Dormir en compañía de Itsac resultó no sólo cómodo sino también gratificante. Las pesadillas de Helene desaparecieron, como si nunca hubieran existido y cuando despertó en la mañana el brazo de Itsac se había enredado en su cadera y sus pechos estaban juntos. Las pesadas piernas del hombre estaban enredadas con las suyas y cuando Helene fue consciente de lo que estaba pasando el corazón le palpitó con fuerza. — Itsac — murmuró, el hombre dormido se veía… tierno, como si todo el mal genio en su cuerpo hubiese desaparecido. Helene lo agarró por las mejillas, para despertarlo, pero sus labios carnosos se le hicieron muy atractivos, así que mejor apartó la mirada. Lo movió por el hombro, el mexicano pesaba por los menos unos cien kilos y sus piernas le impedían salir a Helene, pero con el movimiento lo único que consiguió Helene fue que él la apretara más contra su cuerpo, hasta que sintió la dura erección clavarse en su ingle. El pantalón de la pijama de Itsac era muy delgado, as
Helene se quedó muy quiera en la plataforma bajo el piso, estaba rodeada de cables y botones y la media hora que pasó ahí se quedó observando todo mientras trataba de recordar para qué servía cada uno de los circuitos, nada más por matar el tiempo, hasta que el hombre que vigilaba la puerta entró por el corredor acompañado de otros dos. — Les juro que una azafata entró y no ha vuelto a salir — les dijo a los otros dos, pero uno le contestó: — Creo que todas salieron, las vi dejar el avión por el área de carga, así que estamos solos. Comenzaremos con la revisión. Esto nos tomará horas. Nadie puede entrar así que vigile la puerta — el vigilante salió poco convencido, pero cuando cerró la puerta tras él los otros dos respiraron más tranquilos. Helene abrió un poco la puerta, desde donde estaba ellos no la podían ver, la puerta estaba en el suelo, pero cuando sacó su celular sí que quedó bien registrado en el video el rostro del encargado. — Bien, la vez pasado dijimos que el problema
Portia suspiró al otro lado de la línea, nadie en el mundo la entendía como ella, pero Helene la había dejado de lado después de la boda fracasada y creyó que estaría furiosa, en cambio, le dijo: — Ay mi hermanita, cuanto te he extrañado, no quería molestarte, sabía que quería este momento para ti y sentí que estabas bien. — ¿Y qué sientes ahora? — Miedo — su conexión de gemelas nunca fallaba — dime qué pasó. — Estoy en Ciudad Costera, en un curso de pilotos dictado por Aeromaya — Portia escuchó todo atentamente, aunque Helene no le contó lo de Bertinelli, sí dijo lo que pasó el primer día y como Itsac la salvó de un robo. Le contó lo que había hecho en el avión 117 para devolverle el favor y como él se había enojado — siempre la cago, eso es lo que he hecho en toda mi vida, cagarla — Portia respiró. — Difiero de esa opinión, pero, ¿qué vas a hacer al respecto? ¿renunciar? — Yo… — Es lo que has hecho desde que dejamos el modelaje. Estudiaste actuación, y lo dejaste, te me
Helene saltó del avión a la pista de aterrizaje y sus zapatos sonaron, cerró la compuerta que había abierto y apagó la linterna. — ¿Y ahora? — preguntó y Toro le habló a través del auricular. — ¡Corre! — le dijo — la señal del celular entró al aeropuerto, está en la sala de espera de los pilotos, pero quien lo tiene parece que tiene la intención de irse, fue hasta la salida, pero regresó, parece que olvidó algo. Helene comenzó a correr hacia el lugar, tenía el corazón acelerado y los puños apretados, si dejaba que la persona que agarró el celular se escapara con él estarían fritos, pero fritos de verdad, así que corrió con el estado físico que le daba el correr todas las mañanas y cuando llegó a la entrada del aeropuerto se encontró con la puerta cerrada. — ¡¿Qué hago?¡ — preguntó a Toro, pero el hombre no contestó. Un segundo después la puerta se abrió. — Itsac es el bueno para esto, pero algo he aprendido de verlo a diario frente a estos aparatos — Helene sonrió y cuando a
