Me acomodo en el asiento de clase turista, resignada al espacio reducido, las piernas encogidas y el murmullo constante de los pasajeros a mi alrededor. Saco mi libro, tratando de distraerme de lo incómodo que es volar, cuando de repente una azafata se detiene frente a mí.
—Señorita Ivanova —dice con una sonrisa educada—, la vamos a mover a primera clase. La miro, desconcertada. —¿Perdón? Creo que se ha confundido. Mi boleto es de clase económica. La azafata, con una expresión tranquila y profesional, revisa su lista y luego vuelve a mirarme. —No, no hay error. Señorita Ivanova, por favor, sígame. No sé qué está pasando, pero con el nombre completo y todo, parece difícil que sea un malentendido. Suspiro, pensando que resistirme no tiene mucho sentido. Recojo mis cosas y la sigo por el pasillo hacia el frente del avión. Los asientos aquí son amplios, lujosos, y una parte de mí no puede evitar emocionarse por el inesperado lujo. La azafata se detiene y señala mi asiento. Y ahí está él. Alexei está sentado en el asiento de al lado, con una sonrisa que lo dice todo. Relajado, con su porte arrogante y seguro de sí mismo, me mira como si hubiera planeado todo esto desde el principio. —Nos volvemos a ver, otra vez —dice, su voz suave y baja, cargada de esa seguridad que me tiene sin defensas. Me siento sin decir nada, tratando de asimilar la situación. Miro a la azafata, quien me sonríe antes de retirarse. Alexei no aparta los ojos de mí, y aunque una parte de mí quiere cuestionar cómo o por qué estoy aquí, otra parte se rinde ante lo inevitable. Ya había sentido el magnetismo entre nosotros en el aeropuerto, y parece que el destino está decidido a empujarnos juntos. —Parece que tienes un toque especial para hacer que las cosas pasen a tu manera —digo, alzando una ceja. —Es una de mis mejores cualidades —responde con un tono juguetón, pero sus ojos dicen algo más profundo—. Cuando quiero algo, lo consigo. Me río suavemente, aunque en el fondo sé que está hablando en serio. Hay algo en él, algo que exuda poder y dominio. No puedo evitar sentirme pequeña a su lado, pero no de manera negativa, sino como si me estuviera desafiando a seguirle el ritmo. —¿Y qué es lo que quieres esta vez? —pregunto, retándolo. —Ahora mismo, disfrutar del vuelo. Y de tu compañía, por supuesto —su tono es encantador, y aunque parece una respuesta inofensiva, la manera en que sus ojos recorren mi rostro y luego bajan por mi cuerpo insinúa mucho más. Nos quedamos en silencio por un momento, hasta que él lo rompe. —¿A qué te dedicas? —pregunta, como si estuviera interesado en una conversación trivial. —Soy contadora —respondo, encogiéndome de hombros—. Trabajo para una firma que asesora a empresas. Él sonríe, como si esa respuesta lo divirtiera de alguna manera. —¿Y te gusta? —A veces sí, a veces no —admito, dándome cuenta de lo aburrida que suena mi vida en comparación con la suya—. Pero no me quejo. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? —Negocios —dice, inclinándose un poco hacia mí—. Tengo algunas inversiones aquí y allá. Su tono es casual, pero la forma en que lo dice deja claro que esos “negocios” probablemente no son del todo legales. Hay un peligro latente en sus palabras, pero eso solo hace que me intrigue más. Es como si fuera consciente de que no necesito más detalles; su presencia lo dice todo. Entonces, sin previo aviso, su mano encuentra mi rodilla, un toque firme pero no invasivo. Mi corazón se acelera, y cuando levanto la vista, él me está mirando con esa sonrisa maliciosa, como si supiera exactamente lo que está haciendo. —¿Siempre eres tan atrevido? —pregunto, tratando de sonar desafiante, aunque el calor en mi rostro lo delata. —Solo cuando sé que puedo serlo —responde, moviendo su mano lentamente hacia arriba, deslizando sus dedos por mi muslo de manera deliberada. El espacio entre nosotros parece desvanecerse. El avión, los otros pasajeros, todo desaparece cuando su mano sigue su camino ascendente. Mi respiración se vuelve irregular, y trato de mantenerme firme, pero es inútil. Alexei es una fuerza imparable, y yo, por más que lo intente, no tengo voluntad para detenerlo. Se inclina hacia mí, sus labios rozando apenas los míos mientras sus dedos siguen trazando círculos en mi muslo. —Dime que me detenga —susurra. Pero no lo hago. En lugar de eso, mis labios buscan los suyos, y el beso es como una chispa que enciende todo. Su boca es