Evangeline negó categóricamente las acusaciones de Damon. Este la miró sorprendido y desconcertado, su rostro se enrojeció de incredulidad al ver que Evangeline negaba lo que él sabía que ella había hecho. Damon insistió con una mezcla de enojo y frustración.—No mientas, tú me dijiste que el Alfa me estaba buscando —repitió Damon, su voz temblando de rabia—. Lo busqué por todos lados y él no estaba aquí. En ese momento, Samira logró escapar. ¡Es muy evidente que tú fuiste quien la ayudó!Evangeline levantó una ceja, su mirada llena de una calma engañosa.—¿Tienes alguna prueba de eso? —respondió con frialdad—. ¿Tienes alguna manera de comprobar que yo fui quien la ayudó? Además, yo nunca te dije eso, ¿por qué me estás acusando?Damon, sintiendo que su mundo se tambaleaba, pero trató de mantener la compostura.—La cocinera es testigo de que tú chocaste conmigo y de que me dijiste que el Alfa me estaba llamando. Preguntémosle a la cocinera, ella estaba ahí —Damon se giró hacia Alister,
Samira despertó lentamente, parpadeando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz. La primera cosa que notó fue el techo blanco del hospital, iluminado por luces fluorescentes frías y clínicas. El zumbido constante de los equipos médicos llenaba el aire, junto con el pitido ocasional de un monitor de signos vitales. Las paredes estaban pintadas de un azul pálido, casi gris, que intentaba, sin éxito, dar una sensación de calma. Cortinas blancas semi-transparentes rodeaban la cama, proporcionando una ilusión de privacidad. Al girar la cabeza, vio una mesita de noche con una jarra de agua y un vaso desechable, al lado de una pequeña lámpara que emitía una luz cálida pero tenue. Había un ramo de flores en un florero barato, probablemente de plástico, situado en la esquina de la habitación, aunque las flores ya comenzaban a marchitarse. Un televisor pequeño estaba montado en la pared opuesta, apagado y con la pantalla reflejando la luz artificial de la habitación. Samira sintió una punz
La mañana siguiente en el hospital, el sol se filtraba a través de las cortinas de la ventana, llenando la habitación con una luz cálida y suave. Una enfermera iba caminando por el pasillo llevando el desayuno a Samira, a lo que se cruzó con Norman. —Yo se lo llevaré —dijo, tomando la bandeja de las manos de la enfermera. La enfermera, un poco sorprendida, asintió y se retiró sin decir nada. Luego de que Norman entrara al cuarto, Samira lo miró con fastidio. —¿Qué haces todavía aquí, Norman? —preguntó, mostrándose agotada. Norman colocó la bandeja cuidadosamente sobre las piernas de Samira. —No olvide que yo fui quien te trajo a este hospital, así que no me iré hasta asegurarme de que te encuentres bien —respondió—. Además, te traje el desayuno. Samira apartó la mirada, negando con la cabeza. —No quiero comer nada. Norman suspiró, tratando de encontrar las palabras correctas. —He escuchado de los doctores que estás esperando un hijo. Imagino que es del señor Fro
Los sentimientos de Samira eran un torbellino imparable de emociones mientras intentaba mantener la calma. La angustia por su situación actual, combinada con la presencia persistente de Norman, hacía que su dolor y frustración crecieran con cada segundo. Mientras miraba por la ventana del hospital, recordaba los momentos más oscuros de su relación con Norman, esos momentos que habían dejado cicatrices profundas e imborrables en su alma.Samira sentía un dolor punzante cada vez que pensaba en Alister. Su amor por él había sido verdadero y puro, pero su desconfianza y las acusaciones de infidelidad habían destruido todo. Alister no solo había roto su corazón, sino que también la había dejado sola y embarazada, enfrentando un futuro incierto sin el apoyo de la persona que más amaba.El rechazo de Norman era la gota que colmaba el vaso. ¿Cómo podía él, de todas las personas, atreverse a ofrecerle ayuda? Era como una bofetada en la cara, un recordatorio cruel de todas las promesas rotas y
