Seamos claros, la situación era tragicómica.
Leonardo estaba dispuesto a conseguir experiencia por todos los medios y ella tenía cara de tener esa experiencia. Le había bastado con un leve vistazo para darse cuenta de que a pesar del contratiempo del charco y del agua hedionda, Angélica había vuelto a ser una profesional lista para la batalla veinte minutos después.
Gente como ella era la que necesitaba para su sala de ventas, no los flojos llenos de justificaciones que tenía en aquel momento.
La miró de arriba abajo y algo dentro de él se encendió cuando se dio cuenta de que la mujer también lo estaba evaluando.
Para ella el Bugatti lo decía todo, lo mismo que aquella actitud arrogante de niño rico consentido. Sin embargo en un cliente tenía que ver más allá. A pesar de verse maduro y ser asquerosamente sexy, se notaba que estaba a mitad de los veinte. Era un malcriado, guapo como él solo, pero un malcriado.
—Así que Angélica... —lo escuchó susurrar una voz profunda que le aflojaron hasta los pensamientos—. ¿No te me quieres restregar ahora que ya estoy limpio?
—Le agradezco la oferta, pero no. Hay ofensas que yo no le haría a mi cuerpo dos veces —contestó ella con sorna—. Angélica De Luca —se presentó alargando la mano de nuevo, esta vez con la palma mirando hacia arriba y lo esperó.
Leo sonrió mientras tomaba aquella mano y tiró de ella con brusquedad para pegarla a su cuerpo. Tenía intención de establecerse como macho dominante, pero la realidad fue que el calor de su cuerpo, unido al aroma floral del maldito champú que emanaba de su cabello húmedo casi lo hizo ronronear.
—Señor Lombardo, me parece que lo mejor para usted sería quedarse con Merea, creo que desde esta mañana quedó establecido que no tenemos buena química —sentenció Angélica, sabiendo que después de lo sucedido no tendría ni una oportunidad de encajarle una membresía aquel hombre.
Sin embargo él sonreía porque teniéndola tan cerca podía sentir cada sobresalto y cada instante en que ella contenía el aliento.
—Yo no diría eso, yo siento la química, la física y hasta la hora de recreo.
—Comprendo, pero yo vendo membresías del hotel, no bailes privados.
Leo la miró a los ojos, que eran dos pozos negros sin fondo y asintió.
—Bien, no nos agradamos para nada, ¿qué tal sesenta segundos de sinceridad a ver si vale la pena quedarme contigo? —la retó.
“¿Sinceridad? ¡Bien!”
—Que ponga eso en duda ya significa que no es un hombre inteligente.
—Tú no eres muy buena en el trato al cliente.
—Soy excelente, pero hay seres humanos que no se merecen un trato decente —siseó Angélica.
—En eso concordamos, pero ¿no que el cliente siempre tiene la razón?
Angélica no pudo contenerse la risita.
—Si usted es el magnate que aparenta ser y tiene su propia empresa, ya debería saber que los clientes rara vez tienen la razón, solo hay que tragárselos porque manejan un Bugatti.
—¿Por eso me miras como si fuera un perro malcriado? —siseó Leo entre dientes acercándola más.
—Mi primera representación suya fue la de un mastín.
—¡No me digas! ¿Grande y peligroso?
—Lindo para acariciar hasta que saca los colmillos y tienes que gritarle: "¡Échate, perro!"
—Sería "Échate, CEO" —la corrigió Leo.
—Pues CEO entonces, hoy en día la gente le pone toda clase de nombres a los perros —replicó Angélica levantando la barbilla porque él era al menos diez centímetros más alto que ella.
El duelo de miradas duró el resto de los sesenta segundos sin que ninguno de los dos pronunciara palabra, como si quisieran comerse con los ojos. Sin embargo de repente ella sintió que esa mano que la retenía se suavizaba y sacudía la suya.
—Excelente, señorita De Luca. ¿O debería decir "señora"? —la tanteó y notó cómo se quedaba aturdida por su cambio.
—Emmmm... señorita está bien...
—Perfecto. Me queda claro que será absolutamente profesional conmigo —se inclinó hacia ella y se cubrió la boca con complicidad—. Honestamente no me interesa hablar con gente que sonríe demasiado —añadió señalando a Merea y Angélica levantó una ceja divertida.
—No se preocupe señor Lombardo, creo que entre nosotros las sonrisas no serán un problema.
Leo soltó su mano a regañadientes y palmeó.
—En ese caso, mis oídos están bien abiertos, podemos comenzar —sentenció.
Angélica respiró profundo porque a aquella hora no había forma de zafarse y le indicó el camino.