Viajaron a la casa en el auto de Itsac, y fue un viaje extraño, cargado de un largo silencio que para nada fue incómodo, pero ninguno dijo nada. Casi que simplemente disfrutaron de la compañía del otro perdidos en sus propios pensamientos hasta que inevitablemente se tuvieron que separar para bajar del auto. Helene entró a la casa mientras Itsac parqueaba el auto y cuando vio la cara de Toro en la sala blanqueó los ojos. — No pasó nada. — ¿Se dieron muchos besitos? — Helene le lanzó un cojín y se sentó en el mueble a su lado. Itsac apareció, se veía extrañamente descansado. El video que grabó Helene le había quitado un enorme peso de encima, y mientras le explicaba a Toro cosas legales que Helene no entendió muy bien sobre cómo proceder, le contó sobre su idea de ir a la hacienda. — ¿Crees que sea buena idea? — preguntó Toro — con todo lo que está pasando en la aerolínea y lo de Bertinelli — Itsac asintió. — Claro que sí, en la hacienda es más fácil proteger a Helene, además,
Helene recortó, lentamente, la distancia que los separaba, sintió como el calor del hombre se pegó al suyo cuando lo atrajo con la mano en el cuello. Cuando los labios del hombre se juntaron con los suyos Helene enredó los dedos en su rubio cabello y lo besó y se dejó besar. Esta vez fue diferente, hubo un poco más de pasión en el beso, la lengua del piloto entró en su boca un poco buscando la suya y cuando ambas se encontraron Helene sintió una ráfaga de energía que le atravesó la columna. Paloma rumia pasto a su lado con la inocencia de no saber qué era lo que estaba pasando a su lado, y Helene sintió que las cosas se estaban saliendo de control cuando Itsac la recostó contra la yegua y apoyó sus fuertes manos lado a lado de su cabeza. Su boca la devoraba, su estómago se pegó contra el de Helene y ella sintió como la dureza comenzaba a formarse y luego la duda la asaltó. — No – cortó él el beso. El piloto tenías las mejillas muy rojas, con los labios aún más enrojecidos — e
Helene sintió como el pesado cuerpo de Itsac se estrelló contra ella y la lanzó al suelo. Los disparos comenzaron a romper las ventanas y los fragmentos de vidrio cayeron sobre sus cuerpos. Itsac trató de cubrir a Helene todo lo que pudo, poniendo su ancha mano en sus ojos, pero Helene la apartó, necesitaba mirar. Las balas rompían todo alrededor, la tela de las cortinas caía hecha jirones y volaba por el aire en todas direcciones. — ¡Toro! — gritó Itsac, pero el ruido de los disparos ahogó su grito. Helene pensó que era imposible que el hombre no escuchara lo que estaba pasando. — ¿Qué hacemos? — preguntó Helene, la voz le tembló tanto que temió que Itsac no le hubiera entendido, pero el hombre miró las escaleras. — Debo llegar a mi cuarto y activar los drones de seguridad — Helene miró alrededor, la alacena de abajo estaba recibiendo el impacto mayor de las balas, así que se salió de debajo de la protección del hombre y se arrastró por el suelo a pesar de la negativa de é
Estaban los tres sentados en la sala de la casa de la hacienda cuando el reloj marcó la media noche. Habían cenado unas ciruelas pasas con pan y mermelada y tuvieron que beber agua en los únicos vasos que sobrevivieron a la balacera.— ¿Y ahora qué haremos? — les preguntó Helene a los hombres, Itsac se veía más cansado todavía que cuando estaba en la ciudad y eso la preocupó. Luego se preguntó por qué le preocupaba y se cayó. — Ahora hay que tratar de detener a Bertinelli — comentó Toro y Helene negó. — Ahora me voy — les dijo — ya han arriesgado mucho su vida por salvar la mía — la voz se le rompió — tendré que abandonar el curso, me voy a ir de Ciudad Costera, debo hacerlo, así podría denunciar a Bertinelli sin que corra riesgo. — Eso no servirá de nada, si decides hablar contra Bertinelli él te cazará como un gato hasta que te encuentre — le comentó Itsac — lo he investigado en estos días, es un hombre peligroso, ha desaparecido familias enteras… incluido niños, sus influencias