Helene subió las escaleras, se sentía cansada, el sexo la había dejado agotada y la discusión con el piloto malhumorada, pero sabía que debía arreglar las cosas. Ambos habían dicho cosas que no sentían, ella lo sabía. Itsac le dejó muy claro muchas veces de que no quería nada serio con nadie, pero Helene entendió con esa noche que no era cierto, tal vez fuese algo que se repetía a él mismo, pero una cosa piensa uno y otra los sentimientos. Cuando llegó a la habitación del hombre, recostó la frente en la madera. Fue ella la que puso distancia después del sexo, pero él tampoco hizo nada por negar lo que le había dado. «Tal vez es verdad, él solo se acostó conmigo por que andaba caliente, pero yo no significo nada» Dejó el asunto así, Toro se encargaría de mostrarle el audio de la llamada de su tío a Itsac, así que le envió el audio a Arnau por Whats App y se metió a su habitación. Había muchas cosas en qué pensar, en la boda, el comercial, Bertinelli, las redes sociales y mil
Helene se durmió ya entrada la madrugada, cuando el cansancio la venció, y las pesadillas la asaltaron nuevamente. Soñó con Val, que su voz resonaba por toda la pradera y a Itsac a lomos de Cuervo que corría hacia la voz a toda velocidad, hacia el mar. Helene montaba a Paloma, pero la yegua era lenta, como si estuviera enredada en aguas pantanosas y el piloto se escapaba de su vista con el caballo azabache que relinchó una última vez mientras ella y Paloma se hundían hasta que el fango las cubría por completo y cuando Helene ya no podía respirar despertó asustada y sudando. Había dejado el cuarzo sobre la cama, a su lado, y lo aferró con fuerza apretándolo contra el pecho, como si así lograra detener su acelerado corazón. Apagó la alarma de su celular que fue lo que la despertó y se sentó en el borde de la cama. Cuando recordó el motivo de su malestar, el nudo regresó nuevamente con más fuerza, pero Helene se puso de pie decidida a ignorarlo. No era la primera vez que era rechaza
Itsac dio la clase un tanto incómodo, no podía evitar notar que Helene no le prestó mucha atención, prefería estar hablando con Brenda de algo que aparecía en su cuaderno, como si le explicara algo sobre la clase, pero eso lo impacientó. No era momento para eso y las mujeres no le prestaban atención sobre lo que él, muy dedicada mente, había preparado la noche anterior. — Helene, Brenda — las llamó — ¿Podrían prestarme atención por favor? — Brenda se cruzó de piernas y Helene no lo miró. — Lo siento, profe, me explicaba algo sobre los protocolos que no entendía — Itsac se preguntó desde cuando las mujeres eran amigas. — Pues después, y no me diga profe, ahora necesito que entiendan este tema. La navegación es muy importante, ¿qué harán si llega a fallar la navegación digital y el GPS? Las necesito concentradas aquí o les quitaré puntos — Helene levantó la mirada y lo miró mal.— No me regañes — le dijo y en todo el auditorio se formó tensión.— Entonces concéntrate — la regañó de
Itsac retrocedió y se quedó mirando a la joven que lo observó con los brazos cruzados, era Helene, sin duda era ella, pero con una expresión fría, como si estuviera harta de estar ahí. — ¿Es una broma? — preguntó después de un incómodo momento. El otro hombre que llegó con ella caminaba observando los cuadros que Itsac tenía colgados por toda la oficina. — ¿Ves que me estoy riendo? — le preguntó ella e Itsac se rio, una risita nerviosa. — Helene me dijo que tenía una hermana… que se parecían, pero nunca imaginé que…— ¿Qué éramos gemelas idénticas? — Portia cambió el peso de un pie al otro y observó al hombre, luego ladeó la cabeza — lindo, va al gym, se ve tierno confundido y soluciona sus problemas con sexo… me agrada. Helene siempre ha sido una suertuda.— Yo no lo apruebo — dijo el rubio, Carlo — Helene se merece alguien mejor — Itsac se pasó los dedos por el cabello. — Mira nada más, a las gemelas Back nos gustan rubios — bromeó Portia y Carlo llegó con ella. — Yo soy más bo