suave pero exigente, y cuando lo beso de vuelta, siento como si hubiera cruzado un umbral del que no hay retorno. Su mano sube un poco más, desafiando cualquier límite entre nosotros, y no puedo evitar un gemido ahogado. Antes de darme cuenta, Alexei se separa, pero solo lo suficiente para murmurar contra mi oído. —Ven. Se levanta, y sin mirar atrás, camina hacia el baño. Mi corazón late a mil por hora, y una parte de mí sabe que esto es una locura. Pero la otra parte, la que no escucha la razón, se pone de pie y lo sigue. El baño del avión es pequeño, apenas hay espacio para los dos, pero eso no parece importarle a Alexei. Cierra la puerta y, en cuestión de segundos, me tiene contra la pared, sus labios recorriendo mi cuello, sus manos explorando mi cuerpo con una urgencia que me deja sin aliento. Todo en él es fuego, una pasión incontrolable que me consume por completo.En cuanto la puerta del baño se cierra, el espacio reducido parece empequeñecerse aún más. Alexei no pierde tiempo. Con una firmeza suave pero decisiva, me empuja contra la pared, sus manos en mi cintura, y su cuerpo pegado al mío. Puedo sentir su respiración caliente en mi cuello, y el latido de mi corazón se acelera cuando nuestras miradas se cruzan. No hay palabras. Solo deseo. Sus labios encuentran los míos, primero en un beso lento, saboreando cada segundo, como si estuviéramos probándonos mutuamente. Pero pronto, la intensidad aumenta. Su lengua se desliza dentro de mi boca, y el beso se vuelve más urgente, más demandante. Puedo sentir su cuerpo firme contra el mío, su mano subiendo desde mi cadera hasta mi espalda, trazando una línea de fuego en su camino. Mis dedos se enredan en su cabello, tirando ligeramente mientras nuestras respiraciones se mezclan. El deseo que había estado latente desde el aeropuerto ahora está fuera de control. Alexei es grande, fuerte, y cada mov
El día siguiente amaneció con una mezcla de emociones en mi interior. Después de lo ocurrido con Alexei en el avión, mi mente no lograba concentrarse en el trabajo que tenía por delante, pero el deber me llamaba. Makarova Corp. era mi siguiente destino, una empresa rodeada de rumores y misterio, pero para mí, solo era otro cliente que necesitaba asesoría contable. O al menos, eso creía hasta ese momento. Me preparé con el mismo protocolo de siempre: un traje negro que me hacía sentir profesional y decidida, un poco de maquillaje para darme confianza, y mi computadora portátil bajo el brazo. Mientras me dirigía a la oficina, los murmullos sobre la empresa no me dejaban en paz. Hombres de poder, tratos oscuros y el propio Don Makarova al mando. El nombre resonaba en mi mente como una advertencia. El edificio era imponente, un rascacielos de vidrio que parecía desafiar al cielo. Al entrar, un frío artificial me envolvió y la atmósfera estaba cargada de tensión. Me presentaron a varios
Narrado por Alexei. Me recuesto en mi silla mientras veo cómo Elena sale enfadada de mi oficina. Ese culo... maldición, incluso enojada tiene algo que me enciende. No es solo su cuerpo, es su fuego. ¿Cree que puede irse sin más? Qué adorable. Tomo mi teléfono y marco a Sergei, ese idiota siempre está disponible para hacer mis trabajos sucios. —Dime, Alexei —responde, su tono despreocupado. —Tráela. A la mansión. Hoy mismo. —¿Te refieres a la contadora? —Se ríe—. Me gusta, tiene carácter. —Sergei, hazlo. No la dañes, solo tráela. —Entendido, jefe. Aunque me pregunto, ¿por qué siempre las chicas difíciles? Podrías hacerte la vida más fácil con... no sé, una menos complicada. —Hazlo y cállate, Sergei. Cuelgo el teléfono, mi mente ya enfocada en lo que viene. Esta mujer aún no entiende con quién está lidiando. No soy solo el presidente de una empresa, soy la m*****a ley en este mundo. Y ella... solo es una pieza en mi juego. Eso sí, una pieza interesante, pero nada más. Ya se dar
La luz del amanecer se filtraba por las pesadas cortinas, proyectando sombras alargadas sobre la habitación. Abrí los ojos, desconcertada, mis pensamientos aún dispersos por el sueño inquieto de la noche anterior. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. La habitación era demasiado lujosa para pertenecer a mi vida, pero lo suficientemente opresiva para hacerme sentir atrapada. El colchón blando bajo mi cuerpo, las sábanas de seda y el aire pesado me resultaban ajenos, como si alguien más perteneciera a este lugar, no yo. Alexei. El nombre resonó en mi mente como un eco. Lo recordé poniéndome en la cama, su mirada firme y ese gesto suyo de quitarme el teléfono sin que lo notara hasta que fue demasiado tarde. Él controlaba todo, y yo no tenía nada. Mis dedos se cerraron en un puño, pero el alivio momentáneo de la rabia no me ayudó a encontrar la calma. Me incorporé lentamente, los músculos tensos, escuchando con atención los sonidos de la casa. Todo estaba silencioso. Demasiado
