Mi esposo me encierra en el congelador
Mi esposo me encierra en el congelador
Por: Lucia
Capítulo 1
Doce días después de mi muerte, Fernando finalmente regresó a casa con Milena. Dicen que fueron a ver la aurora austral en la Antártida. Un viaje espontáneo y romántico.

Milena temblaba, aparentemente aún sin recuperarse del frío antártico.

—Eres tan delicada de salud y aun así insististe en ir a la Antártida. Me preocupas tanto —le reprochó Fernando.

—¡Achú! —Milena estornudó acurrucada en los brazos de Fernando y, terca, contestó: ¡No me siento mal para nada! ¡Soy más fuerte de lo que crees!

Fernando le pellizcó la nariz con cariño.

—¡Siempre haciéndote la valiente! ¿Ya olvidaste cuando te dio fiebre por bañarte con agua fría?

Hace quince días, apagué el calentador mientras Milena se bañaba, obligándola a ducharse con agua helada. Esa noche le subió la fiebre a más de cuarenta grados y casi no la cuenta.

Al recordarlo, Fernando oscureció la mirada y dijo a su asistente:

—Milena se quedara aquí está noche, díselo a esa mujer y que no fastidie.

El asistente, quien también fue al viaje, colgaba la ropa regada y, sorprendido, respondió:

—Señor Ruiz, creo que su esposa sigue en el congelador.

Milena saltó del sofá asustada, tapándose la boca: —¡¿Tantos días?! ¡¿No estará muerta?!

Fernando, que parecía haber olvidado que me había encerrado en el congelador del sótano, mostró un instante de sorpresa antes de reírse por el comentario de Milena.

Soltó una risa sarcástica: —Es demasiado astuta, ¿crees que se quedaría quieta cumpliendo su castigo? Seguro ya encontró forma de escapar.

¿En serio?

Viendo mi alma flotar, me dije con ironía:

—¿Y cómo carrizo iba a escapar si dejó el congelador con cadenas y se llevó a toda la servidumbre a su luna de miel?

De no ser por ese pequeño detalle, quizás habría logrado salir, después de todo quería seguir viviendo.

Solo dijo:

—Daniela, quédate aquí castigada hasta que comprendas la diferencia entre tú y Milena, y que para mí, vales menos que la servidumbre.

Era así, en segundos volvieron a olvidarse de mí y siguieron con sus arrumacos, hasta que el asistente entró nervioso, nombrándome bajito:

—Señor Ruiz, parece que la señorita Ramos... se fue de casa. No está por ningún lado y no se llevó nada de sus cosas.

Fernando hizo un gesto de fastidio.

—¿Cree que voy a salir corriendo a buscarla como hacía antes? ¿Cómo un idiota? ¡Si no quiere volver, que no vuelva nunca! ¡Sus cosas le vendrán bien a Milena!
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