No sé mucho de él, pero lo poco que sé es suficiente para que su presencia me atormente día y noche. Es de esos hombres que dejan una huella imborrable con tan solo cruzar la mirada. Tiene ojos azules como el mar, pero no como ese mar tranquilo y sereno que invita al descanso, sino como un océano profundo y misterioso, cargado de tormentas y secretos oscuros que te hacen sentir pequeño, indefenso ante su inmensidad. Sus ojos te hipnotizan, te absorben, y cuando te das cuenta ya es demasiado tarde: estás perdido en ellos, atrapado en su abismo.Su cabello es negro como el cielo en una noche sin luna, una sombra interminable que lo envuelve, dándole ese aire enigmático y peligroso. Cuando el viento lo acaricia, parece una bestia suelta, indomable, que con cada movimiento deja claro que no pertenece a nadie más que a él mismo. Su porte es desafiante, casi arrogante. No hay duda de que lo sabe, de que está consciente del efecto que causa en los demás. Y no se molesta en ocultarlo. Todo lo
Otro día, otra ciudad. Mi vida como contadora de una firma de asesorías financieras es una rutina interminable de números, informes y vuelos que me llevan de una empresa a otra. Hoy, sin embargo, estoy a punto de embarcarme en uno de los destinos que todos en la oficina temen: Makarova Corp. ¿Por qué? Los rumores dicen que es una empresa de pesadilla. Malos tratos, exigencias imposibles, y lo peor de todo, se dice que el dueño es el mismísimo Don Makarova, un nombre que provoca escalofríos solo de oírlo. Algunos dicen que está vinculado a la Bratva, la mafia rusa. Genial.El vuelo está retrasado, y aquí estoy, atrapada en el aeropuerto, aburrida y cansada, con un café que ya se ha enfriado. Miro mi reloj, suspirando por enésima vez, mientras mis pensamientos vagan de un lado a otro. Definitivamente no tengo ganas de lidiar con una mafia, y mucho menos con jefes tiránicos.De repente, lo veo.Está sentado al otro lado de la cafetería, un hombre tan extraordinario que parece haber sido
Me acomodo en el asiento de clase turista, resignada al espacio reducido, las piernas encogidas y el murmullo constante de los pasajeros a mi alrededor. Saco mi libro, tratando de distraerme de lo incómodo que es volar, cuando de repente una azafata se detiene frente a mí. —Señorita Ivanova —dice con una sonrisa educada—, la vamos a mover a primera clase. La miro, desconcertada. —¿Perdón? Creo que se ha confundido. Mi boleto es de clase económica. La azafata, con una expresión tranquila y profesional, revisa su lista y luego vuelve a mirarme. —No, no hay error. Señorita Ivanova, por favor, sígame. No sé qué está pasando, pero con el nombre completo y todo, parece difícil que sea un malentendido. Suspiro, pensando que resistirme no tiene mucho sentido. Recojo mis cosas y la sigo por el pasillo hacia el frente del avión. Los asientos aquí son amplios, lujosos, y una parte de mí no puede evitar emocionarse por el inesperado lujo. La azafata se detiene y señala mi asiento. Y ah
En cuanto la puerta del baño se cierra, el espacio reducido parece empequeñecerse aún más. Alexei no pierde tiempo. Con una firmeza suave pero decisiva, me empuja contra la pared, sus manos en mi cintura, y su cuerpo pegado al mío. Puedo sentir su respiración caliente en mi cuello, y el latido de mi corazón se acelera cuando nuestras miradas se cruzan. No hay palabras. Solo deseo. Sus labios encuentran los míos, primero en un beso lento, saboreando cada segundo, como si estuviéramos probándonos mutuamente. Pero pronto, la intensidad aumenta. Su lengua se desliza dentro de mi boca, y el beso se vuelve más urgente, más demandante. Puedo sentir su cuerpo firme contra el mío, su mano subiendo desde mi cadera hasta mi espalda, trazando una línea de fuego en su camino. Mis dedos se enredan en su cabello, tirando ligeramente mientras nuestras respiraciones se mezclan. El deseo que había estado latente desde el aeropuerto ahora está fuera de control. Alexei es grande, fuerte, y cada mov
