Evangeline, llena de curiosidad y con una inquietante necesidad de verificar el estado de Samira, se encontró en una encrucijada. Sabía que, aunque sentía una gran intriga de ver a Samira y comprobar cómo se encontraba, debía hacerlo sin despertar la sospecha de Alister. Había escuchado rumores y tenía la inquietante sensación de que la situación era peor de lo que aparentaba. Consciente de que el Alfa había establecido estrictas restricciones sobre el acceso a la prisión, Evangeline decidió actuar con cautela.Bajó a la prisión en un intento de evitar la detección. El pasillo oscuro y frío estaba custodiado por Damon, el guardia asignado. Evangeline sabía que Damon era un hombre lobo leal a Alister, y su deber era custodiar la prisión y garantizar que nadie interfiriera en el castigo impuesto a Samira. Pero ella tenía un propósito firme: ver por sí misma cómo estaba ella, no para hablar con la mujer, sino para observar la realidad de su situación.Damon, al notar la presencia de Evan
Con el paso del tiempo, Samira continuó en su celda de aislamiento total. Aproximadamente un mes después, cierta tarde, Evangeline estaba con Alister en su estudio. La habitación estaba llena de libros antiguos y el aroma a papel y tinta impregnaba el aire. Generalmente, Alister no acostumbraba estar acompañado por alguien en su estudio o en su oficina, ni siquiera Yimar estaba con él de esa forma. En la empresa o en la casa de la ciudad, solo entraba unos minutos para entregarle documentos o para decirle cosas importantes, luego se retiraba. En ocasiones, permanecía con él para trabajar, pero nunca se quedaba por mera compañía. Sin embargo, Alister se había acostumbrado a tener a Samira cerca cuando se hallaba en su oficina. Inconscientemente, extrañaba ese hábito. Por esa razón, permitía que Evangeline se quedara a su lado en el estudio. Evangeline, sentada en un sillón, observó a Alister mientras que éste leía un libro.—Alfa —pronunció ella, rompiendo el silencio—. Usted no ha
Samira quedó atónita ante la pregunta, necesitando varios minutos para procesarla. ¿Por qué Evangeline, su enemiga jurada, le ofrecería tal cosa?—¿Samira, no me oíste? —repitió Evangeline—. Contéstame, ¿quieres salir de aquí o no?Aun así, Samira tomó unos segundos más antes de responder, tratando de comprender las intenciones de Evangeline.—Sí. A decir verdad, quiero irme de aquí —respondió finalmente, con total sinceridad.—Bien, yo puedo ayudarte. Puedo sacarte de esta celda y facilitar tu escape.Samira la miró con asombro, intentando entender sus motivos.—¿Por qué harías eso? —preguntó, incrédula.—¿Por qué crees? —respondió Evangeline con desdén—. Porque estoy harta de ti. Aunque disfruto verte en esta celda, sigues siendo un estorbo en mi vida y en la del Alfa, y eso me desagrada. Prefiero verte lejos de aquí, aunque eso signifique liberarte.Samira se sintió atrapada en una confusión de emociones. La desconfianza hacia Evangeline se mezclaba con la desesperación de su situa
La noticia de que Alister planeaba mudar a Samira de la celda de aislamiento había obligado a Evangeline a tomar una decisión rápida. Pensaba que, si eso ocurría, Samira podría intentar nuevamente convencer al Alfa para que la escuchara. ¿Qué pasaría si esta vez sí lograba convencerlo? ¿Qué ocurriría si Alister empezaba a compadecerse y a analizar con más profundidad todo lo que había pasado? Él podría darse cuenta de ciertas irregularidades y descubrir la verdad oculta, que Evangeline fue la que armó todo el escenario para que Samira fuera repudiada. Si esto sucedía, todos sus esfuerzos no habrán valido la pena. ¡No podía dejar que eso pasara! No podía permitir que ella tuviera la oportunidad de hablar con Alister. Había visto cómo, incluso en el estado más deplorable, Samira mantenía una fuerza interior que podría persuadir al Alfa si le daba la oportunidad.Evangeline sabía que ese era el momento adecuado para actuar. No podía correr el riesgo de que todo lo que había conseguido ha
