Luego de un tiempo desperté ante un suave movimiento en mi hombro. El médico forense que me había ayudado se encontraba frente a mí con una vaga y cansada sonrisa en los labios.
—El detective necesita hacerle varias preguntas, Srta. Valencia. ¿Lo recuerda?
Me incorporé en el sillón, de nuevo siendo abrazada por el frío, la soledad y la tristeza.
—Sí, claro. Una disculpa y gracias nuevamente — me levanté de la silla y salí de esa oficina sin esperar respuesta alguna.
Las paredes blancas, silenciosas y extremadamente frías me seguían aprisionando el pecho. Los pies apenas si comprendían para que estaban sobre el suelo. Me dirigí a la recepción de la morgue, donde me encontré dos detectives sentados en las sillas de espera.
—¿Es usted, Natalie Valencia? — preguntó uno de ellos.
—Así es.
—Tome asiento, le haremos un par de preguntas acerca de la muerte de su hermana.
Me senté a una distancia de tres sillas de ellos y empezaron a interrogarme; primero haciendo preguntas muy básicas de mi hermana, sobre nuestro tipo de relación, sus amistades, si tenía pareja, cómo era la relación con sus compañeras de trabajo, los lugares que concurría y entre otras más que respondí en base a lo que siempre noté o me contaba Abigail. No era mucha la información, pues como lo soy yo, ella no era de tener muchas amigas. Las pocas veces que salía a bailar era conmigo y con nuestro único mejor amigo gay; Santiago.
—Estaremos en contacto con usted tan pronto tengamos algún tipo de información, Srta. Valencia — me dijo el detective Johnson—. Recuerde que no puede abandonar la ciudad ni mucho menos el país.
—¿Qué está insinuando, detective? La mujer que desapareció hace tres meses; y que por su ineptitud no encontraron, ahora está muerta — la voz se me desgarró de dolor y el pecho me ardía cada vez más fuerte—. ¿Cómo puede insinuar que tuve algo que ver con la muerte de mi propia hermana?
—Es por seguridad y prevención, más no queremos decir que usted sea la culpable, ¿o sí?
—En lugar de incriminarme, debería encontrar a ese desgraciado inhumano que la asesinó — limpié las lágrimas de mis ojos bruscamente con la manga de mi suéter—. Hasta luego.
Salí de la morgue en busca de un poco de aire. La tarde me golpeó en el rostro y decidí caminar para despejar un poco la mente. Aun no comprendo qué pudo haber pasado y porqué mi hermana tuvo que pasar por todo eso. Tengo cientos de preguntas que se las lleva el viento; lo peor de todo, es que la única persona que podía contar lo que había pasado, era ella; y ya no está.
Cada uno de mis pasos se volvían cada vez más pesados, por lo que me detuve en medio de la calle y dejé salir las lágrimas, sin importar que la gente me viera. No puedo llegar al apartamento y darme cuenta que nunca más la veré. Antes había un pequeño rayo de esperanza, ahora ya no queda absolutamente nada a que aferrarme.
Mi celular empezó en el interior del bolsillo de mi pantalón, pero al pensar de que se trataba de Santiago, no respondí. ¿Qué se supone que le voy a decir? Los tres hemos sido como hermanos, por lo que la noticia lo devastaría por completo. Es un hombre demasiado sensible.
—Srta. Valencia — escuché una voz detrás de mí y me giré hacia ella.
—Doctor...
—Salió de la morgue si firmar la orden para empezar con mi trabajo. La estaba llamando, pero no atendió. Es una suerte que la haya encontrado cerca — me extendió una tablilla verde y firmé donde me señaló.
—Lo siento mucho, doctor.
—¿Se encuentra bien?
—Lo mejor que se puede en estos casos — desvié la mirada.
—Lo siento mucho, pero créame que haré todo lo posible para saber qué fue lo que realmente le sucedió a su hermana.
—Gracias.
—Solo hago mi trabajo.
El silencio nos envolvió por largos segundos. Sentía la tierra tragarme, más cuando me quedaba totalmente quieta en un lugar.
—Bueno — carraspeó—. Debo volver. Tenga un buen resto de noche. Cuídese mucho.
—Gracias e igualmente, doctor — lo vi alejarse a paso rápido.
Retomé el camino a mi apartamento, yendo lentamente sin ganas de llegar a ese hogar que compramos juntas con las ganas de salir adelante. Tan pronto llegué a la casa, fui a su habitación y empecé a buscar algo; no sé qué buscaba con exactitud, pero empecé a buscar entre sus cosas tal y como lo pidió el detective.