“Jaque mate,” susurré aquella mañana, convencida de que había encontrado mi salida. El ventanal abierto parecía una victoria momentánea, una oportunidad que podría haber aprovechado… si no fuera por la vigilancia constante en la puerta. Alexei Makarova se asegura de que nada se escape de su control, ni siquiera yo. El día transcurrió, y aunque no ha pasado una semana, cada hora se siente como una eternidad. Este no es un encierro cualquiera; es una prisión dorada, diseñada para doblegarme poco a poco. Comida, ropa, joyas, lujos que cualquier mujer podría soñar… pero no soy “cualquier mujer.” Cada plato que me entregan me recuerda que, a pesar de mi resistencia, necesito mantenerme fuerte. Y aunque quisiera rebelarme, el hambre no me deja otra opción. Comer se ha convertido en una estrategia de supervivencia. Desde la primera noche que lo vi, Alexei no ha vuelto a aparecer. No en persona, al menos. Su presencia, sin embargo, está en todos lados. La veo en los vestidos caros que llen
Narrado por Alexei La luz del atardecer se filtraba a través de las grandes ventanas de mi oficina, creando sombras que danzaban en las paredes adornadas con cuadros de arte moderno. Estaba sentado detrás de mi imponente escritorio de caoba, con una copa de brandy en cada mano, disfrutando del momento. Frente a mí, Sergei, mi mejor amigo y mano derecha, hojeaba un contrato con una empresa griega. —Los términos son favorables —comentó Sergei, levantando la vista de los papeles—, pero hay que tener cuidado con los detalles. Los griegos son astutos. Asentí, aunque mi mente divagaba. La conversación sobre negocios pronto dio paso a una charla más personal. —¿Por qué ella? —preguntó Sergei de repente, interrumpiendo mis pensamientos. Sabía a quién se refería, pero no podía resistir la tentación de hacerme el desentendido. —¿Quién? —pregunté, sonriendo burlonamente. —Ya sabes, la contadora. Fruncí el ceño, haciéndome el desinteresado. —Porque fue la que la empresa envió.
El mesero regresó con los platos, y la conversación se interrumpió. Mientras comíamos, la observaba. Cada gesto suyo, cada vez que tomaba el tenedor o apartaba una mecha de cabello de su rostro, era parte de un análisis cuidadoso. Elena era fuerte, eso lo sabía, pero también era predecible. En el fondo, todos lo son. Ella tomó un sorbo de su vino y rompió el silencio primero. —Esto es lo que haces, ¿no? —dijo, su voz baja pero afilada—. Controlar, dirigir, asegurarte de que cada detalle esté bajo tu mando. Incluso hasta lo que como. Sonreí, dejando mi tenedor sobre la mesa. —Control es la clave de todo. Sin control, hay caos. Y si hay algo que detesto, es el caos. —¿Incluso las personas? —preguntó ella, mirándome directamente a los ojos, como si quisiera desafiarme—. ¿Tienes que controlarlas también? —Las personas no son diferentes —respondí sin perder la calma—. Son piezas, movibles, intercambiables. Puedo prever cómo reaccionarán, qué harán, y eso me da ventaja. Elena soltó u
Cuando llegamos a la mansión, Alexei ni siquiera me dio tiempo para pensar. Su mano se cerró alrededor de mi muñeca en cuanto bajé del auto, con esa mezcla de firmeza y control que ya empezaba a reconocer. No dijo nada, pero su mensaje era claro: no tenía opción. —Vamos —murmuró, su voz baja y autoritaria. Lo seguí, tratando de mantener la cabeza alta mientras me guiaba por los pasillos de la mansión. Cada rincón de ese lugar se sentía como una trampa diseñada por él. Era como si las paredes susurraran su nombre, recordándome quién mandaba aquí. Los pasos de Alexei resonaban firmes, calculados, mientras que los míos eran más torpes, intentando mantener el equilibrio sobre los tacones que él había elegido para mí. Subimos las escaleras, y la tensión aumentaba con cada peldaño. Mi mente no paraba de analizar posibles salidas, formas de escabullirme, pero Alexei no me soltaba. Cada vez que me detenía un poco, su agarre se apretaba, como si me recordara silenciosamente que mi lugar n