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Esa noche, la atmósfera en la reunión de la manada era tensa. El consejo de ancianos había convocado para la ejecución de Agnes.

Nolan y Alaia estaban allí, rodeados de miembros de la manada que miraban expectantes. La piedra del juicio, fría y solemne, estaba en el centro, y en ella sería sellado el destino de la traidora.

Agnes, llorosa y temblando, fue arrastrada al centro del círculo. Sus ojos desesperados buscaron a Liam, el hombre que una vez había sido su salvación.

Entre sollozos desgarrados, le rogó:

—¡Liam, por favor! ¡Sálvame! No puedes dejarme morir así… ¡Tú prometiste protegerme!

Liam apenas la miró, su expresión era fría y vacía. Ya no veía a Agnes como una persona, sino como un recordatorio de sus errores.

—Ya no eres mi responsabilidad —dijo con voz seca, su tono estaba lleno de indiferencia—. Déjame en paz.

No sentía ni una gota de compasión por Agnes; para él, la mujer que alguna vez lo había seducido y arruinado su vida ahora no era más que un obstáculo que sería
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