Encontré fotos de las dos, otras de ella estando sola y otras con Santiago y su exnovio; Marcus. Lo pensé mucho, pero descarté la idea de que él tuviese algo que ver con su muerte, pues ellos terminaron en buenos términos hace más de cinco años. Es imposible que luego de tanto tiempo separados, él hubiera vuelto para llevarla y luego asesinarla.
—¿Qué fue lo que te pasó realmente, Abi? — esa sonrisa tan deslumbrante que mostraba al mundo, siempre la tendré guardada en lo más recóndito de mi ser como uno de los motivos más grandes que me hacían feliz.
Entre tanto buscar por horas, encontré una caja de madera en el fondo de su armario, cubierta en una tela de color negra. Es muy extraño que mi hermana tuviera esta caja, puesto que nunca en ante la había visto.—¿Qué es esto? — abrí la caja de madera, encontrándome con un pequeño cuaderno y varias fotografías de un hombre y ella—. ¿Quién es él?El hombre de la fotografía se veía mucho más mayor que ella, pero no dejaba de ser atractivo. De cabello negro, ojos marrones, de barba bien cuidada y de facciones muy masculinas. El saco de vestir se veía costoso al igual que el reloj que rodeaba su muñeca que se alcanzaba a reflejar por la manera en que abrazaba a mi hermana. ¿Quién es él? Parecen muy cercanos. Abigail se veía sonriente como de costumbre y sus ojos brillaban.—Así que estabas enamorada de él, ¿eh? ¿Por qué nunca me hablaste de este hombre y su relación? — seguí viendo las otras fotografías hasta que me encontré una foto demasiado intima entre los dos—. Que intensos...No qui
Los últimos días han sido los más difíciles, oscuros y tristes de toda mi vida. Una vez más me veo llorando y destrozada por la ausencia de una de las personas que más amaba en el mundo. Primero a mamá que murió en un accidente de auto desde que era una niña, luego a papá que murió a causa de una enfermedad y ahora mi hermana; la cual le han arrebatado ese único derecho que solo Dios puede dar y quitar cuando él así lo decida.Hace una semana fueron las exequias de mi hermana. Su entierro fue sencillo y no hubo mucha gente acompañando mi dolor. Estuvieron las personas más cercanas a ella y uno que otro compañero de trabajo; entre ellos, su jefe. El jefe de mi hermana; el Sr. Avellaneda se veía muy afectado por la muerte de mi hermana. Puedo decir que, aparte de Santiago, ha sido la única persona que me ha brindado la mano desinteresadamente y se ha preocupado más de la cuenta desde que mi hermana desapareció. Gracias a él es como pudieron encontrarla, aunque haya sido muy tarde.El re
Luego de aquella conversación con el investigador privado, el Sr. Avellaneda me trajo a mi apartamento y lo invité a pasar. En el camino me ha dicho que tiene algo muy importante que decirme, por lo que no está demás escuchar sus palabras. Él verdaderamente se ve muy interesado en saber lo que le ocurrió a mi hermana, más se nota la curiosidad que tiene por conocer más de Royce Ford, el hombre con quién sostuvo una relación pasajera.—¿Gusta algo de tomar? — le ofrezco mientras me quito la chaqueta—. ¿Cerveza? ¿Agua? ¿Café?—Creo que no me caería mal una cerveza.—Perfecto. Ya regreso.Voy a la cocina y saco dos cervezas bien frías de la nevera, luego regreso con él y nos sentamos en la pequeña sala del apartamento.—¿Qué era lo que tenía que decirme, Sra. Avellaneda? — le pregunté directamente.—Dado el caso que Abigail era más que mi asistente, digo, la veía como a una amiga, me gustaría ayudarle a investigar sobre Royce Ford y ese misterioso club. Si ese tal Ford tuvo algo que ver
Observé mi nueva imagen en el espejo, esperando encontrar algún detalle que me haga parecer a Abigail, pero a mí parecer, el cambio en el color y lo largo dele cabello, el de los ojos y aplicándome un maquillaje de tonalidades suaves, pero sensuales me hizo ver muy diferente a lo que éramos las dos. Recordar las tantas veces que nos hicimos pasar por la otra, me sacó una sonrisa triste. Solo nuestros padres nos habían logrado diferenciar la una de la otra, así lleváramos puesta la misma ropa y nos dejáramos el cabello igual.Mi plan de escabullirme en ese club no puede fallar. Si mi hermana concurría el lugar con frecuencia, estaría en graves problemas si llegaran a descubrir mi parecido con ella.Salí de la habitación y me dirigí a la sala a mostrar el resultado a Santiago y al Sr. Avellaneda. Luego de lo que ocurrió la otra noche, las cosas entre los dos se han puesto un poco raras. Mantenemos una agradable relación, pero es súper incómodo cada que las palabras se acaban y nos queda