—Adelante por favor, señor Lombardo, lo llevaré a desayunar.
—Usted primero, por favor —replicó él y no era educado, lo supo todo el mundo en la sala cuando lo vieron sonreír mirando su trasero mientras salían.
El tour por el hotel era simple: llevaban a los clientes al restaurante VIP para un desayuno, luego un recorrido por la propiedad y finalmente los llevaban a la Habitación de Muestra para que vieran la clase de habitación que tendrían si adquirían la membresía del hotel.
Leo se conocía el Greco Imperatore como la palma de su mano, pero aun así fingió sorprenderse por su belleza y por lo grande que era. Trescientas habitaciones cinco estrellas en un complejo de cincuenta hectáreas.
Angélica lo llevó a una hermosa terraza y se sentaron mientras les servían el desayuno. Leo escuchaba atentamente toda su explicación, anotando mentalmente las cosas que Angélica destacaba sobre el hotel o la inflación vacacional. Y hasta ese momento Leo había creído que era bueno poniendo excusas, pero cada vez que le daba una razón para no comprar, ella le daba tres vueltas y él acababa preguntando por una membresía superior.
"¡Joder si de verdad fuera cliente le habría comprado tres de estas!", rezongó mentalmente mientras miraba el fondo de su taza de café.
—Está frío... —murmuró de pronto.
—¿Eh?
—El café está frío. ¿Puedes pedirme otro? Capuchino, leche deslactosada light, dos de azúcar, sin crema, calentado a ochenta grados durante tres minutos —pidió y Angélica pasó saliva.
—Por supuesto, señor Sheldon Cooper, enseguida le traigo su lava volcánica —dijo con una sonrisa forzada y apenas ella se levantó Leo se apresuró a anotar todo aquello y mandárselo a Aurelio por el chat.
Tres minutos fueron más que suficientes para que intercambiaran lo principal, y para que a él se le ocurriera su siguiente maldad.
Cuando Angélica puso aquel café frente a él, Leo sonrió esperando a que ella bebiera el suyo y se hizo el desentendido cuando la vio hacer una mueca.
Angélica se bebió aquel sorbo de café sacando la lengua y su mirada se dirigió directamente al bote vacío de sal sobre la mesa. ¡Ya se le hacía raro que se hubiera estado tranquilo por tanto tiempo!
—¿Están lindos los pajaritos, señor Lombardo? —siseó y él asintió enseguida.
—¡Excelentes, excelentes! —exclamó aguantándose la risa y cuando la miró solo vio aquellos ojos que parecían gritarle: "¡CEO malo... CEO malo!"
Angélica dio por terminado el desayuno y se lo llevó de recorrido por el hotel, uno que terminaría en las habitaciones VIP.
La membresía incluía beneficios en toda la cadena Greco, desde marina privada con sus yates, mejores habitaciones, acceso a campos de golf exclusivos y servicios superiores a los VIP.
Finalmente ella se detuvo delante de la Habitación Muestra y él se hizo el desentendido.
—¿Esto qué es?
—Los clientes que tienen sus membresías se quedan en habitaciones diferentes, esta es una de ellas —le explicó Angélica y Leo silbó realmente sorprendido porque no recordaba haber visto una suite como aquella en los hoteles de su padre.
Al parecer había hecho algunas remodelaciones en los últimos años. El lugar era estupendo, pero faltaba ver cómo funcionaban todos aquellos beneficios añadidos.
"Voy a tener que comprar la condenada membresía...", pensó mientras observaba todo con atención.
—¡Muy bien señorita De Luca, estoy listo para negociar! ¿Cuánto me va a costar y por qué tan caro?
—Para los clientes regulares la membresía por veinticinco semanas es de treinta mil euros.
—¿Y para mí?
—Noventa mil —sentenció Angélica.
—¿Es una broma, verdad? —preguntó Leo deteniéndose frente al lujoso cuarto de baño que tenía una vista espectacular.
—No, para nada —murmuró Angélica con voz inocente—. La membresía cuesta noventa mil euros, pero para alguien que tiene un Bugatti, no debe ser considerarse caro. ¿No es cierto? Se nota que usted sabe apreciar lo bueno.
Leo apretó los puños en sus bolsillos cuando vio aquella sonrisa sarcástica. Esa mujer sí que sabía poner a los clientes contra la pared, porque nadie iba a admitirle que no tenía dinero para eso.
Estaba a punto de replicarle cuando sus ojos tropezaron con el cesto de la ropa sucia, reconociendo en un instante la que ella llevaba esa mañana.
