Aeropuerto

Otro día, otra ciudad. Mi vida como contadora de una firma de asesorías financieras es una rutina interminable de números, informes y vuelos que me llevan de una empresa a otra. Hoy, sin embargo, estoy a punto de embarcarme en uno de los destinos que todos en la oficina temen: Makarova Corp. ¿Por qué? Los rumores dicen que es una empresa de pesadilla. Malos tratos, exigencias imposibles, y lo peor de todo, se dice que el dueño es el mismísimo Don Makarova, un nombre que provoca escalofríos solo de oírlo. Algunos dicen que está vinculado a la Bratva, la mafia rusa. Genial.

El vuelo está retrasado, y aquí estoy, atrapada en el aeropuerto, aburrida y cansada, con un café que ya se ha enfriado. Miro mi reloj, suspirando por enésima vez, mientras mis pensamientos vagan de un lado a otro. Definitivamente no tengo ganas de lidiar con una mafia, y mucho menos con jefes tiránicos.

De repente, lo veo.

Está sentado al otro lado de la cafetería, un hombre tan extraordinario que parece haber sido arrancado de una película. Ojos azul marino, de esos que te atrapan y te hacen olvidar cómo respirar. Su cabello negro cae de manera desordenada, pero impecable a la vez. Está vestido con un traje caro, pero no el típico que llevan los ejecutivos estirados con los que suelo tratar. Este hombre exuda poder y confianza de una manera que nunca antes había visto.

Intento no mirarlo demasiado, pero no puedo evitarlo. Es magnético. Su mandíbula cincelada, los hombros anchos que el traje apenas logra contener, y ese aire peligroso que lo rodea. Mi corazón late más rápido, y no por el café. De repente, nuestros ojos se encuentran. Un segundo. Solo un segundo, pero es suficiente para que me ponga nerviosa. Aparto la vista rápidamente, con el rostro ardiendo. “¿Qué diablos estás haciendo?”, me reprocho.

Intento concentrarme en mi teléfono, fingir que no pasó nada, pero el sonido de una silla moviéndose me hace levantar la mirada. Él está caminando hacia mí. Oh, Dios. Viene hacia mí.

Trago saliva. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Sonreír? ¿Huir? Pero antes de que pueda tomar una decisión, ya está de pie junto a mi mesa, mirándome con una expresión que mezcla curiosidad y... algo más.

—¿Te molesta si me siento? —pregunta, con una sonrisa que debería estar prohibida por ser tan devastadora.

Mi mente está en blanco, así que simplemente asiento. Él toma asiento frente a mí, como si fuera lo más natural del mundo.

—Pareces un poco aburrida —dice mientras me observa con esos ojos hipnóticos—. ¿Vuelo retrasado?

Asiento de nuevo, esta vez encontrando mi voz, aunque está un poco temblorosa.

—Sí, retrasado —respondo, tratando de no parecer demasiado impresionada—. ¿El tuyo también?

—Por desgracia, sí. Aunque si lo pienso bien, quizá no sea tan malo. —Sonríe de lado, y su mirada baja por un segundo, escaneándome de una manera que me hace sentir desnuda.

Trato de mantener la compostura. ¿Este hombre, completamente fuera de mi liga, me está coqueteando? No, tiene que haber una confusión.

—Oh, claro —digo, intentando ser irónica—. Nada como estar atrapado en un aeropuerto abarrotado.

Él se ríe suavemente, y ese sonido me sorprende. Es bajo, casi gutural, y lo siento como un escalofrío en mi piel.

—Bueno, depende de con quién estés atrapado, ¿no crees? —dice mientras se inclina hacia adelante, sus ojos clavados en los míos.

Siento cómo mi respiración se acelera. Estoy nerviosa, pero no de una forma desagradable. De alguna manera, este desconocido me está haciendo sentir cosas que no debería, y no estoy del todo segura de por qué no estoy corriendo en la dirección opuesta.

—¿Y cómo se supone que debería disfrutar mi espera? —pregunto, intentando mantener el control de la conversación, aunque mi voz suena un poco más suave de lo que esperaba.

Su sonrisa se ensancha, pero es diferente esta vez. Más oscura. Más peligrosa.

—Tengo algunas ideas. —Su mano se mueve ligeramente, rozando la mía sobre la mesa, una caricia apenas perceptible que envía una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.

No puedo evitarlo. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Hay algo en él, algo irresistible, casi primitivo, que me atrae de una manera que no puedo explicar. Estamos jugando un juego, uno en el que no sé si quiero ganar o perder.

Él inclina la cabeza ligeramente, observándome como si estuviera esperando algo. Entonces, suavemente, su voz interrumpe el momento.

—Alexei —dice de repente, con esa voz grave y seductora—. Ese es mi nombre. ¿Y el tuyo?

—¿Mi nombre? —Me toma unos segundos reaccionar. Mi mente está tan embotada por su presencia que casi olvido cómo se supone que se responde a algo tan básico—. Soy… Elena.

—Elena —repite, saboreando mi nombre como si estuviera probando una copa de vino exquisito. Suena diferente cuando lo dice él. Más íntimo, más cercano.

—Un placer, Elena —añade con una sonrisa ladeada que me deja sin aire por un momento—. Aunque, creo que el placer apenas está comenzando.

Mi piel se eriza ante sus palabras, y siento cómo una corriente de anticipación recorre todo mi cuerpo. Nos quedamos en silencio por un segundo, la tensión entre nosotros creciendo de manera palpable. Entonces, inesperadamente, su mano roza la mía de nuevo, esta vez con más intención, más contacto. Ese simple toque es suficiente para desencadenar algo en mí.

Mis pensamientos son un caos, y justo cuando estoy a punto de decir algo, de detener esta locura, él se inclina un poco más hacia mí, invadiendo mi espacio personal de una manera que me hace olvidar cualquier razón lógica. Todo lo que puedo pensar es en cómo me siento atrapada en su mirada, en la promesa no dicha que hay detrás de cada palabra, de cada gesto.

No hay más dudas. Decido seguir la corriente. Me levanto de la silla, dispuesta a tomar su mano y dejarme llevar a lo que sea que él tenga en mente.

Y justo en ese momento, la voz del altavoz interrumpe el aire cargado de tensión:

—Atención, pasajeros del vuelo 217 a Moscú, por favor procedan a la puerta 23. El embarque comenzará en cinco minutos.

Es mi vuelo.

Mis ojos se abren de par en par, y la realidad me golpea como un balde de agua fría. Alexei me mira, divertido, pero también con una pizca de frustración.

—Parece que te están llamando, Elena —dice con esa sonrisa de lobo que me hace temblar por dentro.

—Sí, parece que… es mi vuelo. —Mi voz suena lejana, como si no quisiera creerlo.

Por un segundo, considero quedarme. Pero la cordura me golpea a último minuto, y me doy la vuelta, tomando mi bolso.

—Nos veremos pronto —dice Alexei, con una seguridad que me hace dudar de que este sea el último encuentro.

Lo miro una última vez antes de apresurarme hacia la puerta de embarque, con el corazón todavía latiendo a mil por hora.

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