Para no llamar demasiado la atención, bebí varios tragos y traté de bailar en la pista, aunque fuera sola o con algún tipejo que se me atravesara en el medio. Estar en la mira del bartender me tenía con los nervios a flor de piel. Entre más pasaban los minutos, más me desesperaba por dentro. El tal Wesley Ford no aparecía por ningún lado, y ese hecho me ponía aún más ansiosa.—Vayamos a un lugar más privado, belleza — me susurró el hombre con quién llevaba bailando un rato.—¿Qué lugar? — me hacía la ebria, para no levantar sospechas.—Ya verás, lindura. Te puedo asegurar que la pasáramos muy rico.—De eso no me cabe duda — miré de reojo la segunda planta, en el mismo instante en el que Wesley Ford bajaba por las escaleras de metal—. Pero será en otra ocasión. Por ahora debo irme.—¿A dónde crees que vas, lindura? — se aferró de mi cintura, y suspiré—. Ni creas que la fiesta se ha acabado.—Para mí ya acabó. Si no me suelta...—¿No te haces ni una idea de quién soy? — bajó la mano a m
Regresé a casa con cientos de preguntas rondando mi cabeza y cada segundo más haciéndome suposiciones mucho más fuertes que las anteriores. Santi y el Sr. Avellaneda se encontraban aún en mi apartamento, pero no tenía ganas de hablar con ellos, por lo que les aseguré que nada malo había sucedido y les dije que se fueran a sus casas, aún cuando sabía que ellos habían escuchado toda la conversación con Wesley. Necesito un poco de paz. Quiero desconectarme de todo y no saber de nada por un breve lapso de tiempo. No sé si pueda seguir soportando toda esta situación sin perder los estribos.Cada vez me encuentro más lejos de conocer la verdad. Los días siguen siendo tan oscuros como el primer momento en el que Abigail no regresó a nuestro apartamento. Vivir encerrada en estas cuatro paredes se ha convertido en un verdadero infierno. Su recuerdo quema mi alma de a poco. Su muerte me tiene atada de pies y manos; lo que más deseo es justicia. Eso es lo único que le pido a la vida, pero lastim
Tomé asiento en la diminuta barra que separa la sala de la cocina y me quedé viéndolo preparar el café en completo silencio. Justo como lo recuerdo un poco, su cabello es castaño claro, casi con mechas doradas entre las más oscuras y que caen en desorden en su frente. Es bastante alto y se ve a simple vista que hace ejercicio. Sus ojos en efecto son claros; extremadamente azules. Medio cuello lo tiene cubierto en tinta, mientras la otra parte está libre de ella. Es bastante guapo, eso no se puede negar. La escasa barba de varios días le hace lucir muy bien. Sus labios son...—¿Qué carajos hago mirando sus labios? — murmuré en un hilo de voz.—¿Qué me decías? — ladeó la cabeza, al igual que una escasa sonrisa apareció en sus labios.—Que el café sea bien amargo. Me gusta amargo — carraspee.—Un café bien amargo entonces.—¿Cómo conociste a mi hermana? — quise saber, golpeando mis uñas en la madera de la barra.—La conocí en el club de Royceal igual que a ti.—¿Qué clase de relación te
—¿Vengarte? Verdaderamente crees que me voy a tragar tus mentiras. Tuviste que ver con la muerte de mi hermana y ahora pretendes lavarte las manos y hacer de buen pastor, ¿no es así?—En parte sí tengo muchas culpa, pero nunca he matado a una buena persona — su comentario me provocó escalofríos, más no le demostraré debilidad—. Piénsalo, no tienes que responder nada. De igual manera, si no quieres unirte a mí, lo entenderé. Pero si te voy a exigir que no te cruces en mi camino. He pasado años esperando mi momento, por lo que no planeo detenerme a pensar por nada ni por nadie. Tenerte en medio sería un gran problema. Te dejaré un número donde puedas localizarme. Si cambias de opinión, llámame.—¿Quién demonios te crees para amenazarme? — levanté la voz inconscientemente.—No te estoy amenazando, Natalie. Quiero prevenir más muertes — la seriedad con la que habla estaba por convencerme—. Estoy cansado de vivir una vida que no es mía. He presenciado muertes muy injustas; como la de tu he