y el Director Comercial, los dos se habían largado esa misma mañana.—¡¿Esto es una jodida broma?! —espetó sin poder evitarlo.—Y no es lo peor, los dos renunciaron para irse a trabajar con tu padre —le dijo Aurelio con frustración.Leo rompió las dos cartas, enviando los trozos al cesto de la basura con un gesto de rabia.Desde hacía tres años Luciano Greco le había declarado la guerra por aquel hotel, lo único que su abuelo le había dejado en herencia. Luciano había heredado el resto de la enorme cadena hotelera, la misma que ayudaba a dirigir Renzo, su hermano mayor. Sin embargo su padre se había puesto histérico al saber que aquel pequeño hotelito frente al mar no entraba en la cadena, sino que el abuelo se lo había dejado a Leonardo.Primero había tratado de que Leo se lo diera por las buenas, luego había intentado negociar con él, y cuando había visto que su hijo menor estaba decidido a conservarlo, había comenzado una guerra sin cuartel para quitárselo por las malas. Eso incluía denuncias falsas por insalubridad, soborno a funcionarios públicos que venían a molestar cada semana o, como era cada vez más frecuente, llevarse a sus mejores empleados, especialmente a los que podían pasarle información.—¡Maldición, ese hombre no desiste! —exclamó golpeando la mesa.—Leo, todavía no lo entiendo. ¿Por qué tu padre está tan encaprichado con este hotel, al punto de enemistarse con su propio hijo para conseguirlo? —preguntó Aurelio.—¡Pues no lo sé! ¡Nadie lo sabe! ¡Ni dios lo sabe! —gritó Leo abriendo los brazos y mirando al cielo—. Pero a este paso logrará que vaya a la quiebra en seis meses...—Dos.—¿¡QUÉÉÉÉÉÉÉ!?—Lo siento, amigo, pero entre nosotros y la bancarrota solo hay dos meses. Y si esos empleados que se fueron le sueltan la lengua a tu padre, probablemente menos.Leo sintió que la sangre se le helaba en las venas cuando Aurelio puso frente a él todos aquellos reportes en números rojos. No lo entendía, él no era un inútil, se había graduado en administración de empresas y no estaba haciendo nada mal.—Y aun así no he logrado sacar adelante este hotel en tres años —pensó en voz alta.—Quisiera saber cómo diablos hacía tu abuelo para mantener este lugar a flote. Digo... es bonito, pero no es nada del otro mundo —murmuró Aurelio pensativo.—El resto de la cadena cubría los números rojos porque mi abuelo adoraba este hotel. Mi padre siempre ha logrado mantener los otros hoteles al tope de ocupación... —Leonardo abrió mucho los ojos, como si una chispa se hubiera encendido en su cerebro—. ¡Eso es! ¡Eso es, Aurelio, esto es personal! —gritó—. ¡Si ese cabrón me roba a mis mejores empleados...!—¡Ejem, ejem!—A "dos" de mis mejores empleados —se corrigió—, y quiere llevarme a la quiebra para quitarme lo que es mío, ¡entonces se lo voy a devolver! ¡Me voy a llevar hasta la última de sus estrategias para mantener la ocupación de su hotel! ¡Voy a descubrir cada uno de sus métodos y los usaré para levantar este lugar de nuevo! —decidió con rabia golpeando la mesa con el puño.—Uyyy, espionaje corporativo, me gusta. ¿Y cómo lo piensas hacer?—¡Metiéndome a su sala de ventas! ¡Es evidente que la nuestra no sirve, así que voy a ir a aprender de la suya!Aurelio levantó un puño dramático pero decidido.—¡A meterte a la boca del lobo...!—¡De la morsa! —corrigió Leo—. ¡Mejor de la orca...! ¡Del...!—Bueno ya, ya sabemos que tu padre es un gordo cabrón, ahora concéntrate —lo azuzó Aurelio—. ¿Cómo te piensas infiltrar?A sus veintiséis años Leonardo Greco tenía la determinación de un guerrero y el nivel de maldad de un niño. Sobra decir que los niños son realmente malvados, así que Aurelio solo vio una risa peligrosa en su rostro antes de escuchar su idea.—¡Voy a necesitar que me prestes tu apellido!Veinte horas más tarde y poco después del amanecer, Leo recorría una carretera interna como el distinguido nuevo huésped del hotel cinco estrellas "Greco Imperatore". Ahora era Leo Lombardo, y llegaba temprano a sabiendas de que no debía, porque parte de la investigación era ver cómo los empleados de su padre lidiaban con todo el conflicto que él pudiera crear.La carretera hacia el hotel era estrecha, rodeada de árboles y césped en pleno riego. Su lujoso Bugatti iba a toda prisa, curva tras curva, atravesando aquellos charcos que hacían los aspersores; hasta que por desgracia justo detrás de una curva, sus llantas derraparon sobre un charco enorme y a pesar de los cristales alzados escuchó el grito.—¡Joder! ¡Es que tengo arte para empezar mis días! —gruñó molesto.Salió del auto dando un portazo para ver quién demonios caminaba justo al lado de los charcos y entonces...La mujer a la que había empapado de pies a cabeza levantó unos ojos que eran dos llamas sacadas del mismísimo fuego del infierno, pero eso solo fue una de las cosas que lo dejó paralizado. Era preciosa, así mojada, furiosa y a punto de lanzarle un tacón a la cabeza, era bellísima; y lo fue todavía más cuando dejó de encogerse y levantó la barbilla con una sonrisa asesina.Leo esperó el escándalo, después de todo era una mujer mancillada, mojada, sucia y todo era su culpa. Incluso estaba pensando en disculparse porque distraído era pero maleducado no, hasta que ella se sacudió la ropa y él escuchó aquel gruñido frustrado porque su gafete de identificación se había caído al agua."Empleada del hotel", fue su primer pensamiento y se alistó para aprovechar el accidente y comportarse como el huésped malcriado que estaba dispuesto a ser.—Quizás le convendría ver mejor por dónde camina —dijo con sorna hasta que vio su rostro transformarse y la mujer alargó la mano con un puchero mientras intentaba cruzar el charco.
