Helene enredó los dedos en la cabellera rubia del piloto cuando sintió que los labios húmedos y cálidos se posaron sobre los suyos. Las manos grandes de él apretaron sus caderas y la atrajeron al cuerpo del hombre que suspiró su aroma. Helene abrió un poco la boca para darle entrada, e Itsac aprovechó la abertura para explorar la boca de la mujer lentamente, muy lenta y tortuosa mente. Su boca sabía a licor, el licor que le había dado la valentía o la locura de besarla, pero Helene no pensó con claridad en ese momento. La besó despacio por un largo minuto, probando sus labios, sintiendo su sabor. La barba corta le hizo cosquillas en los labios cuando los succionó el carnoso labio del hombre que metió la lengua despacio en su boca. Cuando ambas lenguas se encontraron, Helene apretó el cabello del hombre entre sus dedos, ¿Hacía cuánto no la besaban de esa manera? Su corazón latió con fuerza contra su pecho y se dejó llevar por esa sensación embriagante de los brazos de un hom
Helene apretó el bolso contra el pecho y esperó al pie de la tarima mientras sus demás compañeros salían del recinto para hablar con Itsac. El piloto esperaba con las manos en los bolsillos y una expresión calmada. Helene no pudo mirarlo a la cara, sentía… algo incómodo. Imaginarlo con la pelirroja le produjo un poco de desazón en el pecho. — ¿Estás cómoda con los guardias? — le preguntó él cuando estuvieron solos. — Estaría más cómoda en mi casa. — Lo pensé, Toro tiene razón, es mejor que te mantengamos vigilada mientras descubrimos qué tanto peligro corres con Bertinelli. Él está justo ahora en el interrogatorio. Helene se miró los tacones. — ¿Eso era todo? Debo hacer los deberes que me dejaste. Itsac bajó de la tarima y se detuvo frente a Helene, luego estiró la mano y con sus dedos levantó el mentón de la joven para que lo mirara a la cara. — No creas que no me di cuenta de que estabas distraída e incómoda durante toda la clase — Helene lo miró a los ojos claros, pe
Helene pasó por ropa a su casa, bueno, a la casa de su cuñado, y recogió todo lo que pudo. Toro la llamó por teléfono y le dejó muy claro que quisiera o no debía irse con ellos para la la casa de Itsac y cuando llegaron y Helene vio que habían duplicado la seguridad entendió que algo muy malo había pasado. Esperó a Toro en la sala, donde Itsac tenía varios computadores y pantallas y se preguntó para qué, y cuando el hombre de la cicatriz apareció Helene casi que corrió hacia él. — ¿Qué dijo? ¿qué pasó en el interrogatorio? — Toro parecía cansado, pero le señaló el mueble de la sala y Helene se sentó. — Mal. Resulta que Bertinelli no solo sabe de tu existencia, él te mandó matar — Helene sintió que un frío enorme le llenó el estómago y luego se extendió por su cuerpo. — Pero… pero yo no hice nada, ¿Qué pasó? — Toro la tomó de la mano y la apretó. — Viste, eso pasó. El policía que intentó matarte es un policía corrupto, si lo reconocieras y lo denunciaras eso sería peligroso para B
Dormir en compañía de Itsac resultó no sólo cómodo sino también gratificante. Las pesadillas de Helene desaparecieron, como si nunca hubieran existido y cuando despertó en la mañana el brazo de Itsac se había enredado en su cadera y sus pechos estaban juntos. Las pesadas piernas del hombre estaban enredadas con las suyas y cuando Helene fue consciente de lo que estaba pasando el corazón le palpitó con fuerza. — Itsac — murmuró, el hombre dormido se veía… tierno, como si todo el mal genio en su cuerpo hubiese desaparecido. Helene lo agarró por las mejillas, para despertarlo, pero sus labios carnosos se le hicieron muy atractivos, así que mejor apartó la mirada. Lo movió por el hombro, el mexicano pesaba por los menos unos cien kilos y sus piernas le impedían salir a Helene, pero con el movimiento lo único que consiguió Helene fue que él la apretara más contra su cuerpo, hasta que sintió la dura erección clavarse en su ingle. El pantalón de la pijama de Itsac era muy delgado, as