"Así que aquí te duchaste", pensó y Angelica se puso lívida.
Con la prisa de la llamada de Greta había olvidado su ropa sucia allí. Vio a Leo meter la mano en el cesto y sacar aquella tanga de encaje rojo, -lo único que milagrosamente había sobrevivido al agua de riego-, y mirarla con malicia antes de meterla en su bolsillo con el mayor descaro.
—Bueno, señorita De Luca, ya que usted me va a desplumar... entonces yo voy a conseguir todo lo que pueda con mi dinero.
Angélica quería ahorcarlo, así, así... ¡con sus manitas! Pero después de todo era la mejor profesional de aquella sala de ventas y no iba a permitir que aquel pe... CEO malo le arruinara la mejor oportunidad que tenía de conseguir el dinero para la beca de su hijo.Clientes impertinentes había conocido muchísimos ya, y cada vez había tenido que tragarse su orgullo porque tenía un adolescente que alimentar y por si no lo saben, bueno... esos comen mucho.Así que levantó la barbilla con un gesto de seguridad y volvió a acercarse a él. Y aunque su gesto no tuvo nada de sensual, fue suficiente para arrancarle a Leo un ronroneo bajo. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran, menos una mujer, pero ella parecía dispuesta a probar sus límites.—Si está escaso de ropa interior, señor Lombardo, por diez mil más le puedo vender una membresía en Victoria´s Secret —murmuró y él estaba listo para contestarle que le compraría una tienda entera solo para que la dejara verla cambiarse, cuando su tel
"¡Sit! ¡Sit! ¡CEO malo!"—¿Por qué le gruñes a tu teléfono? —preguntó Greta y Angélica se sobresaltó, dándose cuenta de que inconscientemente había estado peleándose con su celular.—¡Es que es desquiciante! —exclamó sin poder contenerse—. ¡Ayer le expliqué todo esto, se lo expliqué bien, con flores y abejitas! ¡Y hoy me está preguntando todo de nuevo!Le mostró la pantalla de su teléfono, donde tenía al menos cincuenta preguntas de Leo sobre la membresía, algunas extremadamente detalladas.—Pues ya sabes cómo es, amiga —suspiró Greta—. Los días después de una venta siempre son complicados, así que tienes que cuidar de tu cliente lo mejor posible o ¡puff! comisión evaporada y todo el trabajo habrá sido por gusto.—Ya lo sé, pero te juro que este hombre me saca de quicio —aseguró Angélica—. No me ha dejado trabajar en toda la mañana...Miró su reloj y vio que casi eran las doce del mediodía, el horario en que toda la sala cerraba su operación. En un rincón Merea discutía con Fedederico
Leonardo Greco no tenía idea de lo que era una mujer realmente enojada hasta ese momento, pero su alter ego, Leo Lombardo, estaba a punto de averiguarlo.—¡¿Que tú hiciste qué?! —espetó ella furiosa y él abrió mucho los ojos porque no esperaba que le gritara en toda regla—. ¿¡Te volviste loco!? ¡¿Por qué no me dijiste nada sobre el cambio de reservación?!Leo se limitó a responder con sarcasmo: —El cliente va primero que todo, y yo soy el cliente ¿no?Angélica se quedó boquiabierta y lo miró como si de verdad fuera un cachorro malcriado al que quisiera darle un sopapo en el hocico con un periódico mojado. —¡Tú no eres un cliente! ¡Tú eres un demonio consentido! —espetó sin poder contenerse—. ¿Cómo no me preguntaste si podía quedarme? Si querías un viaje en toda regla me hubieras avisado para ponerlo en orden. —Yo solo fui capaz de ponerlo en orden, ¿cuál es el problema?—¡El problema es que no te importa nadie que no seas tú! ¿Se te ocurrió en medio de tu organización que quizás yo
Angélica apretó los labios intentando esconder la risa porque Leo había pasado a su lado con más ímpetu que Usain Bolt corriendo por el oro olímpico. Por supuesto a Usain Bolt no lo perseguían todos los mosquitos de aquel manglar.Se asomó a la baranda y lo vio zambullirse varias veces, restregándose la cabeza y el rostro a ver si el agua salada le aliviaba un poco las picaduras, y luego levantó el puño en su dirección.—¡Maldita loca, ¿qué me echaste!? —le gritó pataleando para mantenerse a flote y ella ya acabó tosiendo para tragarse la carcajada porque sí que sabía muy bien lo que había hecho.Leo estuvo rascándose en el agua por otros cinco minutos, maldiciendo y refunfuñando hasta que nadó hasta la popa del yate y se subió, chorreando agua, enojado, lleno de puntitos y con una picazón de mil demonios.—¡Lo... lo siento mucho, señor Lombardo! —exclamó Angélica juntando las manos sobre el pecho juntando las cejas con un puchero inocente—. ¡Le juro que esto fue totalmente accidental
