Samira quedó atónita ante la pregunta, necesitando varios minutos para procesarla. ¿Por qué Evangeline, su enemiga jurada, le ofrecería tal cosa?—¿Samira, no me oíste? —repitió Evangeline—. Contéstame, ¿quieres salir de aquí o no?Aun así, Samira tomó unos segundos más antes de responder, tratando de comprender las intenciones de Evangeline.—Sí. A decir verdad, quiero irme de aquí —respondió finalmente, con total sinceridad.—Bien, yo puedo ayudarte. Puedo sacarte de esta celda y facilitar tu escape.Samira la miró con asombro, intentando entender sus motivos.—¿Por qué harías eso? —preguntó, incrédula.—¿Por qué crees? —respondió Evangeline con desdén—. Porque estoy harta de ti. Aunque disfruto verte en esta celda, sigues siendo un estorbo en mi vida y en la del Alfa, y eso me desagrada. Prefiero verte lejos de aquí, aunque eso signifique liberarte.Samira se sintió atrapada en una confusión de emociones. La desconfianza hacia Evangeline se mezclaba con la desesperación de su situa
La noticia de que Alister planeaba mudar a Samira de la celda de aislamiento había obligado a Evangeline a tomar una decisión rápida. Pensaba que, si eso ocurría, Samira podría intentar nuevamente convencer al Alfa para que la escuchara. ¿Qué pasaría si esta vez sí lograba convencerlo? ¿Qué ocurriría si Alister empezaba a compadecerse y a analizar con más profundidad todo lo que había pasado? Él podría darse cuenta de ciertas irregularidades y descubrir la verdad oculta, que Evangeline fue la que armó todo el escenario para que Samira fuera repudiada. Si esto sucedía, todos sus esfuerzos no habrán valido la pena. ¡No podía dejar que eso pasara! No podía permitir que ella tuviera la oportunidad de hablar con Alister. Había visto cómo, incluso en el estado más deplorable, Samira mantenía una fuerza interior que podría persuadir al Alfa si le daba la oportunidad.Evangeline sabía que ese era el momento adecuado para actuar. No podía correr el riesgo de que todo lo que había conseguido ha
Damon caminó por los pasillos de la mansión, cada paso era más pesado que el anterior. El peso de la culpa y el temor lo aplastaban. Sabía que tenía que enfrentar a Alister y confesar lo sucedido, aunque eso significara enfrentarse a su ira. El error de dejar que Samira escapara, una vez más, lo atormentaba. Aunque sospechaba de Evangeline, seguía teniendo parte de la culpa. No podía evitar sentir que había fallado en su deber, que había permitido que ocurriera lo impensable.Llegó a la puerta del estudio de Alister y respiró profundamente antes de llamar. Un "adelante" sonó desde el interior y Damon abrió la puerta lentamente, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. Alister estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia el bosque en la distancia.—Alfa —dijo Damon, entrando y cerrando la puerta tras él.—¿Qué ocurre, Damon? —articuló—. ¿Sucedió algo con Samira? —aunque no iba a verla, siempre preguntaba por su estado. En ese momento, Damon se puso de rodillas y bajó
Cuando Damon se arrodilló y confesó que Samira había escapado, la reacción de Alister fue explosiva. Salió en busca de la humana de manera desesperada, pero no logró encontrarla. Finalmente, regresó a la casa con la frustración a flor de piel.Con los ojos encendidos de furia, lanzó un rugido que resonó por toda la habitación.—¡¿Cómo demonios pudiste dejar que escapara, Damon?! —bramó Alistair, con la voz ronca por la rabia—. ¡¿Cómo pasó esto otra vez?! ¡Te di una oportunidad y me volviste a fallar! ¡¿Cómo pudiste dejar que esto pasara?! ¡¿Cómo?!—vociferó—. ¡Te di una maldita responsabilidad y la echaste a perder! ¡Samira se ha ido y tú ni siquiera te diste cuenta a tiempo!Damon, aún arrodillado y lleno de vergüenza, intentó explicar.—Alfa, lo siento. No sé cómo sucedió. La busqué por todas partes, pero...—¡No quiero tus disculpas! —interrumpió Alister. Sus reclamos retumbaban en las paredes—. ¡No puedo creer que Samira haya logrado escapar de nuevo!Damon bajó aún más la cabeza,
