—¿Qué rayos haces aquí?La presencia inesperada de Fernando, de espaldas mientras lavaba algo en el lavabo, la tomó completamente por sorpresa.Daisy se había quedado a medias, con los pantalones casi por las rodillas.Por suerte, aún conservaba la ropa interior; de lo contrario, la escena habría sido mucho más humillante.Al ver la cara de Daisy —entre pasmada y furiosa—, Fernando se limitó a terminar de enjuagar unas fresas. La mirada de Daisy se endureció:—¿Vienes a burlarte de mí o qué?Como si no la oyera, Fernando secó las frutas y se acercó con un recipiente en la mano. Daisy, instintivamente, se hizo a un lado para evitar cualquier roce con él.Por el gesto de su rostro, Fernando comprendió perfectamente el desprecio que ella sentía y dejó entrever un fugaz brillo en la mirada.Al pasar junto a ella, se inclinó un poco y le susurró al oído:—Bonita forma de piernas.Daisy se quedó en silencio, apretando los dientes para contener la rabia.Cerró la puerta del baño con un portaz
—¡No puede ser! La abuela le pidió que viniera a cuidarte, no a pelearse contigo. Voy a contarle todo y que lo regañe como se merece.—¿Su abuela le pidió que viniera? —repitió Daisy con asombro. Hasta ese momento, creyó que Fernando había aparecido por voluntad propia, ya fuera para burlarse o para cumplir algún plan oscuro.—Sí. Esta mañana acompañé a mi abuela a hacerse un chequeo. De pura casualidad vimos llegar un auto de la familia Ortega al hospital… y traían a alguien en camilla, que resultaste ser tú. Queríamos acercarnos, pero como iban ellos, mejor no incomodar. De regreso, mi hermano llamó para preguntar cómo le había ido a la abuela, y yo, sin querer, solté que estabas aquí. Entonces, la abuela le ordenó que viniera a verte.Blanca sonrió con picardía, preguntándose si Fernando habría cambiado de parecer en el último momento o no.Tomó el termo y lo abrió, sirviendo un tazón de sopa:—¡Prueba esto, cuñada! La abuela te lo preparó personalmente. No cualquiera goza de esos p
—¿Mi tía? —murmuró incrédula.En su momento, Ginesa había sido la única que, aquella fatídica noche, logró sacarla con vida del infierno que consumió a toda la familia La Torre.Fue también quien la llevó a una organización secreta para que se entrenara y pudiese vengar la muerte de sus padres y de sus tres hermanos.De no ser por ella, Daisy habría corrido el mismo destino trágico que el resto.Al fin y al cabo, Ginesa era la única pariente de sangre que le quedaba en el mundo.Sin embargo, por seguridad, nunca se habían mostrado juntas en público ni mantenido contacto abierto.La curiosidad pudo más que ella, y Daisy decidió seguirla a una distancia prudente para averiguar qué hacía su tía allí a esas horas.Pero, a mitad de camino, la perdió de vista.Estaba a punto de maldecir su mala suerte cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. Se giró de golpe, lista para atacar, pero se encontró con la mismísima Ginesa.—¡G… Ginesa! —exclamó en un susurro, reprimiendo su golpe y bajando
—Verás, hace un tiempo Enzo me contactó para decirme que sospechas que el atentado contra ti de hace tres años y la muerte de tus padres y hermanos podrían tener relación con la familia Ortega. Es un rencor que no solo te pertenece a ti, también es mío. Y la venganza no debería ser solo responsabilidad tuya.Hizo una pausa y continuó:—Por eso me acerqué intencionalmente a la esposa de Fausto, doña Celerina López. Confiaba en encontrar pistas valiosas a través de ella. Hoy mismo me invitó a cenar y las copas se alargaron más de lo previsto. No me esperaba toparte allí.—Ah, comprendo —asintió Daisy—. Yo me colé de noche en la mansión. Intenté encontrar algo incriminatorio en el despacho de Fausto… pero nada. Ningún indicio útil.—¿Cabe la posibilidad de que la familia Ortega no esté involucrada en absoluto? —sugirió Ginesa—. Al fin y al cabo, cuando tu padre vivía, su relación con Fausto era bastante buena.Era cierto. El padre de Daisy, Antonio La Torre, y Fausto habían sido compañero
