Celeste. Me desperté con una jaqueca punzante en cada parte de la cabeza. Cuando iba a moverme, me percaté de que mis manos estaban atadas detrás de mi espalda y sobre el tronco de un árbol. Lo más loco era que ese árbol se adentraba en el interior de una cabaña descuidada y llena de múltiples objetos tirados por el suelo. Escuché que tenían una tetera ruidosa y vi a Samanta preparando café en una cocina improvisada que solo tenía una hornilla. —¿Quieres café? —me preguntó, sin voltear a verme—. Está hecho con granos recién cultivados. Había olvidado que los planté hace meses. —¿Dónde estamos? —Disculpa el desorden. No suelo venir mucho por aquí. Es mi lugar seguro cuando quiero alejarme de todos —expresó, con una sonrisa que me causó escalofríos. ¿Por qué me estaba hablando como si fuéramos las mejores amigas? ¡Esa loca me había secuestrado! —Me tienes amarrada, Samanta —mascullé, de mala gana—. No quiero café. ¿Qué me asegura que no lo has envenenado? Se echó a reír. —¡Bu
Celeste. Salí de la cabaña junto a Nolan y me frené al ver a dos lobos peleando entre ellos. Uno era negro como el carbón, con el pelaje brillante gracias a los rayos del sol. Se trataba de Kael, tenía los ojos llenos de ira. Por otro lado estaba Samanta, una loba de pelaje amarillo y orejas puntiagudas. Lo que más me sorprendía era que podía lanzar hechizos en esa forma, haciéndola más fuerte que una omega común. —¿Cómo demonios nos encontraste? —masculló Samanta. Había otro cuerpo sin vida cerca de ellos, supuse que era otro guerrero como el que lanzaron por la ventana hace un rato. Mi pecho picaba, porque la respiración la tenía a millón. Nolan me acompañaba, y arrugó el entrecejo al ver a su compañero muerto. —No puedo creer que los haya matado ella… —murmuró, cabizbajo. —¡Hay que ayudar a Kael! —Quise correr hacia él, pero Nolan me sostuvo la muñeca para evitarlo. Me obligó a mirarlo. —¡No! —Negó, molesto—. Mira cómo los dejó a ellos. Es imposible que Samanta le gane a K
Celeste. La luna del alfa siempre era vista como una mujer poderosa y sabia, así veía yo a mi madre. Me enamoré de un hombre fuerte y seguro de sí mismo, no tuve que esperar el vínculo de la diosa para saber que él sería mi mate. Iba a convertirme en la próxima luna en el futuro, a mis padres no les importó el poco poder que la diosa me otorgó. Nací siendo una omega, y mi fuerza nunca aumentó. El día de mi boda, llegué al altar sola, porque mi padre no aparecía por ningún lado. Se suponía que sería mi noche, pero terminó convirtiéndose en un completo infierno. —¿Cuánto más va a tardar? —preguntó el oficiante, moviendo el pie con impaciencia. Lo normal era que el novio estuviera en el altar mucho antes que la novia, sin embargo, me pasó al revés. Luther no aparecía, y tampoco vi a mi familia por mucho que buscara entre el público. —Lo siento, tal vez tuvo un pequeño inconveniente —reí con nervios. Dejé el ramo de flores a un lado. Recordé que mi madre salió de mi habitación cua
Celeste. Me desperté somnolienta y con un dolor punzante en el costado de mi torso. Cuando abrí los ojos, tenía varias vendas cubriendo mis heridas y me encontraba en una habitación desconocida. Las paredes eran de un color café puro, casi idéntico al tronco de un árbol. Las sábanas blancas cubrían mi cuerpo y una alfombra adornaba el centro de la habitación.De pronto, escuché voces detrás de la puerta. —¿Qué te he dicho de traer forasteros al pueblo? —cuestionó un hombre, parecía estar regañando a otro. —Estábamos explorando y la encontré gravemente herida. Sabes muy bien que ayudo con mi poder a todo el que puedo, sin importar de qué manada provenga —respondió una voz masculina más juvenil—. Además, llevaba un vestido de novia. Recién me di cuenta de que me cambiaron de ropa. Mis mejillas ardieron porque las únicas voces que escuchaba provenían de dos hombres. ¿Me habrán…?Negué con la cabeza. —Da igual, Damián. Sea mujer o hombre, está prohibido traer desconocidos a esta ma
