Narrado por Alexei. Me recuesto en mi silla mientras veo cómo Elena sale enfadada de mi oficina. Ese culo... maldición, incluso enojada tiene algo que me enciende. No es solo su cuerpo, es su fuego. ¿Cree que puede irse sin más? Qué adorable. Tomo mi teléfono y marco a Sergei, ese idiota siempre está disponible para hacer mis trabajos sucios. —Dime, Alexei —responde, su tono despreocupado. —Tráela. A la mansión. Hoy mismo. —¿Te refieres a la contadora? —Se ríe—. Me gusta, tiene carácter. —Sergei, hazlo. No la dañes, solo tráela. —Entendido, jefe. Aunque me pregunto, ¿por qué siempre las chicas difíciles? Podrías hacerte la vida más fácil con... no sé, una menos complicada. —Hazlo y cállate, Sergei. Cuelgo el teléfono, mi mente ya enfocada en lo que viene. Esta mujer aún no entiende con quién está lidiando. No soy solo el presidente de una empresa, soy la m*****a ley en este mundo. Y ella... solo es una pieza en mi juego. Eso sí, una pieza interesante, pero nada más. Ya se dar
La luz del amanecer se filtraba por las pesadas cortinas, proyectando sombras alargadas sobre la habitación. Abrí los ojos, desconcertada, mis pensamientos aún dispersos por el sueño inquieto de la noche anterior. Tardé unos segundos en recordar dónde estaba. La habitación era demasiado lujosa para pertenecer a mi vida, pero lo suficientemente opresiva para hacerme sentir atrapada. El colchón blando bajo mi cuerpo, las sábanas de seda y el aire pesado me resultaban ajenos, como si alguien más perteneciera a este lugar, no yo. Alexei. El nombre resonó en mi mente como un eco. Lo recordé poniéndome en la cama, su mirada firme y ese gesto suyo de quitarme el teléfono sin que lo notara hasta que fue demasiado tarde. Él controlaba todo, y yo no tenía nada. Mis dedos se cerraron en un puño, pero el alivio momentáneo de la rabia no me ayudó a encontrar la calma. Me incorporé lentamente, los músculos tensos, escuchando con atención los sonidos de la casa. Todo estaba silencioso. Demasiado
“Jaque mate,” susurré aquella mañana, convencida de que había encontrado mi salida. El ventanal abierto parecía una victoria momentánea, una oportunidad que podría haber aprovechado… si no fuera por la vigilancia constante en la puerta. Alexei Makarova se asegura de que nada se escape de su control, ni siquiera yo. El día transcurrió, y aunque no ha pasado una semana, cada hora se siente como una eternidad. Este no es un encierro cualquiera; es una prisión dorada, diseñada para doblegarme poco a poco. Comida, ropa, joyas, lujos que cualquier mujer podría soñar… pero no soy “cualquier mujer.” Cada plato que me entregan me recuerda que, a pesar de mi resistencia, necesito mantenerme fuerte. Y aunque quisiera rebelarme, el hambre no me deja otra opción. Comer se ha convertido en una estrategia de supervivencia. Desde la primera noche que lo vi, Alexei no ha vuelto a aparecer. No en persona, al menos. Su presencia, sin embargo, está en todos lados. La veo en los vestidos caros que llen
Narrado por Alexei La luz del atardecer se filtraba a través de las grandes ventanas de mi oficina, creando sombras que danzaban en las paredes adornadas con cuadros de arte moderno. Estaba sentado detrás de mi imponente escritorio de caoba, con una copa de brandy en cada mano, disfrutando del momento. Frente a mí, Sergei, mi mejor amigo y mano derecha, hojeaba un contrato con una empresa griega. —Los términos son favorables —comentó Sergei, levantando la vista de los papeles—, pero hay que tener cuidado con los detalles. Los griegos son astutos. Asentí, aunque mi mente divagaba. La conversación sobre negocios pronto dio paso a una charla más personal. —¿Por qué ella? —preguntó Sergei de repente, interrumpiendo mis pensamientos. Sabía a quién se refería, pero no podía resistir la tentación de hacerme el desentendido. —¿Quién? —pregunté, sonriendo burlonamente. —Ya sabes, la contadora. Fruncí el ceño, haciéndome el desinteresado. —Porque fue la que la empresa envió.
