Lo que más la sorprendió fue que, en lugar de enfurecerse, Fernando comenzó realmente a comer de aquellos platos recalentados. Daisy se quedó pensativa un instante. Luego se puso en pie y se encaminó a la puerta.—Así que de veras tenías hambre… Pues adelante, come lo que gustes.Fernando no se lo impidió. Sin embargo, cuando Daisy llegó al umbral, él habló con voz suave y pausada:—¿Y qué tal va eso de la patente que Javier pretende registrar? ¿Ya está lista?Daisy se detuvo sin darse vuelta:—Me temo que la respuesta va a decepcionarte.Mientras fijaba la vista en su espalda, Fernando esbozó una pequeña risa:—Eso lo veremos.Daisy no contestó más y siguió de largo.Fernando se quedó sentado, sirviéndose un vaso de agua con total parsimonia… hasta que, de pronto, el vaso se resquebrajó entre sus dedos.Esquirlas de cristal le cortaron la mano, y la sangre se mezcló con el agua, goteando al suelo. Sus pupilas se tiñeron de un matiz sombrío y posesivo.Cuando Daisy se metió al ascensor
Javier esbozó una sonrisa relajada.—Cuando tú hagas lo mismo, hablamos.Daisy puso cara de pocos amigos, dio media vuelta y se fue.Javier la contempló mientras se alejaba, y esa mirada tranquila que acostumbraba mostrar se tiñó de un matiz profundo e indescifrable.Al día siguienteGracias a la gestión previa de Javier, Daisy tomó un montón de obsequios y partió rumbo a la residencia de la familia Ortega.Habían pasado dos meses desde la última vez que trató a Erik Ortega, el padre de Fausto.En aquel entonces, Daisy confiaba en sonsacarle algo de información, pero todo resultó en vano.Tal vez Erik ignoraba por completo lo que ella buscaba.Después de mucho tiempo y pocos avances, Daisy comenzaba a pensar que se había enfocado en la persona equivocada.El día transcurrió, y Daisy esperó en la sala de visitas sin rastro de Fausto. Hasta que, al cabo de un buen rato, apareció el mayordomo para anunciar:—Señorita La Torre, lamento informarle que nuestro señor Fausto tuvo que salir de
Después de que Daisy salvara la vida de don Erik, era natural que Fausto, como su hijo, fuera a expresar su agradecimiento:—Señorita La Torre, le debo un favor inmenso por rescatar a mi padre. No sé cómo pagárselo —declaró Fausto.Aun cuando rondaba los cincuenta, Fausto aparentaba poco más de treinta.Vestía un traje negro de excelente confección, impecablemente planchado, y llevaba el cabello perfectamente peinado. Unos lentes con montura dorada le daban un sutil aire intelectual.—No se preocupe, señor Ortega —respondió Daisy con un gesto afable—. Simplemente pasé en el momento justo. Nadie habría ignorado a un anciano en peligro… —Dicho esto, Daisy fingió cierta inquietud—. ¿Cómo sigue don Erik?—Mi padre está fuera de peligro —aseguró Fausto.—¡Menos mal! —Daisy suspiró con aparente alivio—. Los adultos mayores corren un gran riesgo si llegan a caerse. Por suerte reaccioné rápido; con un segundo de demora, el desenlace podría haber sido terrible.La mirada de Fausto se ensombreci
Al oírlo ensalzar tanto a Fernando, Daisy tuvo que contener las ganas de soltarle otro puntapié.—Como sigas con ese discurso, haré que te quedes mudo de una buena vez.Enzo puso los ojos en blanco y le extendió la manzana pelada, a modo de tregua. Daisy la tomó y le dio una mordida.—¿Tienes noticias sobre Frigg? —preguntó ella con tono casual.Los dos últimos días, Daisy no había revisado las cámaras. En parte por falta de tiempo, en parte porque no consideraba importante cada detalle.Enzo alzó las cejas:—Sigue envenenada y lleva varios días con ataques de dolor. Jasmine ya le ha rogado a Fernando en más de una ocasión que recurra a Jade, la famosa doctora, para salvarla. Pero él no ha intentado contactarme para nada. Por si fuera poco, Jasmine insinuó que tú pudiste envenenarla, sin embargo Fernando no ha tomado represalias contra ti…Enzo la miró, alzando las cejas con intención de añadir algo más:—Jefa, digo yo, tal vez él…Daisy no lo dejó terminar. Sin pensárselo dos veces, a