Esperó reconocer a la persona, sin embargo, se trataba de un desconocido.Era un tipo alto, al menos un metro ochenta y cinco, de complexión fornida; su mirada y su comportamiento resultaban erráticos, casi como si estuviera fuera de sí.—¡Esposa, esposa! ¡Ven a mis brazos para dormir juntitos! —gritó, lanzándose contra Daisy.Daisy reaccionó de inmediato y le tiró una patada. Para su sorpresa, él la esquivó con agilidad. ¿Un supuesto "loco" que podía moverse así?—Je… —masculló Daisy, con un deje de frialdad en la voz. Y antes de que él volviera a atacarla, soltó—: ¿Quién te mandó?—¿E-esposa? No sé de qué hablas… yo solo tengo sueño, ¡quiero dormir! —fingió él, con un tono fingidamente atontado.—¿No vas a hablar, cierto? —Daisy, sin perder más tiempo, sacó una aguja plateada de su cintura y la lanzó contra el entrecejo del hombre.«¡Pum!»En apenas un segundo, el intruso se desplomó en el piso, sin fuerzas para levantarse. Daisy se bajó de la cama y, pisándole el pecho, repitió con
Cuando el hombre vio que se trataba de Daisy, estuvo a punto de quedarse sin aliento.—¿Y-ya… sabes lo que…?—¿Lo que ibas a hacer? —lo interrumpió Daisy con un tono helado—. Sé lo suficiente. Y lo que aún no sé depende de cuánto quieras confesar.—¡Diré todo, lo juro! —balbuceó el tipo, todavía mareado por el golpe—. ¡Nada es más importante que mi pellejo!—Vaya, pues empieza. —Daisy lo miró con desdén.—Hoy en la mañana apareció una mujer, muy elegante, con sombrero y mascarilla… Me pidió que consiguiera a alguien para hacer un "trabajo"…Daisy sacó su celular y le enseñó una foto de Jasmine:—¿Es ella?Él ladeó la cabeza, intentando recordar.—No puedo asegurarlo —vaciló—. Tenía el rostro tapado, pero la complexión se le parece bastante.Daisy guardó el teléfono. Luego le lanzó una tarjeta:—Aquí hay cinco millones. Ya sabes lo que te toca hacer, ¿no?El hombre se quedó pensativo un instante. Al ver la mirada de Daisy, preguntó con cautela:—¿Ojo por ojo, verdad?Daisy soltó una ris
En ese mismo instante, Daisy, desde otra parte, observaba la escena a través de su dispositivo. Vio a Frigg suplicar auxilio y, un segundo después, Fernando entró precipitadamente en la habitación.Daisy apretó el móvil con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. «Para llegar tan rápido», pensó, «significa que ya estaba en este hospital. Y decían que a Fernando no le importaba Frigg…» Con un bufido, Daisy cerró la ventana de monitoreo.Por su lado, Frigg no podía creer la velocidad con que Fernando había llegado. Una vez que Thiago redujo a aquellos agresores, la joven soltó un suspiro de alivio y le preguntó con voz temblorosa:—Fer, ¿no estabas muy ocupado? ¿Cómo es que viniste al hospital tan tarde?—Simple coincidencia. —respondió Fernando con frialdad.Resultaba que un empleado de Unión Suárez había sufrido un percance y fue ingresado de emergencia en el Hospital de Grupo Mero, que quedaba cerca de la empresa.De regreso, mientras Fernando revisaba el estado del empleado,
Daisy le devolvió la sonrisa:—No se preocupe, abuelito. Fue un gusto…Sin embargo, de pronto se detuvo y se tapó la boca con aparente turbación.—¿Pasa algo? —preguntó Erik con genuina preocupación—. ¿Se siente mal?—N-no… —Daisy negó con la cabeza—. Es que… con mi condición de "simple ciudadana", quizá no debería llamarlo "abuelito" así como así.—¡Qué tonterías dice! —protestó Erik, enternecido—. Si no fuera por usted, puede que ya no siguiera en este mundo. Que me diga "abuelito" es motivo de alegría, no de reproche.Como si hubiera tenido una revelación, hizo una pausa y prosiguió:—¿Sabe? No tengo nietas. ¿Qué le parecería ser mi nieta adoptiva?—¿Eh? Eso… no sé… No soy más que una persona común —titubeó Daisy.—¡Nada de eso! —cortó Erik con determinación. Se volvió hacia el mayordomo y le indicó—: Llámale enseguida a Fausto. Quiero formalizar esto ahora mismo.Al poco rato, Fausto llegó de prisa y, mirando a su padre, comentó:—Papá, entiendo que quieras agradecerle a la señorit