Enemigos en la sombraEl edificio Ferrer Corporativo se alzaba imponente en medio de la ciudad, sus amplias cristaleras reflejaban el cielo nublado de esa mañana pesada. Alejandro estacionó su automóvil en el lugar de siempre, apagó el motor y se quedó unos segundos en silencio, respirando profundamente mientras apretaba el volante. Luego, con un leve movimiento de cabeza, como si se obligara a sí mismo a seguir adelante, salió del vehículo.Apenas puso un pie en el vestíbulo, fue recibido por los atentos saludos de sus empleados.—¡Buenos días, señor Ferrer! —dijo el portero con una sonrisa formal.—Buenos días —respondió Alejandro con un leve gesto de cabeza, caminando con paso firme hacia los elevadores.Su presencia imponía respeto. Vestido impecablemente con un traje gris oscuro, camisa blanca y una corbata azul marino, Alejandro irradiaba autoridad. Sin embargo, en su mirada se notaba un velo de cansancio, de preocupaciones que no lograba sacudirse.Al llegar a su piso, su secr
La mañana avanzaba lenta en la empresa Ferrer Corporativo. El sonido de teclados y teléfonos resonaba en los pasillos mientras los empleados realizaban sus labores cotidianas. Andrés cruzó el vestíbulo principal con paso firme, sus zapatos resonando contra el mármol brillante del piso.Vestía un traje oscuro y una expresión de preocupación dibujada en el rostro. Saludó con un leve movimiento de cabeza a algunos empleados que lo reconocieron mientras caminaba directo hacia la oficina de Alejandro.Al llegar al área de recepción privada, fue recibido por la joven secretaria de su primo, Carolina.—Buenos días, señor Ferrer —saludó ella con una sonrisa profesional.—Buenos días, Carolina —respondió Andrés, intentando sonar casual—. ¿Está Alejandro?Carolina se mostró con cortesía.—Sí, señor. Puede pasar.Andrés agradeció con un gesto y avanzó hasta la gran puerta de madera. Respiró hondo y tocó dos veces.—Adelante —se escuchó la voz firme de Alejandro desde dentro.Andrés abrió la puer
La tarde había caído sobre la ciudad, tiñendo el cielo de un tono dorado y cálido. Las luces del jardín comenzaban a encenderse en la mansión Ferrer, proyectando destellos suaves sobre los muros de piedra y los extensos rosales que bordeaban los senderos.Andrés regresó manejando su auto en silencio, el peso de la conversación con Alejandro aún flotando en su mente. Detuvo el vehículo en el amplio estacionamiento y, al bajar, se encontró de frente con Sandra.Ella estaba radiante.Vestía un vestido ligero de color celeste que abrazaba su figura con delicadeza. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y un leve maquillaje realzaba aún más la dulzura de su rostro. Andrés se quedó quieto, atrapado por su belleza natural. Su corazón dio un brinco involuntario en su pecho.—¿A dónde vas, tan hermosa? —preguntó, bajando del auto y acercándose a ella, con una voz que pretendía ser casual, pero que denotaba un matiz de interés genuino.Sandra lo miró, dudando por un breve instante.
El jardín de la mansión Ferrer estaba bañado por la luz de la luna. El murmullo del viento entre los árboles creaba una atmósfera serena, casi mágica. La brisa nocturna mecía suavemente las hojas y llenaba el aire de un aroma a jazmín y tierra húmeda.Irma, la amiga de Sandra, caminaba sin rumbo fijo por los senderos iluminados tenuemente. Sus pasos eran lentos, pensativos. De pronto, a lo lejos, divisó una figura sentada en uno de los bancos: Alejandro.Se veía solo, con la mirada perdida entre las sombras del jardín, su silueta firme pero su postura cargada de melancolía.Irma dudó un instante, pero luego, llenándose de valentía, se acercó.—Hola —dijo con una voz suave, casi temerosa de interrumpir su mundo de pensamientos.Alejandro levantó la mirada despacio. Sus ojos, que solían ser tan intensos y duros, reflejaban ahora un cansancio profundo.—Hola —respondió, haciéndole un pequeño gesto con la cabeza.—¿Puedo sentarme? —preguntó ella, con una sonrisa tímida.Alejandro asiente.
La noche era densa y silenciosa en la vieja casona donde Adrien se refugiaba con su familia. Las ventanas del estudio estaban apenas entornadas, dejando entrar una brisa fría que agitaba suavemente las pesadas cortinas de terciopelo.Adrien estaba de pie, de espaldas a la puerta, observando la oscuridad a través del cristal. Vestía de negro; su postura tensa y sus manos cruzadas tras la espalda revelaban la tormenta interna que lo consumía.Detrás de él, su padre, un hombre de rostro severo y cabello entrecano, se sentó en un sillón de cuero, con un vaso de whisky entre los dedos.—Y bien? —preguntó el padre, rompiendo el silencio con su voz grave—. ¿Qué ha averiguado sobre su estado?Adrien cerró los ojos un segundo antes de girarse lentamente. Su mirada era fría, calculadora.—Camila está viva y eso es lo que importa —dijo, sin rodeos—. Pero no es la misma.El padre frunció el ceño, interesado.—¿Qué quieres decir?Adrien caminó lentamente hasta su escritorio, donde un expediente mé
La luz del atardecer teñía las paredes de la habitación en tonos dorados y anaranjados. El aire olía a lavanda fresca, una fragancia cuidadosamente elegida para infundir calma. La habitación era amplia, elegantemente decorada con tonos suaves, pero lo que más destacaba era la gran cantidad de fotografías enmarcadas que cubrían cada rincón. Adrien y Camila sonriendo, abrazados en playas idílicas, cortando el pastel de bodas, bailando bajo luces de ensueño.Cada imagen parecía contar una historia perfecta, una vida plena de amor y felicidad. Una vida que Camila, en su confusión, aceptaba como real.Sin embargo, esa tarde, la inquietud se había apoderado de ella.Camila caminaba de un lado a otro de la habitación; sus pasos descalzos apenas susurraban sobre la alfombra mullida. Se mordía el labio inferior, sus manos entrelazadas frente a su pecho, retorciéndose de ansiedad. Sus ojos, grandes y brillantes, estaban empañados de lágrimas contenidas.Su corazón latía con fuerza. No podía sac
Adrien cerró la puerta del dormitorio con sumo cuidado, asegurándose de no hacer el menor ruido. Permaneció un instante en el pasillo, sus ojos clavados en la madera blanca de la puerta, como si a través de ella pudiera seguir vigilando el sueño inquieto de Camila.Sus manos estaban tensas, casi crujientes.Inspirado profundamente, enderezando los hombros, y caminó decidido por el amplio corredor hasta llegar a su despacho. Una estancia sobria, de muebles de madera oscura, cortinas pesadas que bloqueaban la luz del exterior y una gran biblioteca que daba al ambiente un aire de solemnidad.Adrien cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia el escritorio. Con un suspiro cansado, sacó su teléfono móvil del bolsillo. Por un momento, lo sostuvo entre sus manos, dudando. Sus dedos tamborileaban sobre la carcasa, en un gesto de ansiedad contenido.Finalmente, buscó el número en su lista de contactos y pulsó "Llamar" .El tono de llamada sonó varias veces. Adrián miró por la ventana; La noche
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl