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¡CEO MALO!
¡CEO MALO!
Por: Day Torres
CAPÍTULO 1. Una muestra gratis del fuego del infierno

Leonardo Greco miró la preciosa playa tres pisos por debajo de su oficina, y se mesó los cabellos porque intuía que aquel día sería el peor de toda la semana, ¡y vaya que tenía buena intuición, porque no habían pasado ni cinco minutos cuando el abogado principal de su hotel entró sin tocar y con paso apurado!

—¡Emergencia número dos: llegaron los informes y en lo que respecta al trabajo estamos jodidos! —sentenció Aurelio con prisa—. ¡Emergencia número uno: por ahí viene la “Signorina Silicone”!

—¿Quién?

—¡Tu novia!

Leo puso los ojos en blanco y se levantó abotonándose el saco mientras aquella despampanante mujer entraba taconeando.

—¡Leonardo, querido, ¿cómo me dejas en “visto”? Te estoy invitando a un “brunch” con mis amigos, es importantísimo que vayamos y... —Belina se detuvo al ver la expresión impasible de su novio.

—Lo siento, Belina, pero hoy no puede ser —replicó él señalando las carpetas sobre su mesa—. Estamos teniendo una emergencia en el trabajo, pero te prometo que te lo compensaré.

—¿Con algo brillante? —le coqueteó ella con un acento nasal que hizo a Aurelio meterse el dedo en la boca como si fuera a vomitar.

—Muy, muy brillante —le susurró Leo y un segundo después la mujer se marchaba moviendo aquel trasero muy conforme.

—Va a ser mejor que te vayas comprando directamente una joyería... —Aurelio también era su mejor amigo así que no le molestaba soltarle todas sus verdades con sarcasmo incluido, y una de ellas era que no soportaba a Belina porque la consideraba una interesada.

—Es una mujer hermosa. —Leo se encogió de hombros—. Si quieres algo bueno, tienes que pagar por eso, Aurelio. No puedes mantener a una mujer hermosa en tu cama siendo un hombre tacaño.

—Pues yo no te digo que esté mal para la cama, pero con toda la silicona que trae, si un mosquito la pica, le salen tetas al pobre insecto, te lo juro. Además ¿vale la pena aguantarle todo lo demás?

Leo sonrió. No convivía con Belina demasiado como para aguantarle nada, y cuando quería quitársela de encima ya sabía cómo hacerlo. Mientras, tenía una novia refinada y de buena familia, como todo magnate merecía.

—En cualquier caso... —Aurelio puso frente a él aquellos sobres—, por el camino que vamos no vas a poder mantener los lujosos gustos de tu novia por mucho más tiempo.

Leo los abrió y leyó aquellas dos cartas de renuncia: el Jefe de Contaduría y el Director Comercial, los dos se habían largado esa misma mañana.

—¡¿Esto es una jodida broma?! —espetó sin poder evitarlo.

—Y no es lo peor, los dos renunciaron para irse a trabajar con tu padre —le dijo Aurelio con frustración.

Leo rompió las dos cartas, enviando los trozos al cesto de la basura con un gesto de rabia.

Desde hacía tres años Luciano Greco le había declarado la guerra por aquel hotel, lo único que su abuelo le había dejado en herencia. Luciano había heredado el resto de la enorme cadena hotelera, la misma que ayudaba a dirigir Renzo, su hermano mayor. Sin embargo su padre se había puesto histérico al saber que aquel pequeño hotelito frente al mar no entraba en la cadena, sino que el abuelo se lo había dejado a Leonardo.

Primero había tratado de que Leo se lo diera por las buenas, luego había intentado negociar con él, y cuando había visto que su hijo menor estaba decidido a conservarlo, había comenzado una guerra sin cuartel para quitárselo por las malas. Eso incluía denuncias falsas por insalubridad, soborno a funcionarios públicos que venían a molestar cada semana o, como era cada vez más frecuente, llevarse a sus mejores empleados, especialmente a los que podían pasarle información.

—¡Maldición, ese hombre no desiste! —exclamó golpeando la mesa.

—Leo, todavía no lo entiendo. ¿Por qué tu padre está tan encaprichado con este hotel, al punto de enemistarse con su propio hijo para conseguirlo? —preguntó Aurelio.

—¡Pues no lo sé! ¡Nadie lo sabe! ¡Ni dios lo sabe! —gritó Leo abriendo los brazos y mirando al cielo—. Pero a este paso logrará que vaya a la quiebra en seis meses...

—Dos.

—¿¡QUÉÉÉÉÉÉÉ!?

