–LÍA–Me relajé un poco en la habitación de Emmet, no me había dado cuenta de cuán delicioso era el olor de su perfume hasta que entré ahí y siendo honesta siempre tuve el deseo de preguntarle por el nombre de esa esencia. En su mesa de noche habían dos libros, giré un poco la cabeza buscando los títulos de ambos. Sonreí entre dientes, uno era un libro de apoyo personal, de crecimiento espiritual y algo lo bastante profundo, mientras que el otro libro se titulaba “La guía del autoestopista galáctico”. Escuché la llave de la ducha cerrarse, mis ojos viajaron a la puerta que dividía el baño de la habitación y me sentí bastante invasora pero ya era muy tarde para irme. Emmet vestía un pantalón de chándal flojo color azul marino y desvié la mirada antes de enfocar la atención en su… Entrepierna.–Dicen que los libros que lees te definen– comenté como quien no quiere la cosa mientras secaba su cabello con una toalla de mano, de inmediato fijó su atención en donde estaba la mía y sonrió.
–Da igual, Lía. Quiero que salgas de aquí y te unas -ordenó mientras se quejaba– Ni siquiera tenemos una foto porque estás aquí como un ratón de biblioteca.–Tengo veintiuno, mamá, no cinco -le recordé con algo de burla– No puedes obligarme a nada, y si no tienen fotos grupales es porque no les da la gana, no necesitan mi presencia ahí. En cambio, estás personas– alcé el archivo que estaba sobre el escritorio– Sí que necesitan de mi presencia enfrente de un jurado que decidirá si merecen o no una compensación monetaria al perder un familiar por culpa de una caja de equipos sobre su cabeza, ¿bueno?–Estás loca, eso es lo que sucede– dijo dándose la espalda para salir. Blanqueé los ojos y en ese momento escuché la voz de papá en el pasillo.–¿Qué pasa?–¡Tu hija es lo que pasa! Nunca quiere encajar– se quejaba mi madre mientras la oía cada vez más lejos a la vez que papá se asomaba dentro del estudio y se daba cuenta de lo que hacía, sus ojos, a diferencia de los de mi madre, pintaban o
Crisálida no permitía que el polvo se mantuviese en aquella olvidada habitación, aún así nada estaba en otro sitio que no fuese el que le había dado yo misma hacía años. Mis libros de leyes, también de cultura general, otros pocos de romance y un pequeño sector de poesía puesto que los demás estaban más cerca de mí, en mi recámara. Caminé dentro con lentitud pero no por mi enfermedad, sino porque admiraba todo ahí, como si fuese la primera vez que entraba, y de hecho así se sentía, sólo que incluía una paz que hacía mucho no sentía. Las cortinas eran delgadas y de un tono amarillo suave, dejaban pasar la claridad a través de las ventanas, el escritorio de roble, que una vez perteneció a mi padre y había sido restaurado para mí tras graduarme, sobre él habían tres pilas de documentos, me acerqué hasta acariciar la silla de cuero no tan grande pero realmente cómoda en la que pasaba horas sin siquiera ser consciente, sólo concentrandome en lo que tanto me gustaba. El computador había
–EMMET– Vi a Cris ponerse de pie y lanzarme una sonrisa pequeña mientras que Lía se veía realmente afectada, ¿Se trataba de la premiación? Sin duda tenía que ayudarla, el tiempo me daría la razón: Ella podría con eso y saldría victoriosa y, si me lo permitiese, me encantaría estar ahí junto a ella para verla triunfar. –Ven– pidió ella y sin decir nada entré a aquella oficina que, hasta ese momento no conocía. Las paredes blancas se veían adornadas por algunos diplomas y una biblioteca que ocupaba casi por completo uno de los muros. De inmediato percibí que aquel era el estudio de Lía antes de ser diagnosticada y sus hombros hundidos y mirada perdida me hacían preguntarme si todo este huracán causaría algún efecto negativo en su recuperación mental. –Voy a volver abajo, necesito descansar– explicó Cris y le regalé una sonrisa pequeña cargada de agradecimiento. Con vergüenza la llamé cuando Lía se encerró en aquel sitio y ella, sin dudarlo, dejó de lado sus asuntos y regresó a la casa