Cuando Helene llegó a la cafetería, Portia y Carlo le habían pedido una malteada, era de fresa, con crema batida y lo primero que hizo antes de hablarles, fue darle un largo trago. — Me hacía falta este azúcar — comentó y Portia la miró mientras se comía un buñuelo caliente — está bien, díganlo, estoy lista para sus regaños — Carlo ladeó la cabeza. — Sí pensaba decirte un par de cosas, pero Portia no me dejó — Portia estiró la mano y agarró la de Helene. No pudo evitar no sentir un poco de paz ante el contacto de su hermana. — Oliver me contó un poco, me dijo que discutieron, sabes que puedes confiar en nosotros — Helene miró la malteada. — Las dejaré solas — dijo el rubio y trató de ponerse de pie, pero Helene lo detuvo. — Se los diré todo… y me regañarán después. Cuando el malnacido de… ese idiota que me dejó plantada lo hizo, entendí que había estado haciendo esto mal toda la vida, y decidí venir a Ciudad Costera para poder cumplir ese sueño que tenía de joven, ¿recuerdas? —
Helene buscó en el armario, pero no encontró nada “bonito” como le había dicho Itsac, así que se sentó en la cama, frustrada. Había llegado a Ciudad Costera apenas con unas cuantas prendas poco llamativas y ahora no sabía qué ponerse. Si al menos supiera qué era lo que tenía planeado el piloto tal vez podría saber si debía vestirse formal, casual, elegante o quién sabe qué. Portia y Carlo se fueron para la casa del hombre y prometieron pasar en la mañana para hablar de cómo sería el anillo de seguridad para proteger a Helene de Bertinelli, pero, aunque era claro que ella no quería tal anillo de seguridad, su cuñado no lo dejó a discusión. — ¿Qué es lo que planeas, rubiecito? — se preguntó en voz alta mientras decidía por unos zapatos o unos converse. Las palabras del Itsac le llegaron, flotando como espuma: “Yo sí quiero estar contigo” Aquella frase la había roto en dos, fue pronunciada con tanta emoción contenida por los labios del hombre que Helene sintió que le dio un vuelco el
Itsac estaba vestido con un saco, sin corbata, con el cabello rubio peinado hacia un lado y una sonrisa brillante, en cuanto vio a Helene, la sonrisa se le borró y la miró de los pies a la cabeza, anonadado. — Estás… estás hermosa, Helene — ella alisó el vestido, aunque este no tenía ninguna arruga y sonrió. — Gracias, Arnau me lo regaló — Itsac sonrió. — Claro, él haciendo de cupido, que raro — le señaló una silla y Helene avanzó hacia él. Cuando se saludaron, el hombre le dio un lento y sonoro beso en la mejilla — de verdad estás hermosa. — Tú igual, eres todo un adonis — Itsac se rio. — No tanto como tú cuñado — bromeo — pero lo intento — la ayudó a sentarse en la mesa de metal y Helene logró superar un poco el nerviosismo que le había regresado como para reparar en el lugar. Era el tercer piso de un edificio, en balcón hermoso lleno de enredaderas y luces de color cálido que le daban un aspecto acogedor. Todo el balcón estaba lleno hecho de un metal forjado a mano con forma
Helene apretó la mano de Itsac entre la suya. El piso en donde estaban contaba con una habitación linda, con ventanas grandes que daba a la ciudad desde donde se podía ver la luna llena sobre el mar y una brisa fresca entraba por la ventana. Cuando Helene se detuvo frente la cama, el pecho de Itsac chocó con sus espalda y le dio un beso en el cuello. La cama estaba llena de pétalos, sobre una manta de franela suave, velas y aromas y Helene se recostó en el pecho del hombre, sus manos rodearon su cuerpo y le acarició las caderas. — Qué bonito detalle de Val — comentó ella, pero Itsac negó con la voz. — No, esto sí lo hice yo — Helene dio la vuelta, encarando al hombre que la observó a los ojos, directo. Sus bocas se juntaron, sedientas del otro, sus lenguas jugando a acariciarse la una a la otra. Cuando la manos del hombre en sus glúteos la atrajeron a él sintió la dura erección del bajo el pantalón y movió las caderas, quería sentirlo cuan duro era, tocarlo, probarlo, probar to