El albergue estaba ubicado en una zona oscura de la ciudad, un lugar donde el bullicio nocturno nunca cesaba. Los sonidos de la noche eran una mezcla de risas, gritos, y el constante murmullo de la vida urbana. Samira, exhausta, había encontrado refugio en el albergue, acompañada por Norman que insistía en no dejarla sola. Sin despedirse, le dio la espalda y entró al albergue sin siquiera mirar atrás. Norman permaneció en el auto, observando con frustración cómo Samira desaparecía tras las puertas del refugio.Una vez dentro, Samira se dirigió al mostrador donde el encargado, un hombre robusto con una barba descuidada, la recibió con una expresión seria pero comprensiva.—Buenas noches. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó el encargado.—Necesito un lugar para pasar la noche, por favor —respondió Samira. —Este lugar solo ofrece refugio a personas sin hogar —indicó el hombre. —Pues... ahora no lo tengo —manifestó en tono melancólico. El hombre la miró fijo por un instante, para luego p
Alister se preparó para ir a la ciudad en búsqueda de Samira, y como la casa en donde se hallaba estaba ubicada en lo profundo de un espeso bosque, era imposible llegar a la carretera en su forma humana en menos de tres días. Así que, cuando cayó la noche, se transformó en su forma de lobo en lo que sus ojos brillaban con determinación bajo la luz de la luna. La metamorfosis le permitió moverse rápidamente entre los árboles, cubriendo la distancia en solo unas horas. Alister no podía perder tiempo, la urgencia de encontrar a Samira lo consumía.Antes de partir, Evangeline intentó disuadirlo de que no lo hiciera. —Alfa, por favor, reconsidere su decisión —suplicó, con la voz cargada de preocupación y al mismo tiempo mostrando su desacuerdo—. No tiene por qué ir tras ella después de lo que ha pasado. Ni siquiera sabe si el hijo que está esperando es suyo. Lo ha engañado con dos hombres. ¿Por qué se empeña en encontrarla?A Alister le desagradaba que Evangeline le recordara aquello, así
Alister sintió cómo la ira se apoderaba de él al escuchar la burla en el tono de Norman cuando dijo que Samira se le había perdido. La sangre le hervía al pensar que ella, en su desesperación, había buscado ayuda precisamente a él. Pues claro, como eran amantes, no le sorprendió, pero sí lo enfadó. —Escucha, no me importa en lo más mínimo lo que tú y Samira tengan —refunfuñó Alister—, pero ella tiene un deber conmigo. Ustedes dos son las peores basuras con las que me he cruzado y, si es por mí, preferiría no tener que saber nada más de esa mujer. Sin embargo, no puedo dejarla ir hasta asegurarme de que el hijo que espera no es mío.Aunque dijo aquello, el Alfa en realidad estaba convencido de cumplir su amenaza pasada: si el hijo no era suyo, mataría al niño, al padre y a Samira. Norman, aunque al principio parecía confundido por las palabras de Alister, pronto recordó la historia que habían montado con Evangeline. Por un momento lo olvidó, pues como todo era mentira, le costaba tene
Alister se enfureció con las palabras de Norman. Cuando este último le sugirió que solo quería controlar a Samira porque estaba obsesionado con ella, la ira de Alister creció. Norman había tocado una fibra sensible, y el Alfa, lleno de enojo, intentó mantener la calma, pero le resultaba difícil.Alister ni siquiera sabía con certeza qué sentía por Samira en esas circunstancias. Estaba profundamente herido, creyendo que ella le había engañado, pero al mismo tiempo, no podía soportar la idea de dejarla ir, aunque no estuviera seguro si era por el asunto del bebé o porque simplemente no podía concebir que ella estuviera con otro hombre.Antes de que pudiera responderle a Norman, Alister sintió que el rastro del olor de Samira se alejaba. Los hombres que había enviado para que la buscaran le habían informado que ella estaba en el albergue, y al llegar allí, Alister pudo oler su aroma distintivo. Sin embargo, empezó a darse cuenta de que el olor se estaba disipando, lo que significaba que