El día siguiente amaneció con una mezcla de emociones en mi interior. Después de lo ocurrido con Alexei en el avión, mi mente no lograba concentrarse en el trabajo que tenía por delante, pero el deber me llamaba. Makarova Corp. era mi siguiente destino, una empresa rodeada de rumores y misterio, pero para mí, solo era otro cliente que necesitaba asesoría contable. O al menos, eso creía hasta ese momento. Me preparé con el mismo protocolo de siempre: un traje negro que me hacía sentir profesional y decidida, un poco de maquillaje para darme confianza, y mi computadora portátil bajo el brazo. Mientras me dirigía a la oficina, los murmullos sobre la empresa no me dejaban en paz. Hombres de poder, tratos oscuros y el propio Don Makarova al mando. El nombre resonaba en mi mente como una advertencia. El edificio era imponente, un rascacielos de vidrio que parecía desafiar al cielo. Al entrar, un frío artificial me envolvió y la atmósfera estaba cargada de tensión. Me presentaron a varios
Narrado por Alexei. Me recuesto en mi silla mientras veo cómo Elena sale enfadada de mi oficina. Ese culo... maldición, incluso enojada tiene algo que me enciende. No es solo su cuerpo, es su fuego. ¿Cree que puede irse sin más? Qué adorable. Tomo mi teléfono y marco a Sergei, ese idiota siempre está disponible para hacer mis trabajos sucios. —Dime, Alexei —responde, su tono despreocupado. —Tráela. A la mansión. Hoy mismo. —¿Te refieres a la contadora? —Se ríe—. Me gusta, tiene carácter. —Sergei, hazlo. No la dañes, solo tráela. —Entendido, jefe. Aunque me pregunto, ¿por qué siempre las chicas difíciles? Podrías hacerte la vida más fácil con... no sé, una menos complicada. —Hazlo y cállate, Sergei. Cuelgo el teléfono, mi mente ya enfocada en lo que viene. Esta mujer aún no entiende con quién está lidiando. No soy solo el presidente de una empresa, soy la m*****a ley en este mundo. Y ella... solo es una pieza en mi juego. Eso sí, una pieza interesante, pero nada más. Ya se dar
La luz del amanecer se filtraba por las pesadas cortinas, proyectando sombras alargadas sobre la habitación. Abrí los ojos, desconcertada, mis pensamientos aún dispersos por el sueño inquieto de la noche anterior. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. La habitación era demasiado lujosa para pertenecer a mi vida, pero lo suficientemente opresiva para hacerme sentir atrapada. El colchón blando bajo mi cuerpo, las sábanas de seda y el aire pesado me resultaban ajenos, como si alguien más perteneciera a este lugar, no yo. Alexei. El nombre resonó en mi mente como un eco. Lo recordé poniéndome en la cama, su mirada firme y ese gesto suyo de quitarme el teléfono sin que lo notara hasta que fue demasiado tarde. Él controlaba todo, y yo no tenía nada. Mis dedos se cerraron en un puño, pero el alivio momentáneo de la rabia no me ayudó a encontrar la calma. Me incorporé lentamente, los músculos tensos, escuchando con atención los sonidos de la casa. Todo estaba silencioso. Demasiado
“Jaque mate,” susurré aquella mañana, convencida de que había encontrado mi salida. El ventanal abierto parecía una victoria momentánea, una oportunidad que podría haber aprovechado… si no fuera por la vigilancia constante en la puerta. Alexei Makarova se asegura de que nada se escape de su control, ni siquiera yo. El día transcurrió, y aunque no ha pasado una semana, cada hora se siente como una eternidad. Este no es un encierro cualquiera; es una prisión dorada, diseñada para doblegarme poco a poco. Comida, ropa, joyas, lujos que cualquier mujer podría soñar… pero no soy “cualquier mujer.” Cada plato que me entregan me recuerda que, a pesar de mi resistencia, necesito mantenerme fuerte. Y aunque quisiera rebelarme, el hambre no me deja otra opción. Comer se ha convertido en una estrategia de supervivencia. Desde la primera noche que lo vi, Alexei no ha vuelto a aparecer. No en persona, al menos. Su presencia, sin embargo, está en todos lados. La veo en los vestidos caros que llen