El jardín de la mansión Ferrer estaba bañado por la luz de la luna. El murmullo del viento entre los árboles creaba una atmósfera serena, casi mágica. La brisa nocturna mecía suavemente las hojas y llenaba el aire de un aroma a jazmín y tierra húmeda.Irma, la amiga de Sandra, caminaba sin rumbo fijo por los senderos iluminados tenuemente. Sus pasos eran lentos, pensativos. De pronto, a lo lejos, divisó una figura sentada en uno de los bancos: Alejandro.Se veía solo, con la mirada perdida entre las sombras del jardín, su silueta firme pero su postura cargada de melancolía.Irma dudó un instante, pero luego, llenándose de valentía, se acercó.—Hola —dijo con una voz suave, casi temerosa de interrumpir su mundo de pensamientos.Alejandro levantó la mirada despacio. Sus ojos, que solían ser tan intensos y duros, reflejaban ahora un cansancio profundo.—Hola —respondió, haciéndole un pequeño gesto con la cabeza.—¿Puedo sentarme? —preguntó ella, con una sonrisa tímida.Alejandro asiente.
La noche era densa y silenciosa en la vieja casona donde Adrien se refugiaba con su familia. Las ventanas del estudio estaban apenas entornadas, dejando entrar una brisa fría que agitaba suavemente las pesadas cortinas de terciopelo.Adrien estaba de pie, de espaldas a la puerta, observando la oscuridad a través del cristal. Vestía de negro; su postura tensa y sus manos cruzadas tras la espalda revelaban la tormenta interna que lo consumía.Detrás de él, su padre, un hombre de rostro severo y cabello entrecano, se sentó en un sillón de cuero, con un vaso de whisky entre los dedos.—Y bien? —preguntó el padre, rompiendo el silencio con su voz grave—. ¿Qué ha averiguado sobre su estado?Adrien cerró los ojos un segundo antes de girarse lentamente. Su mirada era fría, calculadora.—Camila está viva y eso es lo que importa —dijo, sin rodeos—. Pero no es la misma.El padre frunció el ceño, interesado.—¿Qué quieres decir?Adrien caminó lentamente hasta su escritorio, donde un expediente mé
La luz del atardecer teñía las paredes de la habitación en tonos dorados y anaranjados. El aire olía a lavanda fresca, una fragancia cuidadosamente elegida para infundir calma. La habitación era amplia, elegantemente decorada con tonos suaves, pero lo que más destacaba era la gran cantidad de fotografías enmarcadas que cubrían cada rincón. Adrien y Camila sonriendo, abrazados en playas idílicas, cortando el pastel de bodas, bailando bajo luces de ensueño.Cada imagen parecía contar una historia perfecta, una vida plena de amor y felicidad. Una vida que Camila, en su confusión, aceptaba como real.Sin embargo, esa tarde, la inquietud se había apoderado de ella.Camila caminaba de un lado a otro de la habitación; sus pasos descalzos apenas susurraban sobre la alfombra mullida. Se mordía el labio inferior, sus manos entrelazadas frente a su pecho, retorciéndose de ansiedad. Sus ojos, grandes y brillantes, estaban empañados de lágrimas contenidas.Su corazón latía con fuerza. No podía sac
Adrien cerró la puerta del dormitorio con sumo cuidado, asegurándose de no hacer el menor ruido. Permaneció un instante en el pasillo, sus ojos clavados en la madera blanca de la puerta, como si a través de ella pudiera seguir vigilando el sueño inquieto de Camila.Sus manos estaban tensas, casi crujientes.Inspirado profundamente, enderezando los hombros, y caminó decidido por el amplio corredor hasta llegar a su despacho. Una estancia sobria, de muebles de madera oscura, cortinas pesadas que bloqueaban la luz del exterior y una gran biblioteca que daba al ambiente un aire de solemnidad.Adrien cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia el escritorio. Con un suspiro cansado, sacó su teléfono móvil del bolsillo. Por un momento, lo sostuvo entre sus manos, dudando. Sus dedos tamborileaban sobre la carcasa, en un gesto de ansiedad contenido.Finalmente, buscó el número en su lista de contactos y pulsó "Llamar" .El tono de llamada sonó varias veces. Adrián miró por la ventana; La noche
Una noche diferenteEl auto de Andrés se estacionó junto a la acera, justo frente a un edificio de fachada discreta pero moderna, iluminado con luces de tonos azulados y neón suave. Alejandro e Irma descendieron primero. Irma, radiante en un vestido ligero de color lavanda, sonando cuando Alejandro, en un gesto caballeroso, le ofreció su brazo.—¿Me permites? —dijo él, con una media sonrisa.Irma, sorprendida pero feliz, aceptó de inmediato, entrelazando su brazo con el de él. Sentir su proximidad hizo que su corazón latiera con fuerza descontrolada. Era un pequeño gesto, pero para ella significaba el mundo .Andrés bajó de su auto y los alcanzó en la acera. Observó la fachada del club con cierta curiosidad.—Nunca había venido a este lugar —comentó, mientras se acercaban a la entrada.Irma emocionando, disfrutando del momento, y se adelantó un poco para explicar:—Este club es especial —dijo con entusiasmo—. Es un sitio inclusivo. Aquí vienen personas de todo tipo: heterosexuales, ga
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl
El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él. —Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido. Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos. —Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, dis
Camila caminaba por las calles del barrio con pasos lentos, sintiendo el peso de la tarde en sus hombros. A sus 23 años, la vida no había sido fácil para ella, pero siempre había encontrado la fuerza para seguir adelante. Desde que su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo 17 años, la responsabilidad de cuidar a su familia había recaído completamente sobre sus hombros. Su madre, Marta, había quedado devastada por la pérdida, y desde entonces, Camila había sido el pilar del hogar. Vivía en una pequeña casa de un barrio humilde, junto a su madre y su hermana menor, Sofía, quien apenas tenía 6 años. El hogar era modesto, con muebles desgastados pero llenos de cariño. A pesar de las dificultades económicas, Camila siempre hacía lo posible por mantener un ambiente cálido y amoroso para su hermana y su madre. Ese día, al abrir la puerta de su casa más temprano de lo habitual, su madre, Marta, levantó la vista desde la mesa del comedor, sorprendida. Marta era una mujer de rost