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CAPÍTULO 4. ¡CEO malo!

Seamos claros, la situación era tragicómica.

Leonardo estaba dispuesto a conseguir experiencia por todos los medios y ella tenía cara de tener esa experiencia. Le había bastado con un leve vistazo para darse cuenta de que a pesar del contratiempo del charco y del agua hedionda, Angélica había vuelto a ser una profesional lista para la batalla veinte minutos después.

Gente como ella era la que necesitaba para su sala de ventas, no los flojos llenos de justificaciones que tenía en aquel momento.

La miró de arriba abajo y algo dentro de él se encendió cuando se dio cuenta de que la mujer también lo estaba evaluando.

Para ella el Bugatti lo decía todo, lo mismo que aquella actitud arrogante de niño rico consentido. Sin embargo en un cliente tenía que ver más allá. A pesar de verse maduro y ser asquerosamente sexy, se notaba que estaba a mitad de los veinte. Era un malcriado, guapo como él solo, pero un malcriado.

—Así que Angélica... —lo escuchó susurrar una voz profunda que le aflojaron hasta los pensamientos—. ¿No te me quieres restregar ahora que ya estoy limpio?

—Le agradezco la oferta, pero no. Hay ofensas que yo no le haría a mi cuerpo dos veces —contestó ella con sorna—. Angélica De Luca —se presentó alargando la mano de nuevo, esta vez con la palma mirando hacia arriba y lo esperó.

Leo sonrió mientras tomaba aquella mano y tiró de ella con brusquedad para pegarla a su cuerpo. Tenía intención de establecerse como macho dominante, pero la realidad fue que el calor de su cuerpo, unido al aroma floral del maldito champú que emanaba de su cabello húmedo casi lo hizo ronronear.

—Señor Lombardo, me parece que lo mejor para usted sería quedarse con Merea, creo que desde esta mañana quedó establecido que no tenemos buena química —sentenció Angélica, sabiendo que después de lo sucedido no tendría ni una oportunidad de encajarle una membresía aquel hombre.

Sin embargo él sonreía porque teniéndola tan cerca podía sentir cada sobresalto y cada instante en que ella contenía el aliento.

—Yo no diría eso, yo siento la química, la física y hasta la hora de recreo.

—Comprendo, pero yo vendo membresías del hotel, no bailes privados.

Leo la miró a los ojos, que eran dos pozos negros sin fondo y asintió.

—Bien, no nos agradamos para nada, ¿qué tal sesenta segundos de sinceridad a ver si vale la pena quedarme contigo? —la retó.

“¿Sinceridad? ¡Bien!”

—Que ponga eso en duda ya significa que no es un hombre inteligente.

—Tú no eres muy buena en el trato al cliente.

—Soy excelente, pero hay seres humanos que no se merecen un trato decente —siseó Angélica.

—En eso concordamos, pero ¿no que el cliente siempre tiene la razón?

Angélica no pudo contenerse la risita.

—Si usted es el magnate que aparenta ser y tiene su propia empresa, ya debería saber que los clientes rara vez tienen la razón, solo hay que tragárselos porque manejan un Bugatti.

—¿Por eso me miras como si fuera un perro malcriado? —siseó Leo entre dientes acercándola más.

—Mi primera representación suya fue la de un mastín.

—¡No me digas! ¿Grande y peligroso?

—Lindo para acariciar hasta que saca los colmillos y tienes que gritarle: "¡Échate, perro!"

—Sería "Échate, CEO" —la corrigió Leo.

—Pues CEO entonces, hoy en día la gente le pone toda clase de nombres a los perros —replicó Angélica levantando la barbilla porque él era al menos diez centímetros más alto que ella.

El duelo de miradas duró el resto de los sesenta segundos sin que ninguno de los dos pronunciara palabra, como si quisieran comerse con los ojos. Sin embargo de repente ella sintió que esa mano que la retenía se suavizaba y sacudía la suya.

—Excelente, señorita De Luca. ¿O debería decir "señora"? —la tanteó y notó cómo se quedaba aturdida por su cambio.

—Emmmm... señorita está bien...

—Perfecto. Me queda claro que será absolutamente profesional conmigo —se inclinó hacia ella y se cubrió la boca con complicidad—. Honestamente no me interesa hablar con gente que sonríe demasiado —añadió señalando a Merea y Angélica levantó una ceja divertida.

—No se preocupe señor Lombardo, creo que entre nosotros las sonrisas no serán un problema.

Leo soltó su mano a regañadientes y palmeó.

—En ese caso, mis oídos están bien abiertos, podemos comenzar —sentenció.

Angélica respiró profundo porque a aquella hora no había forma de zafarse y le indicó el camino.

—Adelante por favor, señor Lombardo, lo llevaré a desayunar.

—Usted primero, por favor —replicó él y no era educado, lo supo todo el mundo en la sala cuando lo vieron sonreír mirando su trasero mientras salían.