Celeste. Después de haber superado a los guardias, tuve que esconderme en un armario lleno de productos de limpieza al ver que habían más vigilantes dentro del hogar. Sería difícil encontrar a Kael, y mucho más porque no tenía idea de cuál era su habitación, habiendo tantas… —¿Dónde están los imbéciles que deben cubrir la puerta principal? Son unos idiotas —masculló uno que parecía ser el líder, pues llevaba un traje diferente al de los hombres que engañé. Mi respiración se volvió lenta y pesada, porque apenas tenía visibilidad entre las rendijas del armario. Apreté los labios, nerviosa. —No lo sé, pero esto les va a salir caro —respondió otro. —Cuando regresen, despídelos. Es sumamente importante que nadie entre a este lugar en noches de luna llena —enfatizó la palabra “nadie”—. Es una orden de Kael. —Lo sé, jefe —Hizo una pose tipo militar—. Es la primera vez que pasa algo así. Me aseguraré de corregirlos. —Bien. Mordí mi labio, estuve a punto de romperlo cuando por fin se
Celeste. Después de un largo rato acostados en el suelo y abrazados, Kael por fin se levantó. Estaba sin camisa, mostrando su abdomen marcado y un pecho firme. El pantalón lo tenía rasgado, casi se le notaba el bóxer. Se asomó por la ventana y todavía era de noche, la luna apenas visible iluminó más la habitación. —Esto no debería de estar pasando —habló, cerrando de nuevo las cortinas—. ¿Por qué viniste hasta aquí? ¿Cómo supiste dónde encontrarme? Se cruzó de brazos, apoyando un pie sobre la pared. Mi corazón por fin se tranquilizó al ver que no quería matarme como lo sentí anteriormente. —Necesitaba hablar contigo y no tenía idea de que estarías justo en esta habitación transformado en una bestia salvaje —dije, con ironía—. ¿Qué fue eso? Porque hace un momento querías matarme. Su comportamiento inusual me aterraba. Kael dio unos pasos hacia delante y me extendió su mano, yo seguía sentada en el suelo. La tomé y me ayudó a levantarme. —Toma asiento —ordenó. La habitación est
Kael. Su mirada lo tenía todo: confusión, incredulidad, e incluso una pizca de esperanza en esos oscuros y brillantes ojos café. Esa mujer despertaba algo en mí que no lograba descifrar, tal vez con el tiempo lo haría. —Acepto —respondió, apenada—. Si es la única forma de poder ayudarme, lo haré. Tampoco suena tan mal. Eso era todo lo que necesitaba oír. —Puedes irte. —¿Estarás bien si me voy? ¿No volverás a transformarte? —Frunció el ceño. Su preocupación fue un choque eléctrico para mí—. La luna llena desaparecerá en la mañana. —Quiero comprobar si esto es real —Me crucé de brazos—. Puedes irte. La próxima vez será la prueba definitiva. —¿Vale? Caminó lentamente hacia la puerta, yo seguía con las cadenas de hierro apretando mis muñecas y tobillos como era costumbre. —No le cuentes a nadie sobre esto. Será nuestro pequeño secreto, al menos hasta que comprobemos que tu simple olor puede calmar mi maldición —ordené, viéndola con autoridad. Ella asintió. —Puedes estar tranqu
Celeste. Me terminé de duchar y empecé a vestirme. Kael prometió darme una habitación en su enorme cabaña para no estar tan lejos de él una vez que todos supieran de lo que yo lograba.Mientras tanto, seguía en la pequeña habitación donde empecé. Miré la ropa encima de la cama… Incluso mandó a llenar mi armario porque lo único que tenía era un conjunto prestado y el vestido de novia con el que llegué. Después de ponerme la ropa interior, abrieron la puerta de golpe. Mis mejillas ardieron cuando vi a Kael entrando con una expresión neutral que analizaba todo mi cuerpo semi desnudo.—¡¿Q-qué haces?! —Me cubrí con la toalla otra vez—. ¿No te enseñaron a tocar la puerta? Iba a decir “tus padres” pero me retracté al recordar la historia de su pasado. Apreté la mandíbula con vergüenza, ya que sus ojos no dejaban de verme. —La costumbre —Caminó hasta llegar a la estantería y agarrar un libro. Le echó un ojo—. Te espero. Hoy es tu primer día de entrenamiento. Quise gritarle porque no l