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El corazón de Nolan latía con fuerza mientras la tensión se sentía en el aire. No estaba preparado, no de verdad.

No sabía qué decirle primero, no sabía si pedirle perdón o simplemente dejarla hablar. Pero debía decir algo, cualquier cosa que lo hiciera sentir menos asfixiado.

—Alaia... —comenzó, su voz era apenas un susurro.

Ella lo miró con frialdad, cruzando los brazos sobre el pecho. Estaba claro que no había venido a escuchar excusas de su parte.

Nolan tragó saliva, sintiendo que el nudo en su garganta se hacía más grande.

—Sé que no será fácil escucharme después de todo lo que ha pasado —continuó, con su voz temblando ligeramente—. Pero no puedo dejar que te vayas sin intentar arreglar esto. No después de lo que he descubierto.

Alaia no respondió de inmediato. Mantuvo su mirada fija en él, esperando, como si quisiera que él soltara todas las cartas antes de decidir si valía la pena quedarse.

—Liam... —Nolan apretó los puños, odiando tener que decir el nombre de su herman
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