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El sudor recorría mi espalda. Estaba mareada pero se trataba de una combinación de mi condición y de la falta de oxígeno que el esfuerzo me causaba. Lo miraba con los ojos entrecerrados mientras mi boca formaba un pequeño círculo.

–Vamos, tú puedes– susurró y cerré los ojos aumentando el esfuerzo. Tenía razón. –Diez segundos más, preciosa– avisó y solté el aire con violencia. Frunciendo el ceño mientras mordía mi lengua hasta hacerla sangrar y él acarició mi muslo– Listo, cariño.

La actividad física era obligatoria, dos horas diarias, sin duda mis músculos odiaban a Emmet, por suerte era lindo.

Al terminar, me daba un baño tibio para relajar mi lastimado cuerpo, no podía negarlo, veía una clara diferencia es mi resistencia a la hora de estar de pie. Parecía que mi cuerpo se estaba poniendo de acuerdo con mi cerebro y aunque no me confiaba demasiado de esa amistad, era algo bastante positivo y me hacía realmente feliz no tener que utilizar tan seguido mi silla de ruedas, por ejemplo
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