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Una de mis amigas me pasó a buscar y nos fuimos a la celebración al bar.

Cuando llegamos, lo cual fue un poco tarde, el lugar estaba lleno y la música lo inundaba todo. Sonaba muy fuerte, y el bullicio y ajetreo del lugar no daba cabida a depresiones o caras largas, invitaba a sonreír, a bailar, a disfrutar.

Había una persona cantando y el resto hacia el coro al unísono, luego cuando terminó la canción, los vítores y aplausos dejaron ver que fue una presentación muy aceptada por el público.

Logramos llegar donde estaba el grupo festejando, saludamos a la cumpleañera, le entregamos sus regalos y nos sentamos donde había espacio disponible, uniéndonos a la celebración, al canto y a los aplausos, pues otra persona estaba en el escenario cantando una canción que me sabía y me gustaba mucho.

Pedí un Aperol Spritz, el cóctel de moda, y mientras el líquido burbujeante pasaba por mi garganta, sentí cómo mis inhibiciones se esfumaban, como si cada sorbo borrara un poco más de las sombras que me habían seguido. De repente me vi arriba del escenario junto a otra de mis compañeras cantando una canción de Paulina Rubio, “El último adiós”. Al principio me sentía inhibida y un poco tímida, pero me di cuenta de que ahí, nadie me conocía, nadie me juzgaría y yo estaba dispuesta a hacer cosas que nunca había hecho.

Era parte de mi proceso de sanación. La música se volvió más intensa, y el bullicio del bar se transformó en un telón de fondo que me prometía libertad.

Cuando comencé a cantar me di cuenta de que era afinada y me emocioné al sentir la aprobación del público, eso me empoderó y ya después todo fluía sin vergüenza, sin pudor, solo exudaba emoción por la letra de la canción.

Sentía que con cada frase que salía de mi boca, mi pena, desamor y tristeza iban dejando mi cuerpo y otra Mané comenzaba a nacer.

“Por las buenas soy buena, por las malas lo dudo

Puedo perder el alma por tu desamor, pero no la razón

Yo soy toda de ley, y te amé, te lo juro

Pero valga decirte que son mis palabras el último adiós

El último adiós

Aunque vengas de rodillas y me implores, y me pidas

Aunque vengas y me llores, que te absuelva y te perdone

Aunque a mí me causes pena, te he tirado tus cadenas

Y te dedico esta ranchera por ser el último adiós…”

Al terminar nuestra presentación, el público se puso de pie y nos aplaudía y gritaba nuestros nombres.

Cuando bajamos del escenario, nuestro grupo nos recibió con alegoría y nos abrazaban y felicitaban diciendo que lo habíamos hecho espectacular y que yo cantaba muy bien. Creo que nunca había cantado antes y ni yo sabía que cantaba bien.

Inesperadamente sentí unas manos en mi cintura que me abrazaban fuerte y me acariciaban mientras me daban vuelta.

Cuando quedé frente a frente con el colágeno, me abrazó y me felicitó por el canto y en su abrazo sentí intención, pues me dejó pegada a él más tiempo de lo prudente. Yo me incomodé un poco, pero justo cuando iba a decir algo, él me soltó y se giró para conversar con otra persona y yo quedé un poco tiritona, pero al segundo ya estaba en llamas conversando con una de mis amigas y me olvidé del asunto.

Mi amiga que estaba pendiente de nosotros me llevó al baño y ahí me hizo prometerle que le coquetearía al colágeno y que trataría de besarlo.

Volví a la mesa con la intención de coquetear con el colágeno, pero el coqueteo es una habilidad que la tienes o no la tienes y definitivamente, no estaba dentro de las mías. Se me hacía muy forzado el coqueteo así que decidí solo ser yo y no esforzarme por nada. Además, yo no quería meterme con un niño, si la idea era tener algo con otro hombre, sería un hombre hecho y derecho, uno de más edad, el colágeno definitivamente no era lo mío.

A eso de la una de la mañana, se terminó el karaoke y comenzó el baile y con mis amigas nos fuimos a la pista de baile a dar rienda suelta a nuestros cuerpos y dejarnos llevar por la música.

Una a una mis compañeras se turnaban para bailar con el colágeno y todas sin excepción le coqueteaban, desde las más jóvenes a las mayores, excepto yo. Había algo que me paralizaba y no me dejaba coquetear con él, de hecho, no lo saqué a bailar y me dediqué a bailar con mis amigas e incluso acepté invitaciones a bailar de otros hombres que había en el bar.

Después de varios bailes, yo ya estaba agotada, así que me senté a descansar, mientras contemplaba el bullicio y la locura del bar. Estaba inmersa en esa labor, cuando sentí unos dedos entrelazándose con los dedos de mi mano, acariciándola. No pude moverme, ni siquiera para ver a quien pertenecía esa mano. De todas maneras, yo lo sabía. Me quedé quieta, mientras el dueño de esa mano suave le daba cariño a la mía.

