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Capítulo 92. Una felicidad sin igual. 

Ziola no podía contener la emoción. Le parecía estar viviendo en un sueño, y no era para menos. Ese día, después de tantos años de separación, horas de sufrimiento y de dolor, de extrañarlos, incluso de haberse querido morir por no tenerlos a su lado, los tenía allí, frente a ella a sus tres hijos, grandes, hermosos, después de seis largos años sin verlos. Se cubrió la boca con la mano, como si así pudiera contener la euforia y el caudal de emoción que la embargaba.

Luego sin importarle nada más, se lanzó en el suelo, se arrodilló con los ojos clavados en sus tres hijos, el mayor ya tenía catorce años, el del medio diez y el más pequeño, siete. Sintió que un nudo se formaba en su garganta impidiéndole hablar.

Sus niños eran ya mayores, cuando quedaron con su tía, eran tan pequeños indefensos, y siempre creyó que estuvieron con ella, hasta hacía poco que recibió información que cuando esta se enfermó, se los llevó a su abuela paterna y había sido esta quien los cuidó hasta su muerte
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