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Me tomó de la mano y me llevó a su habitación y comenzó a quitarme la ropa hasta quedar yo solamente en ropa interior.

Me recostó en la cama y yo no paraba de temblar. Estaba nerviosa y un poco asustada, mi cuerpo recibía bien sus caricias, pero mi mente estaba llena de imágenes de Andrés, de mis hijos y de mis propios prejuicios, de culpas, cuestionando lo que estaba haciendo.

El colágeno se dio cuenta y me preguntó si quería parar. Le dije que no, que ya estaba ahí, que siguiera.

Él, debo reconocer, fue muy paciente y dedicado. Me besó lento y suave y me decía en susurros que me merecía cada caricia y placer que él me iba a dar y que me sintiera deseada, pues era una mujer muy deseable. Que cerrara los ojos y me dejara llevar.

Comenzó tocándome los senos, acariciándolos y besándolos. Estuvo mucho tiempo en uno y luego en el otro. Después comenzó bajando por mi vientre, llegando finalmente a la entrepierna. Muy suavemente comenzó a besarme y tocarme. Lo que yo sentía en ese momento, no lo puedo describir, porque de tanto luchar con mis pensamientos de auto boicot, en algún momento mi mente se fue a blanco y ya no pensé en nada más y cuando logré comenzar a disfrutar sus caricias, dejé de temblar.

En algún momento me vi acariciándole el cabello mientras él me daba todo o casi todo el placer que no creo haber sentido antes.

Estaba descontrolada y ya no era dueña de mí, lo sentí recostarse a mi lado y comenzó a besarme la boca mientras que con sus dedos acariciaba mi clítoris, transportándome a un orgasmo cargado de emociones reprimidas y sensaciones muy olvidadas. Sentía que saltaba de un precipicio y no llegaba nunca al suelo. Me faltaba el aire y los espasmos se apoderaron de mí. En algún momento de lucidez creo haberme escuchado gemir y gritar.

Cuando volví a ser yo, el llanto me invadió. Me sentía estúpida, ridícula por llorar, pero no podía evitarlo. Miles de emociones se liberaron con ese orgasmo, la tristeza se estaba yendo y me emocionaba haber sido capaz de haber tenido un orgasmo con otra persona que no fuera Andrés, pero aun así en ese momento me hubiese gustado haber retrocedido el tiempo hasta el momento en que era feliz con Andrés en mi matrimonio y seguir así. Sentía nostalgia de los tiempos vividos y de ser mujer de un solo hombre.

El colágeno solo atinó a abrazarme, mientras yo soltaba todo lo que me ataba. Primera vez que lo hacía con alguien más, y por sobre todo con un extraño.

Me sorprendió su nivel de madurez, de autocontrol, de estabilidad, como cuidaba mi vulnerabilidad. Todo el tiempo que estuve llorando, él solo me abrazo y acariciaba el cabello y luego cuando por fin dejé de llorar, me arropó y me dijo: - Debes estar exhausta, lo mejor será que duermas y descanses.

Yo pensé que me iba a pedir que le retribuyera todo el placer que me había dado, pero no, solo me arropó y acompañó mientras yo caía placida y lentamente en los brazos de Morfeo.

Desperté asustada con el corazón latiendo desbocado. Durante unos segundos la confusión me envolvió, miré a mi lado y vi su figura dormida. La realidad me golpeó, lo que había creído un sueño se había convertido en una experiencia tangible y abrumadora.

Sentí vergüenza. Vergüenza por haberme comportado como niña, por haberme mostrado tan frágil y vulnerable, por no haberle dado placer. Vergüenza por ser tan inexperta, me sentí una mujer aburrida, sin sabor.

El pánico se apoderó de mí y sigilosamente salí de la cama, tomé mi ropa y me fui.

En mi casa, ya relajada y dándome un baño de tina, no paraba de repasar lo vivido y lo único que mi cara podía hacer, era sonreír.

Por primera vez en la vida, me toqué. Me atreví a explorarme, decidida a conocerme más para poder disfrutar bien el sexo y no sentirme más en desventaja.

Estuve todo el día sonriendo y sintiéndome como una niña pequeña.

