El funeral

El gélido cielo de enero me abrazó con su gris melancolía esa mañana, como si reflejara mi estado de ánimo iba a la par con mis emociones. Sentí un escalofrío al mirar a través de la ventana de mi habitación mientras hacía el nudo de mi corbata con manos temblorosas. Me preparaba para el funeral de mi abuela, la mujer que me había enseñado todo lo que sabía sobre los negocios y la vida.

Las palabras de mi padre resonaban en mi cabeza como un eco persistente: «me dijo que te heredaría sus acciones». Sabía las responsabilidades que acarreaba dicha acción, pero estaba preparado para ello. Al menos eso quería creer.

Había compartido con Ericka la revelación que me había hecho mi padre y ella se mostró emocionada ante la idea de ser la pareja de un CEO. A pesar de ello, aún no lograba asimilar el hecho de liderar la cadena hotelera Hamilton, fundada por mi abuelo con esfuerzo y dedicación.

Sin embargo, el día había llegado y hoy sería su funeral. Mi abuela había muerto después de una larga batalla contra la Esclerosis Lateral Amiotrófica, la cual había causado una degeneración irreversible a nivel celular, hasta que su cuerpo no pudo resistirlo más. Ahora, en pocos días me nombrarían el nuevo CEO, y tendría que tomar decisiones importantes para el futuro de la compañía.

Cogí las llaves del auto y me dirigí al cementerio. Tenía la intención de pasar por la casa de mis padres, pero un mensaje de mi madre me informó que ya estaban allí, esperándome.

La ceremonia del funeral fue emotiva, personas desconocidas para mí me daban el pésame y también a mi padre. Mi abuela fue una mujer respetable, antes de su enfermedad siempre se encontraba activa en el negocio familiar, se le conocía como "La dama de hierro". Nunca la había visto como una mujer frágil, tras la muerte de mi abuelo, hacía ya siete años, había seguido adelante y demostraba su temple y firmeza en cada decisión.

Desde pequeño la admiraba profundamente. Sentía su pérdida, pero no era una persona de mostrar mis emociones y menos en público. Me mantuve sereno y estoico durante todo el acto, aunque por dentro me dolía el corazón.

Necesitaba a Ericka, pero una oportunidad en el extranjero se le presentó y su contrato como modelo no le permitió acompañarme. Sabía que era la excusa perfecta para no sentirse obligada a estar conmigo en este momento tan difícil. Ya me había acostumbrado a que no le gustaran los eventos familiares. Solo esperaba que eso cambiara cuando la hiciera mi esposa.

Después del funeral de mi abuela, decido caminar y despejar la mente. Había eludido la invitación de mis padres de ir a su casa. Simplemente quería estar solo.

Estaciono el auto en el centro y camino sin rumbo específico por sus avenidas, sintiendo el aire frío que intentaba colarse por mi traje. Aunque llevaba puesto un sobretodo, sé que no es el momento ideal para un paseo a pie. Las calles no se encontraban tan concurridas como de costumbre, debido al clima. El cielo estaba nublado y amenazaba con llover en cualquier momento.

Busco con la mirada un lugar donde pueda estar tranquilo, no quería compañía pero tampoco iba a quedarme solo en mi apartamento; por un momento me quedo mirando la fachada de un restaurante, me resulta familiar, así que busco en mi memoria tratando de recordar algún indicio. La imagen de una mujer de cabello negro y ojos azules viene a mí, recuerdo haber asistido a la inauguración del restaurante y verla allí. Su belleza me había cautivado desde el primer instante, pero no había tenido la oportunidad de hablar con ella.

Me dirijo rápidamente hacia el área de recepción, viendo la hora en mi reloj, faltaban veinte minutos para la una de la tarde. Una mujer rubia detrás del mostrador me atiende.

— Buenas tardes, bienvenido al restaurante Rasetti, ¿tiene reservación? — pregunta amablemente.

— Buenas tardes señorita. No, no tengo — admito.

Ella me mira con una disculpa dibujada en su rostro.

— Lo siento, no tenemos mesa disponible.

— Está bien. — respondo un poco decepcionado.

Dirijo la mirada hacia el interior del restaurante, a pesar de la hora el lugar estaba concurrido, pero no al tope. El ambiente está matizado en colores neutros, con mesas perfectamente distribuidas y sillas forradas en tonos crema y dorado. Los manteles blancos tienen detalles azules y dorados que completan la armonia. Al fondo había una orquesta pequeña tocando música clásica que amenizaba perfectamente el ambiente.