Aquella guerra ya estaba declarada, el problema era que Angélica sabía que a pesar de todo llevaba las de perder. Le quedaban seis días, seis vueltas a su infierno personal porque eso era lo que el señor Lombardo se había propuesto ser para ella.Leo la observaba por el rabillo del ojo mientras conducía de vuelta al hotel y no necesitaba que dijera ni una sola palabra para tenerlo alborotado. No necesitaba ni una sola insinuación, porque ella con una de sus camisas ya era una tentación perfecta. —¿Puedes ser honesta conmigo si te pregunto algo? —la interrogó de repente.—¿Cuándo no lo he sido? —replicó ella.—Cierto, muy cierto. OK, soy un cliente molesto, eso me queda claro, entonces ¿cómo es que tienes la sangre fría para lidiar conmigo? Angélica soltó una risita que a él le removió todo dentro.—Bueno... para empezar reconozco que la autocrítica te quedó genial y para seguir, me tomo en serio la regla de "Pamper de custumer".—"Mima a tu cliente" —murmuró Leo.—Exacto. La verdad
Leo se quedó paralizado por un instante. ¿Un hijo? ¿Cómo que tenía...? ¡Bueno no era extraño que las mujeres tuvieran hijos solo que ella no se veía...! ¡Definitivamente no se veía como una mamá!Le tomó algunos segundos dejar de estar aturdida y corrió tras ella escaleras abajo, alcanzándola antes de que lograra salir del edificio y se perdiera en la noche.—¡Espera, Angélica, espera! —le gritó y llegó jadeando a su lado—. ¿Cómo que tu hijo... tienes un hijo?—Pues sí, señor lombardo, tengo un hijo, no entiendo por qué lo encuentra extraño —replicó ella mirando a la avenida a ver si venía algún taxi en el que se pudiera subir, pero Leo se movió ocupándole la vista.—¿Y Gianni es... es su nombre, tu hijo se llama Gianni? —preguntó y el silencio de la mujer fue toda su respuesta—. Creí que Gianni era... bueno... tu pareja.Angélica lanzó un suspiro y negó.—Créeme, una pareja da menos dolores de cabeza que este muchacho. Lo siento, pero ahora mi hijo me necesita y tengo que ir a ayudar
Por un momento Leo se quedó mudo. En la habitación contigua Gianni tocaba como si le fuera la vida en ellos y él no podía evitar estar realmente admirado por su talento. Era tan excepcional que podía interpretar la música de forma única y magistral, como si fuera un viejo y experimentado intérprete y no un chiquillo de diecisiete años.—¿Ese es...? ¿Es tu hijo? —murmuró asomándose disimuladamente al cuarto y vio que el chico estaba tocando con tanta vehemencia como si estuviera en un concierto para mil personas—. ¡Tiene un talento increíble! ¡Es excepcional!Angélica asintió con una sonrisa triste y fue a dejar su bolsa sobre la pequeña mesa de la cocina.—Lo sé, es muy talentoso, casi todo su estudio ha sido autodidacta porque yo... —Suspiró con amargura, pero no valía la pena ocultar su realidad—. Yo no pude seguir pagando sus clases de piano, así que mucho de lo que sabe lo aprendió solo. Incluso consiguió entrar en la mejor escuela de música de la región y consiguió una beca parci
Sobra decir que Leo durmió mal esa noche, aunque si alguien le hubiera preguntado, realmente no habría podido explicar por qué. Sentía algo, algo que nunca había sentido pero no era capaz de ponerle nombre, solo sabía que ese algo tenía todo que ver con Angélica De Luca. Le sacaba ocho años de experiencia pero él sentía que lo aventajaba en toda una vida de madurez, de dificultad, de resiliencia y de valor ante los golpes del destino.Ahora sabía que todo lo que estaba haciendo era para garantizar que su hijo tuviera un buen futuro. No tenía idea de cómo había llegado a ser una madre tan joven, ni mucho menos por qué había decidido tener a su hijo sola y sin ayuda siendo una adolescente; sin embargo aquella decisión la ponía ante sus ojos como la mujer más valiente que había conocido en su vida.Quizás por eso cuando al día siguiente la encontró en el restaurante VIP del hotel Imperatore con una nueva pareja de clientes, le molestó tanto la forma arrogante y despectiva en que se compo