Damon caminó por los pasillos de la mansión, cada paso era más pesado que el anterior. El peso de la culpa y el temor lo aplastaban. Sabía que tenía que enfrentar a Alister y confesar lo sucedido, aunque eso significara enfrentarse a su ira. El error de dejar que Samira escapara, una vez más, lo atormentaba. Aunque sospechaba de Evangeline, seguía teniendo parte de la culpa. No podía evitar sentir que había fallado en su deber, que había permitido que ocurriera lo impensable.Llegó a la puerta del estudio de Alister y respiró profundamente antes de llamar. Un "adelante" sonó desde el interior y Damon abrió la puerta lentamente, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. Alister estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el bosque en la distancia.—Alfa —dijo Damon, entrando y cerrando la puerta tras él.—¿Qué ocurre, Damon? —articuló—. ¿Sucedió algo con Samira? —aunque no iba a verla, siempre preguntaba por su estado. En ese momento, Damon se puso de rodillas y bajó
Cuando Damon se arrodilló y confesó que Samira había escapado, la reacción de Alister fue explosiva. Salió en busca de la humana de manera desesperada, pero no logró encontrarla. Finalmente, regresó a la casa con la frustración a flor de piel.Con los ojos encendidos de furia, lanzó un rugido que resonó por toda la habitación.—¡¿Cómo demonios pudiste dejar que escapara, Damon?! —bramó Alistair, con la voz ronca por la rabia—. ¡¿Cómo pasó esto otra vez?! ¡Te di una oportunidad y me volviste a fallar! ¡¿Cómo pudiste dejar que esto pasara?! ¡¿Cómo?!—vociferó—. ¡Te di una maldita responsabilidad y la echaste a perder! ¡Samira se ha ido y tú ni siquiera te diste cuenta a tiempo!Damon, aún arrodillado y lleno de vergüenza, intentó explicar.—Alfa, lo siento. No sé cómo sucedió. La busqué por todas partes, pero...—¡No quiero tus disculpas! —interrumpió Alister. Sus reclamos retumbaban en las paredes—. ¡No puedo creer que Samira haya logrado escapar de nuevo!Damon bajó aún más la cabeza,
Evangeline negó categóricamente las acusaciones de Damon. Este la miró sorprendido y desconcertado, su rostro se enrojeció de incredulidad al ver que Evangeline negaba lo que él sabía que ella había hecho. Damon insistió con una mezcla de enojo y frustración.—No mientas, tú me dijiste que el Alfa me estaba buscando —repitió Damon, su voz temblando de rabia—. Lo busqué por todos lados y él no estaba aquí. En ese momento, Samira logró escapar. ¡Es muy evidente que tú fuiste quien la ayudó!Evangeline levantó una ceja, su mirada llena de una calma engañosa.—¿Tienes alguna prueba de eso? —respondió con frialdad—. ¿Tienes alguna manera de comprobar que yo fui quien la ayudó? Además, yo nunca te dije eso, ¿por qué me estás acusando?Damon, sintiendo que su mundo se tambaleaba, pero trató de mantener la compostura.—La cocinera es testigo de que tú chocaste conmigo y de que me dijiste que el Alfa me estaba llamando. Preguntémosle a la cocinera, ella estaba ahí —Damon se giró hacia Alister,
Samira despertó lentamente, parpadeando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz. La primera cosa que notó fue el techo blanco del hospital, iluminado por luces fluorescentes frías y clínicas. El zumbido constante de los equipos médicos llenaba el aire, junto con el pitido ocasional de un monitor de signos vitales. Las paredes estaban pintadas de un azul pálido, casi gris, que intentaba, sin éxito, dar una sensación de calma. Cortinas blancas semi-transparentes rodeaban la cama, proporcionando una ilusión de privacidad. Al girar la cabeza, vio una mesita de noche con una jarra de agua y un vaso desechable, al lado de una pequeña lámpara que emitía una luz cálida pero tenue. Había un ramo de flores en un florero barato, probablemente de plástico, situado en la esquina de la habitación, aunque las flores ya comenzaban a marchitarse. Un televisor pequeño estaba montado en la pared opuesta, apagado y con la pantalla reflejando la luz artificial de la habitación. Samira sintió una punz