El domingo pasó sin que supiera nada de él, y aunque eso me tranquilizaba, también me generaba incomodidad Tenía una sensación extraña, de vacío, de nostalgia.

Puse música y me senté en el sofá con una copa de vino.

Tocaron muchas canciones que me recordaban a Andrés, a nuestra juventud, a la primera vez que hicimos el amor. Los dos éramos vírgenes y nos descubrimos juntos. A nuestra vida de casados, a lo poco apasionado que fue nuestro matrimonio. Nos dedicamos a tener hijos y una familia, pero no a ser pareja y el llanto nuevamente se hizo mi compañía. Sentía tristeza, melancolía, me sentía derrotada y fracasada. Esa era la sensación que más me embriagaba, fracaso. Sentía que mi vida era un fracaso, que no había logrado mantener a mi marido a mi lado, por lo tanto, mi proyecto de familia se había ido a pique y no había sido capaz de remontar y lograr formar una nueva familia con mis hijos, con mi nueva realidad. Me sentía una perdedora y ahora más encima, patética teniendo sexo con un hombre quince años menor que yo y que a pesar de todo lo que me había dicho la noche anterior, sentía que no era posible que yo le gustara y me deseara. Él era demasiado varonil y atractivo, podía tener a cualquier mujer, por que perdería el tiempo conmigo si no fuera porque tal vez le estaba haciendo un favor a mis amigas y por eso tuvo sexo conmigo.

Llamé a una amiga, quien me hizo reír al hablar de la noche anterior, y eso me ayudó a ver las cosas con más ligereza.

Durante los siguientes días, no supe nada de él y eso si bien me tranquilizaba, a la vez me tenía incómoda y confirmé que mi desempeño había sido la de una adolescente en su primera vez y obviamente a él ya no le interesaba nada conmigo.

El jueves, al terminar mi turno en la clínica. Lo vi esperándome en el estacionamiento con flores. Sonreí de inmediato, aunque un poco de pudor me invadió. Miles de mariposas comenzaron a volar en mi estómago y la sonrisa que se dibujó en mi rostro, nadie era capaz de borrarla. Sentí calor tan solo de recordar todo lo vivido.

De todas maneras, me sentí un poco ridícula y cursi, pues me estaba esperando con flores y como yo no estaba acostumbrada a eso, me dio un poquito de pudor.

- ¿Qué haces aquí?

- Quería verte y vine a buscarte y a raptarte. Tenemos asuntos pendientes y quisiera finiquitarlos hoy, de ser posible. Y se acercó a mí con intenciones de abrazarme.

El pánico se apoderó de mí y retrocedí. - Por favor, sin muestras de afecto en público. Él aceptó y, aunque se notaba que había más entre nosotros, ambos sabíamos que estábamos explorando un nuevo terreno. Su rostro se pintó con su sonrisa llena de vida, me abrió la puerta del vehículo, me subí y cuando él estuvo arriba, partimos rumbo a su casa.

En el camino hacia su casa, hablé de cómo necesitaba tiempo para entender lo que estaba sucediendo y le dije:

Si vamos a hacer esto, tiene que ser a escondidas, nadie puede saberlo. Me muero de vergüenza si alguien se entera.

¿Qué es lo que te avergüenza?

Que me vean con alguien mucho más joven que yo.

Muy bien, no tengo problemas con eso por ahora. Si salimos a comer o a tomar algo, no habrá demostraciones de cariño.

Prefiero que no salgamos, no nos expongamos. Nuestros encuentros serán en tu casa o en la mía cuando mis hijos no estén.

Es decir, solo será sexo.

¡Y que más quieres! Yo no puedo ni quiero algo más. De hecho, no estoy muy convencida siquiera de tener una relación netamente por sexo. No sé cómo se hace.

Es muy simple, vienes a mi casa, tenemos sexo y luego te vas. Eso es sexo.

¿Y no conversamos?

Mínimamente

Me parece bien, supongo.

Llegamos a su casa y cenamos juntos. La conversación fluyó con naturalidad, y las risas comenzaron a romper el hielo.

Bailamos, sintiendo la música entre nosotros y mientras bailábamos me acariciaba y me besaba y me decía que me veía muy sexi con traje de turno. En ese momento, me di cuenta de que la conexión iba más allá de lo físico.

