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Al día siguiente, en el consultorio de Nolan, Alaia llegó para una visita inesperada. Estaba preocupada por él desde la noche anterior y quería asegurarse de que todo estuviera bien.

Al entrar, lo encontró inclinado sobre su escritorio, con el rostro pálido y ojeroso, claramente afectado.

―Nolan… ―su voz se quebró un poco al verlo tan débil.

Él levantó la mirada, forzando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

―Estoy bien, Alaia. Solo es… cansancio.

―No, no lo estás ―replicó ella, acercándose y sentándose frente a él―. ¿Qué está pasando? Te ves peor cada día.

Nolan suspiró, sabiendo que ya no podía ocultarlo.

―He estado sintiendo… que el tratamiento no está funcionando como esperaba ―admitió finalmente―. Me siento débil, más de lo que debería. Y lo de anoche… fue solo una parte de eso.

Alaia lo observó con el ceño fruncido, había una preocupación profunda en sus ojos.

―¿Por qué no me lo dijiste antes? Podría haber hecho algo, podríamos haber ajustado el tratamiento o investigado más
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