Capítulo 2
Milena, toda caprichosa y haciendo pucheros, se negó:

—No, no. Yo quiero todo nuevo

—Ya, mi amor —le dijo Fernando, acariciándole el pelo—. Te compraré todo lo que quieras ¿Cómo negarle algo a mi tesoro?

Milena iluminó el rostro y corrió a mi habitación.

—¡Por fin puedo deshacerme de estas porquerías! —Exclamó.

Los seguí arrastrando los pies.

Supongo que tanto tiempo congelada me dejó los huesos hechos polvo, sin una pizca de calcio. Me dolía cada centímetro del cuerpo, supongo que el estar congelada, dejó mis huesos destrozados, tanto que se iban desparramando por el suelo.

Al principio los recogía, pero luego caí en cuenta que ya estoy muerta, y no tenía caso irlos juntando. Me reí y dejé de preocuparme por eso.

—Mi amor —le preguntó Milena a Fernando con voz melosa—, si un día me escapo de casa, ¿vendrías a buscarme?

—¡Por supuesto! Daniela era una mentirosa, ¿cómo te atreves a compararte con ella? Mi Milena es pura y sincera.

Me quedé recostada en la esquina, escuchando su charla sin mucho interés, cuando de repente vi que Milena sacaba una prueba de embarazo con aire misterioso.

—¡Fernando, tengo una sorpresa! ¡Vamos a ser papás!

Me enderecé de golpe.

Esa prueba... se me hacía demasiado familiar. ¡Era la misma que yo había usado antes de morir! Me acerqué para ver mejor. Ahí estaba la manchita de sangre que me hice al abrirla, todavía seca en la tira. Ni siquiera se molestó en usar una nueva.

Pero Fernando ni lo notó. Estaba tan emocionado que alzó a Milena por los aires.

—¡Es verdad! ¡Vamos a tener un bebé! ¡Milena, eres lo mejor que me ha pasado en la vida!

Después de su arranque de felicidad, la depositó en mi cama con el cuidado con que se maneja una pieza de cristal fino.

La arropó con delicadeza mientras la regañaba cariñosamente: —¿Por qué no me lo dijiste antes, traviesa? Si hubiera sabido que estabas embarazada, ni loco te llevo a la Antártida. ¡Podría haberte hecho daño!

—No te preocupes —le respondió ella con dulzura—. Es tu hijo, será tan fuerte como su papá.

No aguanté más tanta miel y me di la vuelta asqueada. Al fin y al cabo yo solo fui una parte de su matrimonio arreglado.

Le entregué diez años de amor incondicional, pero jamás me vio. Primero fueron sus secretarias, que cambiaba a su gusto, y ahora Milena, su primer amor que regresó pisando fuerte. Siempre hubo otras, pero nunca existí yo.

Ya me había acostumbrado.

Pero… ¿Qué otra opción tenía? Necesitaba a Fernando y su dinero para tener a la abuela en el hospital.

¡El pecho me dolió al pensar en mi abuela! ¿sabrá que estoy muerta?

Aunque con su enfermedad apenas me recuerda... supongo que ni notará mi ausencia, ¿verdad?

Mis pasos me llevaron de vuelta al sótano, al lugar donde pasé mis últimos quince días.

Me acerqué al congelador, todavía envuelto en esa funda antipolvo que no dejaba ver nada desde el interior. .

Mi sangre se coló por el desagüe y al secarse, la funda se pegó al congelador.

Hace quince días, Fernando me encerró en este congelador que iban a tirar.

Todo porque le apagué el calentador a Milena mientras se bañaba. Fernando se puso como loco, gritando que tenía que sufrir lo mismo que ella.

Llamó a su equipo de seguridad y entre siete u ocho gorilas me cargaron como res al matadero y me metieron en el congelador. Él mismo cerró la puerta.

Me ataron como puerco, manos y pies bien amarrados, y me amordazaron con un trapo asqueroso. No podía mover ni un dedo.

—A ver, Daniela —me dijo con desprecio—. Te metiste con Milena por pura envidia, ¿ya entendiste tu error?
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