—¡Por supuesto, lo siento, qué torpe soy! ¿Me puede ayudar... por favor? —le pidió con una voz que lo hizo estremecerse, y Leo alargó la mano sin saber lo que le esperaba.¡Aquella mujer sería su infierno y ella estaba a punto de darle su muestra gratis!
CATORCE HORAS ANTESAngélica estaba sentada en una de las salitas de espera de aquel conservatorio junto a decenas de otras madres; y como el resto de los chicos, su hijo de diecisiete años estaba más callado y taciturno a cada minuto que pasaba.Cuando los llamaban por sus nombres entraban al despacho de admisiones, pero eran contados con los dedos los que lograban salir con una sonrisa.Angélica tomó la mano de su hijo y la apretó con un gesto de consuelo. Unos chicos salían de allí llorando, otros haciendo un berrinche y otros con la resignación reflejada en el rostro, pero todos sabían a lo que se enfrentaban porque aquella era la academia de música más prestigiosa de la región, así que muy pocos lograban entrar.Las audiciones se habían hecho a lo largo de toda una semana y Gianni había dado su mejor esfuerzo, pero Angélica sabía que el esfuerzo de su hijo había sido muy superior al de cualquier otro chico de su edad. Gianni no solo tenía una pasión desmedida por la música, sino
Sentimientos encontrados, colisionados, ¡estallando como el maldito Vesubio!Leo gritaba internamente más de lo que gritaba su boca, porque aunque la mujer frente a él se disculpaba de todas las formas posibles, aquellos ojos parecían gritarle: "¡Échate, perro!"Su boca decía:—¡Me voy a asegurar de que nunca olvides este día! Y el resto de su cuerpo le contestaba:"¡Los azotes en el trasero no dejan marcas, no te entusiasmes tanto!"Finalmente maldijo diez veces antes de volver a subirse al Bugatti porque no tenía más remedio y se largó a registrarse en la recepción del hotel.Angélica, por su parte, siguió su camino hacia la sala de ventas, con media sonrisa de victoria y sin vomitar porque ella ya estaba acostumbrada a aquel olor. El agua de la planta de tratamiento del hotel tenía un olor asqueroso, pero hacía que el césped creciera hermoso y desaparecía en cuanto la tierra lo absorbía. Por desgracia, ella seguía oliendo a pañal de recién nacido cuando entró a la sala de ventas.
