Vecinas y madres.

Habían transcurrido unas horas cuando, inesperadamente, Isabella recibió una notificación de haber recibido un depósito en su cuenta personal y ni siquiera se fijó en el remitente; solo observo la suma depositada y sonrió satisfecha, aunque luego arrugó el entrecejo y frunció los labios prensándolo uno contra otro; gesto de incertidumbre.

—Qué confiado, cómo me hizo el pago antes de la firma— murmuró aún manejada por el asombro que le ha provocado.

Rin, rin, rin. Tres veces repicó el teléfono de la persona a quien llamó y cuando al fin esta aceptó la llamada le dijo:

—Buenos días, señor Stone. Sé que es muy temprano, y una hora inapropiada para que lo esté llamando, pero resulta que no soy de la que duerme tranquila cuando tiene una deuda y no puedo quedarme con su dinero por mucho tiempo, por lo que propongo que vayamos inmediatamente a la filial de la empresa a firmar un contrato.

Hugo, que aún estaba bostezando, abrió los ojos como dos pelotas de fútbol y el sueño que sentía desap
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