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El señor Clarkson se marchó tras merendar junto a nosotros un pastel de frambuesas que Crisálida horneó sabiamente. Su esposa le había llamado y percibí la indiferencia en la cara de Lía.

–¿Puedo preguntarte algo con el riesgo de sonar entrometido? –le pregunté mientras llevaba un trozo de pastel a su boca. Sus mejillas estaban sonrosadas y aunque era claro que no necesitaba que la alimentara, me complacía mucho hacerlo. Por supuesto que me animé cuando quedamos solos, aún no me atrevía a decirle al hombre que me dio trabajo lo flechado que me sentía hacia su hija.

–Podrías preguntarme lo que quisieras y aún así te lo respondería –respondió con honestidad mientras masticaba y mis ojos se iban a sus labios tintados con los frutos rojos. –Dispara– me animó.

–¿Qué hay con tu mamá?-- Ella arqueó una ceja de forma casi perfecta.

–¿Eh?

–Sí, ¿Por qué ella no… No es cómo tu papá?-- llevé otro trozo de postre a su boca y ella se tomó el tiempo para responder mientras masticaba con calma. Lo
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