El tour por el hotel era simple: llevaban a los clientes al restaurante VIP para un desayuno, luego un recorrido por la propiedad y finalmente los llevaban a la Habitación de Muestra para que vieran la clase de habitación que tendrían si adquirían la membresía del hotel.

Leo se conocía el Greco Imperatore como la palma de su mano, pero aun así fingió sorprenderse por su belleza y por lo grande que era. Trescientas habitaciones cinco estrellas en un complejo de cincuenta hectáreas.

Angélica lo llevó a una hermosa terraza y se sentaron mientras les servían el desayuno. Leo escuchaba atentamente toda su explicación, anotando mentalmente las cosas que Angélica destacaba sobre el hotel o la inflación vacacional. Y hasta ese momento Leo había creído que era bueno poniendo excusas, pero cada vez que le daba una razón para no comprar, ella le daba tres vueltas y él acababa preguntando por una membresía superior.

"¡Joder si de verdad fuera cliente le habría comprado tres de estas!", rezongó mentalmente mientras miraba el fondo de su taza de café.

—Está frío... —murmuró de pronto.

—¿Eh?

—El café está frío. ¿Puedes pedirme otro? Capuchino, leche deslactosada light, dos de azúcar, sin crema, calentado a ochenta grados durante tres minutos —pidió y Angélica pasó saliva.

—Por supuesto, señor Sheldon Cooper, enseguida le traigo su lava volcánica —dijo con una sonrisa forzada y apenas ella se levantó Leo se apresuró a anotar todo aquello y mandárselo a Aurelio por el chat.

Tres minutos fueron más que suficientes para que intercambiaran lo principal, y para que a él se le ocurriera su siguiente maldad.

Cuando Angélica puso aquel café frente a él, Leo sonrió esperando a que ella bebiera el suyo y se hizo el desentendido cuando la vio hacer una mueca.

Angélica se bebió aquel sorbo de café sacando la lengua y su mirada se dirigió directamente al bote vacío de sal sobre la mesa. ¡Ya se le hacía raro que se hubiera estado tranquilo por tanto tiempo!

—¿Están lindos los pajaritos, señor Lombardo? —siseó y él asintió enseguida.

—¡Excelentes, excelentes! —exclamó aguantándose la risa y cuando la miró solo vio aquellos ojos que parecían gritarle: "¡CEO malo... CEO malo!"

Angélica dio por terminado el desayuno y se lo llevó de recorrido por el hotel, uno que terminaría en las habitaciones VIP.

La membresía incluía beneficios en toda la cadena Greco, desde marina privada con sus yates, mejores habitaciones, acceso a campos de golf exclusivos y servicios superiores a los VIP.

Finalmente ella se detuvo delante de la Habitación Muestra y él se hizo el desentendido.

—¿Esto qué es?

—Los clientes que tienen sus membresías se quedan en habitaciones diferentes, esta es una de ellas —le explicó Angélica y Leo silbó realmente sorprendido porque no recordaba haber visto una suite como aquella en los hoteles de su padre.

Al parecer había hecho algunas remodelaciones en los últimos años. El lugar era estupendo, pero faltaba ver cómo funcionaban todos aquellos beneficios añadidos.

"Voy a tener que comprar la condenada membresía...", pensó mientras observaba todo con atención.

—¡Muy bien señorita De Luca, estoy listo para negociar! ¿Cuánto me va a costar y por qué tan caro?

—Para los clientes regulares la membresía por veinticinco semanas es de treinta mil euros.

—¿Y para mí?

—Noventa mil —sentenció Angélica.

—¿Es una broma, verdad? —preguntó Leo deteniéndose frente al lujoso cuarto de baño que tenía una vista espectacular.

—No, para nada —murmuró Angélica con voz inocente—. La membresía cuesta noventa mil euros, pero para alguien que tiene un Bugatti, no debe ser considerarse caro. ¿No es cierto? Se nota que usted sabe apreciar lo bueno.

Leo apretó los puños en sus bolsillos cuando vio aquella sonrisa sarcástica. Esa mujer sí que sabía poner a los clientes contra la pared, porque nadie iba a admitirle que no tenía dinero para eso.

Estaba a punto de replicarle cuando sus ojos tropezaron con el cesto de la ropa sucia, reconociendo en un instante la que ella llevaba esa mañana.

"Así que aquí te duchaste", pensó y Angelica se puso lívida.

Con la prisa de la llamada de Greta había olvidado su ropa sucia allí. Vio a Leo meter la mano en el cesto y sacar aquella tanga de encaje rojo, -lo único que milagrosamente había sobrevivido al agua de riego-, y mirarla con malicia antes de meterla en su bolsillo con el mayor descaro.

—Bueno, señorita De Luca, ya que usted me va a desplumar... entonces yo voy a conseguir todo lo que pueda con mi dinero.

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