—¿Qué rayos haces aquí?La presencia inesperada de Fernando, de espaldas mientras lavaba algo en el lavabo, la tomó completamente por sorpresa.Daisy se había quedado a medias, con los pantalones casi por las rodillas.Por suerte, aún conservaba la ropa interior; de lo contrario, la escena habría sido mucho más humillante.Al ver la cara de Daisy —entre pasmada y furiosa—, Fernando se limitó a terminar de enjuagar unas fresas. La mirada de Daisy se endureció:—¿Vienes a burlarte de mí o qué?Como si no la oyera, Fernando secó las frutas y se acercó con un recipiente en la mano. Daisy, instintivamente, se hizo a un lado para evitar cualquier roce con él.Por el gesto de su rostro, Fernando comprendió perfectamente el desprecio que ella sentía y dejó entrever un fugaz brillo en la mirada.Al pasar junto a ella, se inclinó un poco y le susurró al oído:—Bonita forma de piernas.Daisy se quedó en silencio, apretando los dientes para contener la rabia.Cerró la puerta del baño con un portaz
—¡No puede ser! La abuela le pidió que viniera a cuidarte, no a pelearse contigo. Voy a contarle todo y que lo regañe como se merece.—¿Su abuela le pidió que viniera? —repitió Daisy con asombro. Hasta ese momento, creyó que Fernando había aparecido por voluntad propia, ya fuera para burlarse o para cumplir algún plan oscuro.—Sí. Esta mañana acompañé a mi abuela a hacerse un chequeo. De pura casualidad vimos llegar un auto de la familia Ortega al hospital… y traían a alguien en camilla, que resultaste ser tú. Queríamos acercarnos, pero como iban ellos, mejor no incomodar. De regreso, mi hermano llamó para preguntar cómo le había ido a la abuela, y yo, sin querer, solté que estabas aquí. Entonces, la abuela le ordenó que viniera a verte.Blanca sonrió con picardía, preguntándose si Fernando habría cambiado de parecer en el último momento o no.Tomó el termo y lo abrió, sirviendo un tazón de sopa:—¡Prueba esto, cuñada! La abuela te lo preparó personalmente. No cualquiera goza de esos p
—¿Mi tía? —murmuró incrédula.En su momento, Ginesa había sido la única que, aquella fatídica noche, logró sacarla con vida del infierno que consumió a toda la familia La Torre.Fue también quien la llevó a una organización secreta para que se entrenara y pudiese vengar la muerte de sus padres y de sus tres hermanos.De no ser por ella, Daisy habría corrido el mismo destino trágico que el resto.Al fin y al cabo, Ginesa era la única pariente de sangre que le quedaba en el mundo.Sin embargo, por seguridad, nunca se habían mostrado juntas en público ni mantenido contacto abierto.La curiosidad pudo más que ella, y Daisy decidió seguirla a una distancia prudente para averiguar qué hacía su tía allí a esas horas.Pero, a mitad de camino, la perdió de vista.Estaba a punto de maldecir su mala suerte cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. Se giró de golpe, lista para atacar, pero se encontró con la mismísima Ginesa.—¡G… Ginesa! —exclamó en un susurro, reprimiendo su golpe y bajando
—Verás, hace un tiempo Enzo me contactó para decirme que sospechas que el atentado contra ti de hace tres años y la muerte de tus padres y hermanos podrían tener relación con la familia Ortega. Es un rencor que no solo te pertenece a ti, también es mío. Y la venganza no debería ser solo responsabilidad tuya.Hizo una pausa y continuó:—Por eso me acerqué intencionalmente a la esposa de Fausto, doña Celerina López. Confiaba en encontrar pistas valiosas a través de ella. Hoy mismo me invitó a cenar y las copas se alargaron más de lo previsto. No me esperaba toparte allí.—Ah, comprendo —asintió Daisy—. Yo me colé de noche en la mansión. Intenté encontrar algo incriminatorio en el despacho de Fausto… pero nada. Ningún indicio útil.—¿Cabe la posibilidad de que la familia Ortega no esté involucrada en absoluto? —sugirió Ginesa—. Al fin y al cabo, cuando tu padre vivía, su relación con Fausto era bastante buena.Era cierto. El padre de Daisy, Antonio La Torre, y Fausto habían sido compañero