—Lo siento, amigo, pero entre nosotros y la bancarrota solo hay dos meses. Y si esos empleados que se fueron le sueltan la lengua a tu padre, probablemente menos.

Leo sintió que la sangre se le helaba en las venas cuando Aurelio puso frente a él todos aquellos reportes en números rojos. No lo entendía, él no era un inútil, se había graduado en administración de empresas y no estaba haciendo nada mal.

—Y aun así no he logrado sacar adelante este hotel en tres años —pensó en voz alta.

—Quisiera saber cómo diablos hacía tu abuelo para mantener este lugar a flote. Digo... es bonito, pero no es nada del otro mundo —murmuró Aurelio pensativo.

—El resto de la cadena cubría los números rojos porque mi abuelo adoraba este hotel. Mi padre siempre ha logrado mantener los otros hoteles al tope de ocupación... —Leonardo abrió mucho los ojos, como si una chispa se hubiera encendido en su cerebro—. ¡Eso es! ¡Eso es, Aurelio, esto es personal! —gritó—. ¡Si ese cabrón me roba a mis mejores empleados...!

—¡Ejem, ejem!

—A "dos" de mis mejores empleados —se corrigió—, y quiere llevarme a la quiebra para quitarme lo que es mío, ¡entonces se lo voy a devolver! ¡Me voy a llevar hasta la última de sus estrategias para mantener la ocupación de su hotel! ¡Voy a descubrir cada uno de sus métodos y los usaré para levantar este lugar de nuevo! —decidió con rabia golpeando la mesa con el puño.

—Uyyy, espionaje corporativo, me gusta. ¿Y cómo lo piensas hacer?

—¡Metiéndome a su sala de ventas! ¡Es evidente que la nuestra no sirve, así que voy a ir a aprender de la suya!

Aurelio levantó un puño dramático pero decidido.

—¡A meterte a la boca del lobo...!

—¡De la morsa! —corrigió Leo—. ¡Mejor de la orca...! ¡Del...!

—Bueno ya, ya sabemos que tu padre es un gordo cabrón, ahora concéntrate —lo azuzó Aurelio—. ¿Cómo te piensas infiltrar?

A sus veintiséis años Leonardo Greco tenía la determinación de un guerrero y el nivel de maldad de un niño. Sobra decir que los niños son realmente malvados, así que Aurelio solo vio una risa peligrosa en su rostro antes de escuchar su idea.

—¡Voy a necesitar que me prestes tu apellido!

Veinte horas más tarde y poco después del amanecer, Leo recorría una carretera interna como el distinguido nuevo huésped del hotel cinco estrellas "Greco Imperatore". Ahora era Leo Lombardo, y llegaba temprano a sabiendas de que no debía, porque parte de la investigación era ver cómo los empleados de su padre lidiaban con todo el conflicto que él pudiera crear.

La carretera hacia el hotel era estrecha, rodeada de árboles y césped en pleno riego. Su lujoso Bugatti iba a toda prisa, curva tras curva, atravesando aquellos charcos que hacían los aspersores; hasta que por desgracia justo detrás de una curva, sus llantas derraparon sobre un charco enorme y a pesar de los cristales alzados escuchó el grito.

—¡Joder! ¡Es que tengo arte para empezar mis días! —gruñó molesto.

Salió del auto dando un portazo para ver quién demonios caminaba justo al lado de los charcos y entonces...

La mujer a la que había empapado de pies a cabeza levantó unos ojos que eran dos llamas sacadas del mismísimo fuego del infierno, pero eso solo fue una de las cosas que lo dejó paralizado. Era preciosa, así mojada, furiosa y a punto de lanzarle un tacón a la cabeza, era bellísima; y lo fue todavía más cuando dejó de encogerse y levantó la barbilla con una sonrisa asesina.

Leo esperó el escándalo, después de todo era una mujer mancillada, mojada, sucia y todo era su culpa. Incluso estaba pensando en disculparse porque distraído era pero maleducado no, hasta que ella se sacudió la ropa y él escuchó aquel gruñido frustrado porque su gafete de identificación se había caído al agua.

"Empleada del hotel", fue su primer pensamiento y se alistó para aprovechar el accidente y comportarse como el huésped malcriado que estaba dispuesto a ser.

—Quizás le convendría ver mejor por dónde camina —dijo con sorna hasta que vio su rostro transformarse y la mujer alargó la mano con un puchero mientras intentaba cruzar el charco.

—¡Por supuesto, lo siento, qué torpe soy! ¿Me puede ayudar... por favor? —le pidió con una voz que lo hizo estremecerse, y Leo alargó la mano sin saber lo que le esperaba.

¡Aquella mujer sería su infierno y ella estaba a punto de darle su muestra gratis!

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