Alister estaba frente a Samira, con una expresión de angustia en el rostro, sintiendo el dolor de su respuesta. A pesar de que ella ya había dejado claro su decisión, él permanecía allí, como si todavía esperara que sucediera algún milagro que pudiera cambiar la situación.—No te perdonaré, Alister —le dijo ella con frialdad, aunque había un toque de tristeza en su voz—. No puedo hacerlo. No después de todo lo que pasó.El Alfa asintió despacio, sintiendo la pena clavarse más profundo en su pecho, pero no era algo que no hubiera previsto. Lo sabía, lo había tenido claro desde el principio, pero enfrentarlo en persona era más duro de lo que pensaba.—Lo entiendo, Samira —respondió él, con su tono calmado, pero lleno de una tristeza que no podía ocultar—. Sabía que no sería fácil. Soy consciente de que te lastimé y que no cumplí las promesas que te hice... que te fallé de tantas maneras.—Claro que lo hiciste —recalcó—. Rompiste todas tus promesas. Dijiste que siempre me apoyarías y que
—Tal vez lo que sientes no es amor, sino culpa —dijo Samira, con un semblante que mostraba seriedad pero, por dentro, su corazón estaba empezando a agitarse—. Culpa por todo lo que me hiciste. Dijiste que te arrepientes, que te duele mucho, pero quizás solo es tu conciencia la que te está castigando por todo lo que pasó. Y eso no es amor, Alister. Puede que ya no quieras estar conmigo, pero confundes ese sentimiento con el deseo de arreglar las cosas, de enmendar lo que hiciste.—No es así —interrumpió Alister, sin una pizca de duda—. Puedes decir lo que quieras, pero no dudes de lo que siento. No estoy confundido. Sí, siento culpa, claro que la siento, pero eso no tiene nada que ver con la razón por la que quiero estar contigo. Como te dije, tú eres mi mate. Los dioses te han puesto en mi camino, ellos te eligieron para mí. Y, después de conocerte, de compartir mis días contigo, yo también te elegí a ti. Así que no me rendiré tan fácilmente. Lucharé por ti, por nosotros.Samira lo co
Evangeline estaba sentada en un rincón oscuro de la habitación en la que había sido encerrada, con la mirada perdida y fija en la nada. Apenas algunas lágrimas resbalaban por su rostro, pero no había sollozos, solo un silencio gélido que llenaba el aire.Todo se sentía irreal para ella. No podía creer que las cosas hubieran llegado a este punto. Había pensado que, a pesar de todo lo que había hecho, siempre sería intocable. Creía que nadie se atrevería a descubrir sus verdaderos planes, confiando en que su papel como hija del Beta la protegía de cualquier sospecha.Sin embargo, ahora estaba allí, atrapada, expuesta, con cada mentira y traición al descubierto. La voz de Alister aún resonaba en su mente, fría y tajante. Había sentido miedo antes, pero nunca como ahora.Mientras tanto, Ofelia estaba destrozada, llorando sin control en el mismo cuarto. Su dolor no venía de su propia situación, sino de la angustia que sentía al ver a Evangeline así, quebrada y derrotada.Con pasos vacilant
Evangeline se movió inquieta, apartándose un poco. Miraba a los lados como si buscara una salida. Sabía que si decía la verdad, estaba aceptando su culpa, pero quedarse callada tampoco era opción.—Padre… no sé qué decirte —murmuró, respirando con pesadez—. Me siento sola, sin nadie que me apoye. Si digo algo, cualquier cosa, lo usarán en mi contra y todo me caerá encima. No sé qué hacer. ¿Se supone que debo asumir la culpa de algo que no hice? ¿Debo pagar por los errores de otros?Yimar exhaló ruidosamente, cerrando los ojos por un momento. Luego, negó con la cabeza, mostrándose cansado.—Nadie te está pidiendo que asumas los errores de otros. Te estamos pidiendo que asumas los tuyos. Sabes perfectamente de lo que hablo, Evangeline. Basta de rodeos. Al menos conmigo, con tu padre, sé sincera. No tienes por qué mentirme, yo soy tu sangre.Evangeline lo miró con amargura.—¿Mi sangre? —resaltó—. No me defiendes, ni me proteges. ¿Cómo quieres que confíe en ti?Yimar apretó los puños, ag
