capitulo 3

Estoy en mi cuarto organizándome para ir a la fiesta a la que me invitó Mafe. Me decido por una falda, un crop top y unas botas altas que me llegan más arriba de la rodilla.

—¿A dónde vas tan arreglada? —me volteo y veo a mi madre parada en la puerta.

—Voy a salir con gente de la oficina —respondo seca mientras peino mi cabello.

—Hija, no podemos seguir así. Lamento lo que hice, en serio, no quería pegarte, pero tú también te pasaste con tu comentario —me volteo para verla y me acerco a ella.

—Mamá, ya pasó, no hay problema —le dedico una sonrisa falsa y, como me conoce tan bien, solo suelta un suspiro.

—No vengas tarde y no tomes mucho.

—Tranquila, voy a estar bien —tomo mi bolso y bajo las escaleras, pero me encuentro con Federico, que está tomando una copa.

—¿A dónde vas?

—¿Acaso a todos debo darles una explicación? —este se levanta.

—Pues sí.

—No eres mi padre.

—Pero pronto seré tu padrastro —me río en su cara y le digo—: En tus sueños, jamás te voy a ver como un padre, así que vete sacando esa idea de la cabeza.

—¿Nunca nos vamos a llevar bien, verdad?

—No, creo que no. O tal vez sí, pero cuando yo me largue de aquí. —Salgo de la casa y me monto en un taxi que me lleva a la discoteca. Cuando entro, veo a Mafe bailando con un chico, pero al verme, se suelta y llega hasta donde estoy, dándome un abrazo.

—Qué bueno que viniste. Ven, te presento. —Toma mi mano y me arrastra hasta una mesa.

—Chicos, les presento a una compañera. Se llama Olivia y es asistente de presidencia. —Todos me saludan con un hola y cada uno se presenta.

—Yo soy Logan, estoy en Recursos Humanos.

—Yo soy Miriam, secretaria del gerente.

—Lucas, encargado de la parte contable. —Todos fueron súper formales conmigo. Bailamos, tomamos y en un momento veo de lejos a Abel, aquel chico que me atendió en el bar. Me acerco para confirmar que sí sea él.

—Abel. —Este se voltea y al verme, me sonríe.

—Hola, linda. ¿Qué sorpresa verte aquí? ¿Qué haces? —Me da un beso en la mejilla.

—Estoy con unos compañeros de la oficina, pero te vi de lejos y quise venir a saludar.

—Qué linda. Yo estoy con unos compañeros también, pero estoy algo aburrido. ¿Qué te parece si nos vamos a otro lugar? —Por un momento dudo, pero la verdad es que yo también estoy cansada del ambiente.

—Está bien. Espera, me despido de mis compañeros. —Voy a la mesa y me despido de todos, pero mi amiga Mafe nota que me voy con un chico, así que me guiña el ojo.

—Suerte con tu chico. —Le dedico una sonrisa y salgo con Abel. Pero cuando llegamos al estacionamiento, Abel se para enfrente de una moto.

—¿Eso es tuyo? —señalo la moto con algo de miedo.

—Sí, esta es mi bebé. —Me pasa un casco, pero yo me quedo pasmada.

—¿Pasa algo?

—Es que nunca he montado en una moto y creo que es mala idea. —Este se acerca y me coloca el casco.

—Vamos, linda, te va a gustar. Seré cuidadoso.

—¿Lo prometes?

—Sí, lo prometo. Ahora vamos. —Este se sube y luego yo, con mucho cuidado, me subo intentando que nada se me vea, ya que tengo falda.

—¿Bueno, a dónde vamos?

—Ya lo verás. —Arranca la moto y rápidamente rodeo su cintura con mis brazos, pegándome a su espalda. Luego de un rato, ya me siento más relajada y comienzo a levantar mis brazos, dejando que la brisa me pegue en toda la cara.

—¡Esto está genial! —grito mientras dejo que el viento me lleve.

—Te dije que te iba a gustar. —Después de subir y subir, llegamos a un mirador que tiene una vista increíble. Nos sentamos en el suelo, admirando el paisaje.

—Es precioso.

—Sí, cuando estoy triste o con problemas, siempre vengo aquí. Eres la primera chica que traigo a este lugar. —Volteo mi rostro y al ver su mirada, puedo ver que dice la verdad. Abel, a pesar de mostrar pinta de ser un hombre malo, sé que en el fondo tiene un gran corazón.

—Pues me siento muy halagada de ser la primera en compartir contigo esta preciosa vista. —Nos tiramos en el suelo y en un momento este junta nuestras manos mientras me mira.

—No sé qué tienes, Olivia, pero desde que te vi por primera vez en el bar, no he parado de pensar en ti. Dime, ¿qué me hiciste? —De a poco se empieza a acercar hasta que queda a unos centímetros de mi cara. Veo cómo observa mis labios, como pidiendo permiso, así que yo termino esta agonía y en un rápido movimiento pego mis labios con los suyos. Este pone sus manos en mis mejillas mientras profundizamos nuestro beso. Es un beso tierno y pausado; al parecer, ninguno tiene afán de nada. Cuando nos separamos por falta de aire, este me mira con adoración.

—Dame una oportunidad de conocerte. —Dios, ¿cómo negarme a este hombre?

—Claro que te doy esa oportunidad. —Nos volvemos a besar y luego seguimos hablando.

Cuando llego a la casa, le entrego el casco y este me pega a su cuerpo.

—Adiós, preciosa. —Me deja un beso casto en los labios.

—Adiós, Abel. Cuídate. Mándame un mensaje cuando ya hayas llegado a casa.

—Qué linda, ya te preocupas por mí. —Le doy un codazo y este me vuelve a besar hasta que escucho mi teléfono sonar. Cuando veo quién es, ruedo mis ojos y contesto.

—¿Qué quieres?

—Suelta a ese imbécil y entra ya mismo a la casa, sino quieres que vaya por ti. —¿Qué? ¿Cómo sabe...? Me espía. Miro hacia la casa, pero luego me centro en Abel.

—Bueno, ahora sí me voy. Nos hablamos. —Le doy un último beso y luego entro a la casa. Pero cuando cierro la puerta, unos brazos me acorralan contra la puerta.

—Dios, Federico, vas a matarme de un susto. —Este huele a licor, pero del fuerte.

—Estabas tomando?

—¿Importa? —Sí, estaba tomando y ahora está borracho.

—Déjame pasar, Federico. —Pero no se mueve.

—¿Quién era ese?

—Un amigo. —Responde seca.

—Claro, ¿y a tus amigos les das besos en la boca?

—¿Por qué me espías?

—Debo cuidar de ti.

—Federico, el papel de padrastro no te queda bien. Ahora déjame pasar que estoy cansada. —Cuando voy a pasar, este me toma de la cintura con fuerza, haciendo que todo mi cuerpo se erice con ese solo toque.

—Dime, ¿qué tienes? —No entiendo.

—¿Qué tengo de qué? —Se pega más a mí, quedando a solo metros de mi rostro.

—¿Qué tienes que me vuelves loco? —Oh, por Dios, ¿qué estaba diciendo? Dios, él se va a casar con mi madre, no puede andar diciendo esas cosas... aunque bueno, eso no era lo que querías, Olivia. Dios, no sé más cómo reaccionar y termino haciendo algo que no sé si fue buena idea.

Acabo de darle una bofetada...

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