La oscuridad nos amparaba, refugiaba y era cómplice del momento. Lentamente comencé a mover mis dedos para devolver algo del cariño que mi mano recibía. Me debatía entre el deseo y el miedo que me frenaba y miles de pensamientos se apoderaban de mí. En algún momento salí de la parálisis en la que mi cuerpo se encontraba y miré a mi lado. Mis ojos se encontraron con unos ojos verdes, llenos de vida, que me miraban divertido al ver mi reacción y cohibición.

Se acercó a mi oído y me dijo:

No te preocupes por nada, solo déjate mimar. Seré discreto y nadie se dará cuenta, por favor no quites tu mano.

Además de su mano, su boca y su susurro en mi oído, despertaron sensaciones que tenía dormidas, si es que alguna vez las tuve. Un escalofrío me recorrió por completo y sentí que hasta los cabellos de mi cabeza se erizaron.

Estuvimos así unos minutos, envueltos en una burbuja de silencio y tensión. Su mano se deslizó suavemente por mi espalda, despertando un cosquilleo que recorría mi piel.

De repente, sintiendo que el mundo a mi alrededor se desvanecía, su mano se coló bajo el top, tocando mi piel de una manera que hacía tiempo no experimentaba. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, como si cada caricia desatara sensaciones olvidadas, llevándome a un lugar que creía perdido.

No supe de nada más, perdí la noción de todo lo ajeno a nosotros. Su mano bajaba y me acariciaba la cintura y después de a poco se iba a mi vientre y subía rozando delicadamente mis senos.

Creo que nunca había disfrutado tanto de la oscuridad. Excitada, así me encontraba después de varios minutos de caricias incesantes.

De a poco empezaron a llegar todos a la mesa y él quitó su mano, pues vio que yo ya me estaba empezando a incomodar.

En un momento sentí el impulso de irme de ese lugar y le dije a una de mis amigas que iba al baño, pero que después me iría. Ella pareció entender pues no me dijo nada. Fui al baño y cuando salí, el colágeno me estaba esperando.

Me tomó la mano y salimos del bar, me abrió la puerta de su automóvil y comenzó a conducir, sin decir nada.

Llegamos a su departamento, el cual me impresionó mucho, pues a pesar de ser muy minimalista, era de un gusto exquisito y estaba muy bien decorado. Olía a cuero y a madera, a limpio, a orden. No encendió las luces, solo la luna nos iluminaba dejando pasar su tenue luz por la ventana.

Él, era todo un enigma para mí, pues no sabía nada de su vida. Nunca le había tomado atención, entonces era un perfecto desconocido para mí.

Me dijo que mi amiga le había dicho que me sacara de ahí, y que me llevara a algún lugar y me diera un buen revolcón.

Me reí de la situación y me dijo que no me preocupara, que él no me iba a dar ningún revolcón si yo no quería. Me podía ir a dejar a mi casa si así lo deseaba.

¿Y por qué me trajiste para acá entonces? Pregunté.

Porque, de todas maneras, tenía la esperanza de poder darte ese revolcón. Me muero de ganas de tener sexo contigo. Me gustas, me encantas, me fascinas, pero sentía tu rechazo, aunque en el bar al ver que dejabas acariciarte, la esperanza se instaló en mí y me permití ser más osado.

No sé si estoy haciendo lo correcto.

¿Qué es lo correcto o lo incorrecto? Yo creo que ya has tenido mucho en tu vida de eso. Lo que debes preguntarte es si quieres o no, si lo deseas o no. ¿te gusto? ¿me deseas?

No lo había pensado, pero cuando me acariciaste la espalda, me gustó lo que sentí, pero no quiero que te lleves una idea equivocada de mí. Nunca he tenido sexo con otra persona que no fuera mi exmarido.

Nunca he tenido sexo por sexo. Lo siento soy anticuada, pero así soy y no puedo evitarlo. Eso no significa que quiera tener una pareja, pero no sé cómo se hace.

¿Quieres que yo te enseñe?

Y mientras me preguntaba se acercó a mí y comenzó a besarme las manos, subió por mis brazos, llegó a mis hombros y se detuvo allí unos segundos, silencio.

Mi corazón latía a mil por hora, nunca otros labios me habían besado, siempre fue Andrés, el primero y el último.

Siguió con mi cuello, y la electricidad se hizo presente, recorriéndome por completo. Pasó por mis orejas, mis mejillas, para terminar en mis labios, silencio.

Me los besó tiernamente y mientras me besaba con sus manos acariciaba mi espalda. Yo me debatía entre el deber y el deseo. Sus besos poco a poco se fueron tornando más apasionados y su lengua recorría mi boca y se juntaba con la mía en una danza exquisita.

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