Alister miró fijamente a Yimar, quien intentaba mantener la compostura, pero el dolor era notable en sus ojos. —Alfa, yo... le he rogado que no sea tan severo con ella. He tenido el atrevimiento de pedirle misericordia, y lo mantengo —expresó el Beta, aún con la cabeza gacha—. No dudo de las palabras del Alfa, sé que Evangeline es culpable, pero... se trata de mi hija. Ha cometido errores, pero no soportaré verla sufrir.—No quieres que le hagamos daño físico, ¿cierto? —cuestionó Alister—. ¿Temes que una daga atraviese su corazón?Yimar sintió como si le hubieran apretado el alma. Tragó saliva y asintió con tristeza.—Sí, Alfa. No quiero que mi hija muera. Sé que una traición como esta merece un castigo severo, como la tortura física y emocional, e incluso la muerte... pero es mi hija. Es lo único que me queda de mi mate —su voz se quebró ligeramente—. Sé... que ha llamado al sacerdote, y usted ha dicho que Evangeline no puede seguir estando en la manada. Puedo asumir que eso signifi
El Alfa y el sacerdote se quedaron solos en el estudio. Alister lo escrutó por un instante antes de romper el silencio.—Te agradezco mucho por haber venido —manifestó con seriedad.El sacerdote dio un asentimiento y respondió con la serenidad alojada en su voz.—Siempre estoy a disposición del Clan. Si me has mandado llamar, es porque hay una situación delicada en la que debo involucrarme, ¿cierto?—Así es —confirmó Alister—. La situación es grave, y quiero contarte todo en detalle.Con eso, el Alfa comenzó a explicar lo que había sucedido con Evangeline, la manera en que ella había traicionado la confianza de la manada y había actuado en contra de todo lo que habían jurado proteger. El sacerdote lo escuchó atentamente, pero no pudo ocultar su sorpresa. Sus ojos se agrandaron, y a medida que Alister habló, su expresión fue cambiando de incredulidad a una de decepción.—Es... una pena —murmuró el sacerdote al final, sacudiendo la cabeza—. Es doloroso escuchar que hayan tenido que pasa
Samira se despertó con un dolor punzante en la mejilla. La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, iluminando su pequeño cuarto de manera casi cruel. Se llevó una mano al rostro y sintió el calor y la hinchazón donde su suegra la había golpeado la noche anterior.Recordó el incidente con claridad: “¡Nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo!” había gritado su suegra antes de abofetearla con una fuerza que aún sentía. Las palabras se habían clavado en su corazón más profundamente que el golpe mismo. Luchó por contener las lágrimas mientras recordaba la crueldad en los ojos de aquella mujer que nunca la había aceptado.Con esfuerzo, Samira se levantó y se miró al espejo. La imagen que reflejaba no era la de una mujer feliz. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y la marca en su mejilla era un recordatorio doloroso de su sufrimiento. Sabía que tenía que salir de esa situación, pero ¿cómo? Estaba atrapada en un matrimonio donde no solo su suegra, s
El bosque era como su segundo hogar en el cual podía tener sus momentos de calma, lejos de la bulliciosa ciudad. Cada rincón de esos árboles y sombras profundas, el lobo blanco los conocía muy bien. Mientras caminaba por el bosque esa noche, sus sentidos agudos captaron un olor familiar, uno que aceleró su corazón y encendió una chispa en su pecho. El olor de su mate, su alma gemela, estaba en el aire.Sin embargo, su interés se transformó rápidamente en preocupación cuando detectó otro aroma que lo acompañaba: el penetrante olor a sangre.El lobo Alfa, Alister, percibió que la situación era grave. Solo podía pensar en que probablemente su mate estaba herida. Por lo tanto, cierta determinación lo impulsó a correr.Sabía que debía llegar a ella lo antes posible. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras corría, zigzagueando entre los árboles con una gracia sobrenatural. Finalmente, llegó al sitio de donde provenía el aroma.La escena ante él lo dejó ciertamente desconcertado. Una mujer