El mesero regresó con los platos, y la conversación se interrumpió. Mientras comíamos, la observaba. Cada gesto suyo, cada vez que tomaba el tenedor o apartaba una mecha de cabello de su rostro, era parte de un análisis cuidadoso. Elena era fuerte, eso lo sabía, pero también era predecible. En el fondo, todos lo son. Ella tomó un sorbo de su vino y rompió el silencio primero. —Esto es lo que haces, ¿no? —dijo, su voz baja pero afilada—. Controlar, dirigir, asegurarte de que cada detalle esté bajo tu mando. Incluso hasta lo que como. Sonreí, dejando mi tenedor sobre la mesa. —Control es la clave de todo. Sin control, hay caos. Y si hay algo que detesto, es el caos. —¿Incluso las personas? —preguntó ella, mirándome directamente a los ojos, como si quisiera desafiarme—. ¿Tienes que controlarlas también? —Las personas no son diferentes —respondí sin perder la calma—. Son piezas, movibles, intercambiables. Puedo prever cómo reaccionarán, qué harán, y eso me da ventaja. Elena soltó u
Cuando llegamos a la mansión, Alexei ni siquiera me dio tiempo para pensar. Su mano se cerró alrededor de mi muñeca en cuanto bajé del auto, con esa mezcla de firmeza y control que ya empezaba a reconocer. No dijo nada, pero su mensaje era claro: no tenía opción. —Vamos —murmuró, su voz baja y autoritaria. Lo seguí, tratando de mantener la cabeza alta mientras me guiaba por los pasillos de la mansión. Cada rincón de ese lugar se sentía como una trampa diseñada por él. Era como si las paredes susurraran su nombre, recordándome quién mandaba aquí. Los pasos de Alexei resonaban firmes, calculados, mientras que los míos eran más torpes, intentando mantener el equilibrio sobre los tacones que él había elegido para mí. Subimos las escaleras, y la tensión aumentaba con cada peldaño. Mi mente no paraba de analizar posibles salidas, formas de escabullirme, pero Alexei no me soltaba. Cada vez que me detenía un poco, su agarre se apretaba, como si me recordara silenciosamente que mi lugar n
No sé mucho de él, pero lo poco que sé es suficiente para que su presencia me atormente día y noche. Es de esos hombres que dejan una huella imborrable con tan solo cruzar la mirada. Tiene ojos azules como el mar, pero no como ese mar tranquilo y sereno que invita al descanso, sino como un océano profundo y misterioso, cargado de tormentas y secretos oscuros que te hacen sentir pequeño, indefenso ante su inmensidad. Sus ojos te hipnotizan, te absorben, y cuando te das cuenta ya es demasiado tarde: estás perdido en ellos, atrapado en su abismo.Su cabello es negro como el cielo en una noche sin luna, una sombra interminable que lo envuelve, dándole ese aire enigmático y peligroso. Cuando el viento lo acaricia, parece una bestia suelta, indomable, que con cada movimiento deja claro que no pertenece a nadie más que a él mismo. Su porte es desafiante, casi arrogante. No hay duda de que lo sabe, de que está consciente del efecto que causa en los demás. Y no se molesta en ocultarlo. Todo lo
Otro día, otra ciudad. Mi vida como contadora de una firma de asesorías financieras es una rutina interminable de números, informes y vuelos que me llevan de una empresa a otra. Hoy, sin embargo, estoy a punto de embarcarme en uno de los destinos que todos en la oficina temen: Makarova Corp. ¿Por qué? Los rumores dicen que es una empresa de pesadilla. Malos tratos, exigencias imposibles, y lo peor de todo, se dice que el dueño es el mismísimo Don Makarova, un nombre que provoca escalofríos solo de oírlo. Algunos dicen que está vinculado a la Bratva, la mafia rusa. Genial.El vuelo está retrasado, y aquí estoy, atrapada en el aeropuerto, aburrida y cansada, con un café que ya se ha enfriado. Miro mi reloj, suspirando por enésima vez, mientras mis pensamientos vagan de un lado a otro. Definitivamente no tengo ganas de lidiar con una mafia, y mucho menos con jefes tiránicos.De repente, lo veo.Está sentado al otro lado de la cafetería, un hombre tan extraordinario que parece haber sido