Respiraba de forma brusca, al igual que él, y cuando acercaba su boca a mis pechos un ruido desde la planta baja arruinó por completo la candente escena. –¿Emmet? ¡Emmet! – él y yo nos miramos perplejos, saliendo del trance en el que nos habíamos inducido. Sus labios estaban hinchados, supuse que los míos tendrían un aspecto similar. –Sí, Cris, ahí voy– gritó y no pude evitar sonreír con algo de vergüenza. Había estado apunto de empezar algo que habría sido difícil de terminar, ahí, en esa oficina mía en donde tantos libros leí y ningún chico permití. –Yo…– intentó hablarme pero eso sólo lo hacía ver más tierno. Besé su mejilla con delicadeza plantando mi mano en el lado contrario de su rostro. –Ve– cedí y se apartó de mí. Mis ojos se posaron de forma inmediata en el notable bulto sobre su entrepierna. Eso sin duda llamaría la atención de una mujer a la que no se le pasaba ni una manchita sobre el granito pulido. No pude evitar sonreír como tonta y Emmet se alejó de mí con vergüenza
Suspiré de forma lenta y continua. No podía creer lo que veía, mis ojos se deleitaron con aquella imagen que añoraba guardar en mi memoria para siempre. Sin voltear cerré la puerta a mis espaldas, colocando el seguro, avancé a pasos lentos hacia ella. Sus mejillas tenían cierto color natural y tan rosado que la hacía ver genuinamente preciosa. Su cabello alborotado rodeaba sus mejillas y mientras mordisqueaba suavemente su labio inferior, con anticipación, sus ojos encontraron los míos. –Eres tan hermosa, Lía– reconocí fascinado con ella, su piel se veía tan apetitosa que no pude evitar estirar mis dedos para rozar la piel de sus muslos. Mi corazón se aceleró cuando sentí su escalofrío a mi tacto. –No te haré daño– prometí y ella sonrió mostrandome sus lindos dientes. –Lo sé, Emmet. Nunca lo he dudado– admitió y me sentí fascinado por la seguridad de su voz. –Ven… Aquí– pidió y sin dudarlo accedí. Hundí mis labios en su cuello fascinado con su esencia, Lía acariciaba mis brazos y sus
–LÍA–Emmet se desplomó sobre mí y más que asqueada me sentí querida. Mi corazón bombeaba con fuerza y el suyo también, tras unos segundos de completo silencio ambos rompimos en risas, de la nada, y eso sin duda no se conseguía con cualquier persona. Tenía mucho tiempo que no me entregaba a alguien y me hacía tan feliz el que haya sido con él. Había superado mis expectativas por completo y cuando me rodeó con sus brazos para hundirme en un abrazo contra su pecho desnudo sólo lo confirmé.Media hora después me sentía realmente bien. Mi cuerpo había recibido mejor de lo que pensaba aquel encuentro y aunque el encendido color de mis mejillas no se marchaba, no había otro cambio notable en mí.Por suerte, Cris no subió a verme y en su lugar fue Emmet quien me llevó la comida a la hora correcta. Sus ojos conectaban con los míos y yo de inmediato sentía un intenso fuego que crecía en mi interior y se derramaba sobre mis muslos internos. Estaba empapada de él. Eso me gustaba.Mi hambre era d
El sudor recorría mi espalda. Estaba mareada pero se trataba de una combinación de mi condición y de la falta de oxígeno que el esfuerzo me causaba. Lo miraba con los ojos entrecerrados mientras mi boca formaba un pequeño círculo. –Vamos, tú puedes– susurró y cerré los ojos aumentando el esfuerzo. Tenía razón. –Diez segundos más, preciosa– avisó y solté el aire con violencia. Frunciendo el ceño mientras mordía mi lengua hasta hacerla sangrar y él acarició mi muslo– Listo, cariño. La actividad física era obligatoria, dos horas diarias, sin duda mis músculos odiaban a Emmet, por suerte era lindo. Al terminar, me daba un baño tibio para relajar mi lastimado cuerpo, no podía negarlo, veía una clara diferencia es mi resistencia a la hora de estar de pie. Parecía que mi cuerpo se estaba poniendo de acuerdo con mi cerebro y aunque no me confiaba demasiado de esa amistad, era algo bastante positivo y me hacía realmente feliz no tener que utilizar tan seguido mi silla de ruedas, por ejemplo