Helene se quedó muy quiera en la plataforma bajo el piso, estaba rodeada de cables y botones y la media hora que pasó ahí se quedó observando todo mientras trataba de recordar para qué servía cada uno de los circuitos, nada más por matar el tiempo, hasta que el hombre que vigilaba la puerta entró por el corredor acompañado de otros dos. — Les juro que una azafata entró y no ha vuelto a salir — les dijo a los otros dos, pero uno le contestó: — Creo que todas salieron, las vi dejar el avión por el área de carga, así que estamos solos. Comenzaremos con la revisión. Esto nos tomará horas. Nadie puede entrar así que vigile la puerta — el vigilante salió poco convencido, pero cuando cerró la puerta tras él los otros dos respiraron más tranquilos. Helene abrió un poco la puerta, desde donde estaba ellos no la podían ver, la puerta estaba en el suelo, pero cuando sacó su celular sí que quedó bien registrado en el video el rostro del encargado. — Bien, la vez pasado dijimos que el problema
Portia suspiró al otro lado de la línea, nadie en el mundo la entendía como ella, pero Helene la había dejado de lado después de la boda fracasada y creyó que estaría furiosa, en cambio, le dijo: — Ay mi hermanita, cuanto te he extrañado, no quería molestarte, sabía que quería este momento para ti y sentí que estabas bien. — ¿Y qué sientes ahora? — Miedo — su conexión de gemelas nunca fallaba — dime qué pasó. — Estoy en Ciudad Costera, en un curso de pilotos dictado por Aeromaya — Portia escuchó todo atentamente, aunque Helene no le contó lo de Bertinelli, sí dijo lo que pasó el primer día y como Itsac la salvó de un robo. Le contó lo que había hecho en el avión 117 para devolverle el favor y como él se había enojado — siempre la cago, eso es lo que he hecho en toda mi vida, cagarla — Portia respiró. — Difiero de esa opinión, pero, ¿qué vas a hacer al respecto? ¿renunciar? — Yo… — Es lo que has hecho desde que dejamos el modelaje. Estudiaste actuación, y lo dejaste, te me
Helene saltó del avión a la pista de aterrizaje y sus zapatos sonaron, cerró la compuerta que había abierto y apagó la linterna. — ¿Y ahora? — preguntó y Toro le habló a través del auricular. — ¡Corre! — le dijo — la señal del celular entró al aeropuerto, está en la sala de espera de los pilotos, pero quien lo tiene parece que tiene la intención de irse, fue hasta la salida, pero regresó, parece que olvidó algo. Helene comenzó a correr hacia el lugar, tenía el corazón acelerado y los puños apretados, si dejaba que la persona que agarró el celular se escapara con él estarían fritos, pero fritos de verdad, así que corrió con el estado físico que le daba el correr todas las mañanas y cuando llegó a la entrada del aeropuerto se encontró con la puerta cerrada. — ¡¿Qué hago?¡ — preguntó a Toro, pero el hombre no contestó. Un segundo después la puerta se abrió. — Itsac es el bueno para esto, pero algo he aprendido de verlo a diario frente a estos aparatos — Helene sonrió y cuando a
Viajaron a la casa en el auto de Itsac, y fue un viaje extraño, cargado de un largo silencio que para nada fue incómodo, pero ninguno dijo nada. Casi que simplemente disfrutaron de la compañía del otro perdidos en sus propios pensamientos hasta que inevitablemente se tuvieron que separar para bajar del auto. Helene entró a la casa mientras Itsac parqueaba el auto y cuando vio la cara de Toro en la sala blanqueó los ojos. — No pasó nada. — ¿Se dieron muchos besitos? — Helene le lanzó un cojín y se sentó en el mueble a su lado. Itsac apareció, se veía extrañamente descansado. El video que grabó Helene le había quitado un enorme peso de encima, y mientras le explicaba a Toro cosas legales que Helene no entendió muy bien sobre cómo proceder, le contó sobre su idea de ir a la hacienda. — ¿Crees que sea buena idea? — preguntó Toro — con todo lo que está pasando en la aerolínea y lo de Bertinelli — Itsac asintió. — Claro que sí, en la hacienda es más fácil proteger a Helene, además,