En la clínica estaba Antonio, apoyadas sus caderas al auto, comiendo un helado de paleta. María Victoria lo vio interesada, me detuve frente a él y la miré.
-¿No le darás respiro a Antonio ahora que Nilvia está de luna de miel?
Me miró, tenía una mirada profunda, maquillada parecía mayor.
-Antonio trabaja para mí ahora.
-¡Vaya! ¡Sorpresa! Tienes chofer, quieres restaurante, clínica, casa.
-Sí, quiero todo eso ¿está mal? –Me retaba.
-No, si no te cambia-Miró al frente.-¿te la llevas bien con él?
-¿Con quién? ¿Antonio? Claro, lo conozco desde que soy niña.
-A mí también.
-Me la llevo bien contigo.
Reí y ella rió muy cortico.
-Necesito hacer esto Aníbal.-Me parecía increíble escucharla pronunc
Antonio puso el auto en marcha de inmediato, ahí dejaba uno de mis mejores momentos, aún tenía su fragancia en mis manos, las olí casi enfermiza y rememoré el beso húmedo y exigente de su boca, era exquisito traerlo al presente, como el corazón latía y sudaban mis manos, lo que despertaba en mi pecho y bajaba caliente hasta mi vientre era todo lo que necesitaba para satisfacer mi vida.-¿Cómo te fue Victoria?- Antonio me miraba por el retrovisor, ¿notaría mi estado?-Muy bien Antonio, creo que encontré una que me gusta.-Qué bueno, ¡cómo se portó el doctor?-Se ha portado bien.-La radio sonaba de fondo mientras el carro rodaba.-Llegamos.-Apagó el motor y bajó, luego fue por mí, abrió la puerta y me ofreció la mano.-Tranquila, yo estaré contigo.-Le agradecí con un gesto, frente a m&ia
Cuando abrí los ojos ya estaba claro. Silencio total. No sé a qué hora logré dormirme, sería pasada la media noche. Ella estaba a mi lado de espaldas a mí con el cabello suelto sobre la almohada. Me incliné para verla, aún tenía las mejillas rosadas. Bajé de la cama y la admiré completa, estaba medio cubierta con la sábana y ambas manos reposaban bajo su mejilla izquierda, dormía profundamente. Debía irme, pero no quería despertarla, sin contar que cuando me mirara quedaría sujeto a ella y le haría el amor de nuevo, de sólo considerarlo una extraña sensación lujuriosa me consumía, tenerla había sido una locura, como sí no pudiese razonar y cayera sin poder evitarlo en un estado egoísta donde sólo tenía ojos para mí.Me vestí en silencio y volví a mirarl
-¿Quieres sentarte aquí?¿Te gusta este lugar o prefieres más atrás?-No, está bien, me gusta aquí.El señor Alex entonces arrimó la silla y tomé asiento, él se colocó frente a mí simpático, sus ojos azules eran cálidos, tenía una agradable sonrisa, también era muy atractivo por su contextura, exhibía los brazos fuertes a pesar de haber perdido algo de peso.-¿Estas incomoda por algo?-La reunión, la reunión me mantuvo bajo mucha tensión y luego de ella queda como una resaca.-Si entiendo, arriesgaste mucho, ¿qué quieres comer?-Es temprano, algo dulce me tranquilizaría.Se encargó de ordenar una milhojas y para él un café. Yo mantenía las manos en movimiento, no había sido la reunión, había sido Aníbal, la n
En las pocas reuniones que había tenido con colegas, hablábamos de nuestras esposas los que éramos casados, los solteros pues comentaban de sus novias y entonces los casados aventureros se entusiasmaban y soltaban cuentos de sus encuentros con amantes, varios de ellos llevaban tiempo con la misma, otros sólo las dejaban luego de un par de encuentros. Todo en sus vidas seguía normal, en sus casas con sus esposas ¿cómo lo hacían? No sé. En poco tiempo estaba yo sin esposa y sin amante, con la que quería estar, por la cual sufría una fiebre que contagiaba no sólo mi espíritu sino también el cuerpo, despertaba mi virilidad al máximo y no me dejaba pensar con claridad, estaba ausente y también la hacía sufrir.-Doctor, buenos días.- Doris entró el consultorio con voz mañera.-Buenos días Doris.-Para hoy
Silvana trajo buenas noticias, le gustó la casa al igual que a Antonio así que tomamos la decisión de tenerla. Luego de nuestro encuentro amoroso, Aníbal fue a resolver el problema de mi firma y en menos de una hora la tuve a mi disposición. Discretamente me insinuó que no cancelara todo, la casa no era tan cara así que insistí en hacerlo, del papeleo se ocuparía Hernán, quizás aceptara intervenir en el equipamiento, hablando de Aníbal, su toque pues.Entendía que quería vivir conmigo, a pesar si, de estar casados con otras personas.Me tomé unos minutos a solas y marqué el número de la casa de Aníbal, me arriesgué, sólo esperaba que no atendiera Raquel. Para mi suerte fue la misma Mira quien tomó la llamada y gritar feliz al saber que era yo. Me extrañaba tanto como yo a ella, le conté lo de la casa y lo mucho
Sabía que la perfección no existía, para mí lo era María Victoria. Amanecer perfecto, operación perfecta, grandes esperanzas, pasar las horas deseando ver a alguien que también quiere verte. Desear tener a alguien que también te desea y ser irresponsable con la vida de a ratos.Habíamos quedado en que ella iría por mí pero pasadas las doce no se presentó así que fui a su oficina, a unos seis metros de la mía por el pasillo concurrido de pacientes, doctores y enfermeras, la clínica tenía un nuevo ambiente desde que ella llegara, hasta olía diferente. Tomé la manilla de su puerta y la giré ¡oh tenía seguro! Extraño. Toqué tres veces, lento, no quería parecer ansioso. Segundos después escuché sus tacones, el corazón latía a prisa, quizás podríamos hacer el amo
Desperté en cuanto la luz entró por la ventana. El me mantenía abrazada, el aire del ventilador nos rozaba. Me levanté lentamente, cubrí mi desnudez con una bata y lo miré. Dormía profundamente. Sereno, cómodo. No podía creerlo todavía, estaba por fin conmigo y me amaba como yo a él.Fui a la cocina y preparé su desayuno, tenía pacientes desde temprano, me había admitido en la noche. Le tosté pan e hice café con leche y chocolate, freí huevos y justo entonces apareció, recién bañado, con la misma ropa que el día anterior.-Deberías tener una muda de ropa aquí.-Le dije colocando un tenedor en su plato, él se acercó, besé mi cabello y se sentó.-Esperemos a la otra semana.-¿Por qué? ¿Qué ocurriría la próxima semana?-M
Dormí pésimo. Desperté con un terrible dolor de cuello por la posición de la pequeña cama del consultorio. Un par de veces abrí los ojos en la madrugada preguntándome si ella me extrañaba a su lado, yo lo hacía. Hasta podía imaginarla durmiendo en la distancia, con su boca media abierta, suspirando de vez en cuando para cambiar de posición, sus mejillas rellenitas sonrojadas, el cabello castaño muy claro en la almohada, su olor, sus caderas cerquita de mí donde podía colocar mis manos y atraerla en cucharilla. Visité a mi primer paciente a las siete de la mañana, mientras más rápido me desocupara más rápido iría a su encuentro. Lo que pasaría era incierto pero ya era hora de enfrentarlo. Ella casada, yo casado, no estaba fácil de explicarle eso a su familia, a su padre, ni a Nilvia que era casi tía de Lucy. Me entretu