La noche avanzó, y aunque mi mente seguía llena de dudas, también había un nuevo sentido de libertad. Me gustaba su forma de ser, su madurez, y cómo me hacía sentir deseada y apreciada. Se interesaba por mis cosas, por mi día a día, por mi trabajo. Comencé a comprender que esta relación, aunque complicada, también podía ser liberadora.

Nuevamente fuimos a parar a su habitación y en cosa de segundos estábamos desnudos tocándonos y disfrutando como si eso fuera lo último que haríamos en la vida.

Ya no me sentía cohibida ni avergonzada y suavemente comencé a besarle el cuerpo. Era un cuerpo trabajado, exquisito. Nunca me había importado eso antes, pero al tener ese cuerpo para mí y la diferencia que hacía el besar un cuerpo así, era muy estimulante y surtía un efecto afrodisiaco en mí.

Cuando llegué a su intimidad, me di cuenta de que sí estaba excitado conmigo y mucho. No entendía la razón para que yo le gustara, pero en definitiva ese no era el momento para pensar en eso y seguí con mi tarea que pocas veces había llevado a cabo con Andrés. Nuestras relaciones sexuales eran muy convencionales y poco creativas y no le echo la culpa solamente a él, yo también tengo culpa, pues era muy aburrida y el sexo muy pocas veces fue fascinante o terminaba con un orgasmo para mí, muchas veces lo fingí para no hacerlo sentir mal o poco hombre.

Lo miré y lo toqué con la punta de mis dedos, pero después saqué mi lengua y comencé a lamerlo como si fuera un helado de paleta. Estaba nerviosa, pues no quería fracasar en mi tarea.

En algún momento lo miré y él estaba mirándome fijamente y en sus ojos vi fuego y ese fuego lo asumí como aprobación.

Me tomó y me sentó encima de él, para comerme los senos y besarme la boca. Se puso un preservativo y me penetró sin ninguna contemplación.

No hubo dolor alguno, pues yo estaba muy excitada y así comenzamos el viaje que me transportó a dimensiones jamás visitadas y que culminó con un orgasmo memorable. El suyo llegó segundos después y disfruté tanto viéndolo acabar, que hasta me sentí excitada nuevamente.

Se desmoronó encima de mí y nos quedamos así unos minutos tratando de respirar y recuperándonos.

Este es el momento en que debieras vestirte e irte, si lo que vamos a tener es solo sexo. ¿Dime, te acaricio o no?

Yo, que definitivamente no sabía lo que era tener sexo por sexo, solo atiné a tomarle el brazo y hacer que me abrazara por detrás y pegarlo a mí. El enterró su cara en mi cuello y comenzó a acariciarme mientras me daba pequeños besos en mi nuca y en la espalda.

Finalmente, no iba a ser una relación netamente sexual, eso no me acomodaba, aunque tampoco me acomodaba una relación amorosa.

Me sentía en desventaja. Sentía que el tener tantos años más que él no me servía de nada. No había aprendido nada de la vida, él era mucho más maduro que yo y me seguía dando lecciones de vida.

Mira, entiendo que estés reticente a tener una relación conmigo, pero sólo te pido que te dejes llevar, déjate querer. No tendremos más de lo que estes dispuesta a dar o a recibir. Me gustas mucho, pero no quiero presionarte a nada, quiero que todo se vaya dando de forma natural.

Yo estoy dispuesto a tener una relación contigo, la edad no me avergüenza en lo absoluto, la edad es un número y no dice nada de nosotros, pero te entiendo y te voy a dar tu espacio y tiempo, sin prisas. El tiempo irá definiendo lo que seremos. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para todo. Quiero ser tu amigo y tu amante, quiero cuidarte y protegerte.

Era justo lo que necesitaba escuchar. Sabía que, aunque mi vida había tomado giros inesperados, había una oportunidad de redescubrirme y de permitir que alguien más formara parte de esa búsqueda.

Así comenzó nuestra relación, marcada por la complicidad y la promesa de disfrutar el momento, sin presiones. Era el comienzo de un nuevo capítulo en mi vida, lleno de incertidumbre, pero también de esperanza y mi vida cambió para siempre.

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