Seamos claros, la situación era tragicómica.Leonardo estaba dispuesto a conseguir experiencia por todos los medios y ella tenía cara de tener esa experiencia. Le había bastado con un leve vistazo para darse cuenta de que a pesar del contratiempo del charco y del agua hedionda, Angélica había vuelto a ser una profesional lista para la batalla veinte minutos después.Gente como ella era la que necesitaba para su sala de ventas, no los flojos llenos de justificaciones que tenía en aquel momento.La miró de arriba abajo y algo dentro de él se encendió cuando se dio cuenta de que la mujer también lo estaba evaluando.Para ella el Bugatti lo decía todo, lo mismo que aquella actitud arrogante de niño rico consentido. Sin embargo en un cliente tenía que ver más allá. A pesar de verse maduro y ser asquerosamente sexy, se notaba que estaba a mitad de los veinte. Era un malcriado, guapo como él solo, pero un malcriado.—Así que Angélica... —lo escuchó susurrar una voz profunda que le aflojaron
Angélica quería ahorcarlo, así, así... ¡con sus manitas! Pero después de todo era la mejor profesional de aquella sala de ventas y no iba a permitir que aquel pe... CEO malo le arruinara la mejor oportunidad que tenía de conseguir el dinero para la beca de su hijo.Clientes impertinentes había conocido muchísimos ya, y cada vez había tenido que tragarse su orgullo porque tenía un adolescente que alimentar y por si no lo saben, bueno... esos comen mucho.Así que levantó la barbilla con un gesto de seguridad y volvió a acercarse a él. Y aunque su gesto no tuvo nada de sensual, fue suficiente para arrancarle a Leo un ronroneo bajo. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran, menos una mujer, pero ella parecía dispuesta a probar sus límites.—Si está escaso de ropa interior, señor Lombardo, por diez mil más le puedo vender una membresía en Victoria´s Secret —murmuró y él estaba listo para contestarle que le compraría una tienda entera solo para que la dejara verla cambiarse, cuando su tel
"¡Sit! ¡Sit! ¡CEO malo!"—¿Por qué le gruñes a tu teléfono? —preguntó Greta y Angélica se sobresaltó, dándose cuenta de que inconscientemente había estado peleándose con su celular.—¡Es que es desquiciante! —exclamó sin poder contenerse—. ¡Ayer le expliqué todo esto, se lo expliqué bien, con flores y abejitas! ¡Y hoy me está preguntando todo de nuevo!Le mostró la pantalla de su teléfono, donde tenía al menos cincuenta preguntas de Leo sobre la membresía, algunas extremadamente detalladas.—Pues ya sabes cómo es, amiga —suspiró Greta—. Los días después de una venta siempre son complicados, así que tienes que cuidar de tu cliente lo mejor posible o ¡puff! comisión evaporada y todo el trabajo habrá sido por gusto.—Ya lo sé, pero te juro que este hombre me saca de quicio —aseguró Angélica—. No me ha dejado trabajar en toda la mañana...Miró su reloj y vio que casi eran las doce del mediodía, el horario en que toda la sala cerraba su operación. En un rincón Merea discutía con Fedederico
Leonardo Greco no tenía idea de lo que era una mujer realmente enojada hasta ese momento, pero su alter ego, Leo Lombardo, estaba a punto de averiguarlo.—¡¿Que tú hiciste qué?! —espetó ella furiosa y él abrió mucho los ojos porque no esperaba que le gritara en toda regla—. ¿¡Te volviste loco!? ¡¿Por qué no me dijiste nada sobre el cambio de reservación?!Leo se limitó a responder con sarcasmo: —El cliente va primero que todo, y yo soy el cliente ¿no?Angélica se quedó boquiabierta y lo miró como si de verdad fuera un cachorro malcriado al que quisiera darle un sopapo en el hocico con un periódico mojado. —¡Tú no eres un cliente! ¡Tú eres un demonio consentido! —espetó sin poder contenerse—. ¿Cómo no me preguntaste si podía quedarme? Si querías un viaje en toda regla me hubieras avisado para ponerlo en orden. —Yo solo fui capaz de ponerlo en orden, ¿cuál es el problema?—¡El problema es que no te importa nadie que no seas tú! ¿Se te ocurrió en medio de tu organización que quizás yo
Angélica apretó los labios intentando esconder la risa porque Leo había pasado a su lado con más ímpetu que Usain Bolt corriendo por el oro olímpico. Por supuesto a Usain Bolt no lo perseguían todos los mosquitos de aquel manglar.Se asomó a la baranda y lo vio zambullirse varias veces, restregándose la cabeza y el rostro a ver si el agua salada le aliviaba un poco las picaduras, y luego levantó el puño en su dirección.—¡Maldita loca, ¿qué me echaste!? —le gritó pataleando para mantenerse a flote y ella ya acabó tosiendo para tragarse la carcajada porque sí que sabía muy bien lo que había hecho.Leo estuvo rascándose en el agua por otros cinco minutos, maldiciendo y refunfuñando hasta que nadó hasta la popa del yate y se subió, chorreando agua, enojado, lleno de puntitos y con una picazón de mil demonios.—¡Lo... lo siento mucho, señor Lombardo! —exclamó Angélica juntando las manos sobre el pecho juntando las cejas con un puchero inocente—. ¡Le juro que esto fue totalmente accidental
Aquella guerra ya estaba declarada, el problema era que Angélica sabía que a pesar de todo llevaba las de perder. Le quedaban seis días, seis vueltas a su infierno personal porque eso era lo que el señor Lombardo se había propuesto ser para ella.Leo la observaba por el rabillo del ojo mientras conducía de vuelta al hotel y no necesitaba que dijera ni una sola palabra para tenerlo alborotado. No necesitaba ni una sola insinuación, porque ella con una de sus camisas ya era una tentación perfecta. —¿Puedes ser honesta conmigo si te pregunto algo? —la interrogó de repente.—¿Cuándo no lo he sido? —replicó ella.—Cierto, muy cierto. OK, soy un cliente molesto, eso me queda claro, entonces ¿cómo es que tienes la sangre fría para lidiar conmigo? Angélica soltó una risita que a él le removió todo dentro.—Bueno... para empezar reconozco que la autocrítica te quedó genial y para seguir, me tomo en serio la regla de "Pamper de custumer".—"Mima a tu cliente" —murmuró Leo.—Exacto. La verdad