Seguía paseando la mirada por los alrededores quizás en busca de aquel ángel de ojos azules que no había podido olvidar. ¿Estaría allí? ¿Qué haría si la veía? ¿Me reconocería? ¿Me atrevería a hablarle? Me sentía nervioso e ilusionado al mismo tiempo. Al final desisto al darme cuenta que es casi imposible encontrarla entre tantas personas. 

Me dirijo a la salida, mi mente analiza la situación, buscando una manera de verle nuevamente. El día de la inauguración ella se encontraba del brazo del señor Rasetti, por lo que intuyo que es su hija. Tal vez podría llamarlo y pedirle una cita para hablar de negocios, y así tener una excusa para ir al restaurante otra vez. O tal vez podría esperar a que saliera y seguirla discretamente hasta su casa. O tal vez podría...

Un trueno me sacó de mis pensamientos y me hace mirar al cielo. Entonces comienza a llover.

...

El día de la lectura del testamento había llegado, eran las ocho de la mañana. El abogado nos había citado a las diez. Quería llegar temprano, me sentía ansioso, con los nervios a flor de piel, por la idea de conocer parte del contenido de dicho documento.

Había recibido temprano un mensaje de Ericka expresando su amor y su orgullo hacia mí. Ella me hacía sentir como un adolescente, amaba su locura y el fulgor que emanaba cuando estábamos juntos.

La imagen de aquel ángel de ojos azules vino otra vez a mi mente, provocando un cosquilleo en mi estómago. Había hablado con Ericka de ella, sin darle muchos detalles. Me gustaba verla celosa, pero le había asegurado que solo ella era la mujer de mi vida. Aún así, el recuerdo del ángel me mantenía intrigado.

Nunca antes había sentido algo así por otra mujer, su sola presencia hacía que olvidara el resto de lo que estaba a mí alrededor. Desde el día en que la vi en el restaurante, acudía con frecuencia a mis pensamientos. Necesitaba saber el por qué.

¿Quién era? ¿Qué relación tenía con el señor Rasetti? ¿Qué sentía yo por ella? Eran preguntas que me atormentaban y que no podía responder. Solo sabía que debía verla nuevamente, aunque fuera solo una vez más.

Al llegar a casa de mis padres los abrazo a ambos, especialmente a mi madre. La veo con los ojos rojos y la cara pálida, sé que ha llorado mucho por la muerte de su suegra. Desde el día del funeral, hacía ya tres días, no había venido a visitarlos. Nunca fui bueno con las tristezas, y me gustaba estar solo en días así. Ellos siempre habían respetado eso de mí.

Aprovecho que he llegado una hora antes de lo acordado con el abogado para proponerle a mi padre una conversación privada. Nos dirigimos a su despacho, un lugar amplio y elegante lleno de libros, diplomas y fotos de la familia y los negocios.

— Papá — comienzo una vez que me siento frente a él en un sofá de cuero — hay algo que quiero comentarte antes de la lectura del testamento.

Él me mira con interés y asiente.

— Hace un tiempo — continúo — estaba pensando una idea para los hoteles, sé que tenemos una buena cocina y atención de catering para las habitaciones pero, siento que no es suficiente para algunas personas que se hospedan en nuestros hoteles.

Él me mira atento y me invita a continuar con un gesto de su mano.

— Por lo que, tengo en mente una propuesta para tener un restaurante en cada uno de los hoteles. Un restaurante de calidad, con un menú variado y un ambiente acogedor. Creo que eso nos daría más prestigio y más clientes.

— ¿Ya tienes un restaurante en mente? — pregunta mostrando su interés en mi propuesta.

Asiento con la cabeza. Él junta las manos y me dice:

— Adrien, como te dije aquel día en mi oficina, sé que tu abuela va a heredarte sus acciones, lo que te convierte en el socio mayoritario, por encima de mí.

— Lo sé, pero aun así no quiero pasar por encima de ti padre. Eres mi mentor y mi ejemplo a seguir. Quiero contar con tu opinión y tu apoyo.

Él se levanta de su silla y yo hago lo mismo, me estrecha la mano con fuerza y luego me abraza.

— Nunca he dudado de tu capacidad hijo — me asegura — sé que serás un buen gerente, incluso mejor que yo. Estoy orgulloso de ti.

— Gracias papá, tu confianza es gratificante para mí. 

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