Evangeline negó categóricamente las acusaciones de Damon. Este la miró sorprendido y desconcertado, su rostro se enrojeció de incredulidad al ver que Evangeline negaba lo que él sabía que ella había hecho. Damon insistió con una mezcla de enojo y frustración.—No mientas, tú me dijiste que el Alfa me estaba buscando —repitió Damon, su voz temblando de rabia—. Lo busqué por todos lados y él no estaba aquí. En ese momento, Samira logró escapar. ¡Es muy evidente que tú fuiste quien la ayudó!Evangeline levantó una ceja, su mirada llena de una calma engañosa.—¿Tienes alguna prueba de eso? —respondió con frialdad—. ¿Tienes alguna manera de comprobar que yo fui quien la ayudó? Además, yo nunca te dije eso, ¿por qué me estás acusando?Damon, sintiendo que su mundo se tambaleaba, pero trató de mantener la compostura.—La cocinera es testigo de que tú chocaste conmigo y de que me dijiste que el Alfa me estaba llamando. Preguntémosle a la cocinera, ella estaba ahí —Damon se giró hacia Alister,
Samira despertó lentamente, parpadeando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz. La primera cosa que notó fue el techo blanco del hospital, iluminado por luces fluorescentes frías y clínicas. El zumbido constante de los equipos médicos llenaba el aire, junto con el pitido ocasional de un monitor de signos vitales. Las paredes estaban pintadas de un azul pálido, casi gris, que intentaba, sin éxito, dar una sensación de calma. Cortinas blancas semi-transparentes rodeaban la cama, proporcionando una ilusión de privacidad. Al girar la cabeza, vio una mesita de noche con una jarra de agua y un vaso desechable, al lado de una pequeña lámpara que emitía una luz cálida pero tenue. Había un ramo de flores en un florero barato, probablemente de plástico, situado en la esquina de la habitación, aunque las flores ya comenzaban a marchitarse. Un televisor pequeño estaba montado en la pared opuesta, apagado y con la pantalla reflejando la luz artificial de la habitación. Samira sintió una punz
La mañana siguiente en el hospital, el sol se filtraba a través de las cortinas de la ventana, llenando la habitación con una luz cálida y suave. Una enfermera iba caminando por el pasillo llevando el desayuno a Samira, a lo que se cruzó con Norman. —Yo se lo llevaré —dijo, tomando la bandeja de las manos de la enfermera. La enfermera, un poco sorprendida, asintió y se retiró sin decir nada. Luego de que Norman entrara al cuarto, Samira lo miró con fastidio. —¿Qué haces todavía aquí, Norman? —preguntó, mostrándose agotada. Norman colocó la bandeja cuidadosamente sobre las piernas de Samira. —No olvide que yo fui quien te trajo a este hospital, así que no me iré hasta asegurarme de que te encuentres bien —respondió—. Además, te traje el desayuno. Samira apartó la mirada, negando con la cabeza. —No quiero comer nada. Norman suspiró, tratando de encontrar las palabras correctas. —He escuchado de los doctores que estás esperando un hijo. Imagino que es del señor Fro
Los sentimientos de Samira eran un torbellino imparable de emociones mientras intentaba mantener la calma. La angustia por su situación actual, combinada con la presencia persistente de Norman, hacía que su dolor y frustración crecieran con cada segundo. Mientras miraba por la ventana del hospital, recordaba los momentos más oscuros de su relación con Norman, esos momentos que habían dejado cicatrices profundas e imborrables en su alma.Samira sentía un dolor punzante cada vez que pensaba en Alister. Su amor por él había sido verdadero y puro, pero su desconfianza y las acusaciones de infidelidad habían destruido todo. Alister no solo había roto su corazón, sino que también la había dejado sola y embarazada, enfrentando un futuro incierto sin el apoyo de la persona que más amaba.El rechazo de Norman era la gota que colmaba el vaso. ¿Cómo podía él, de todas las personas, atreverse a ofrecerle ayuda? Era como una bofetada en la cara, un recordatorio cruel de todas las promesas rotas y