Max amaneció con una sonrisa en los labios, sintiendo que, a pesar de todo, la vida le sonreía. Era como si cada día que pasaba su vida se transformara y avanzara junto a Abigail lentamente, pero con firmeza. Ambos estaban sentados en la sala de espera, compartiendo un momento de complicidad, cuando sus miradas se cruzaron llenas de emoción y expectativa.De repente, la secretaria del doctor apareció en la puerta del consultorio.—Señora Abigail, el doctor está listo para atenderla —anunció con una sonrisa.Max tomó la mano de Abigail, sintiendo cómo la emoción crecía en su interior. Juntos, entraron al consultorio, donde el doctor los recibió con una expresión amable.—¡Hola, pareja! —dijo el doctor. —Hoy es un día especial, ¿verdad?Abigail asintió, con el corazón latiéndole con fuerza.—Sí, estamos ansiosos por saber el sexo del bebé.El doctor sonrió y comenzó a realizar la revisión. Después de unos momentos, les miró con una expresión de sorpresa y alegría.—Bueno, tengo una noti
Al caer la noche, Elisa se encuentra con Elliot, un hombre que, a diferencia de Max, siempre ha deseado algo más profundo y serio con ella. Sin embargo, Elisa es una mujer terca y, en el fondo, teme comprometerse. Su corazón anhela el amor, pero se resiste a la idea de una relación formal. Max, por su parte, siempre ha sido un desafío para ella; al principio, parecía inalcanzable, pero su perseverancia la llevó a conquistar su atención y, con el tiempo, su pasión. Elisa es de esas mujeres que no se rinden fácilmente y, aunque ha tenido a Max en su vida, la conexión con Elliot despierta en ella una mezcla de emociones que la confunden. Mientras la noche avanza, las luces de la ciudad brillan como sus pensamientos, y se debate entre el deseo de lo efímero y la posibilidad de un amor verdadero.En el apartamento, la atmósfera se tornaba tensa mientras Elisa y Elliot compartían un momento que solía ser más íntimo, pero que ahora estaba cargado de complicaciones. Elliot, con la mirada fija
Mientras escuchaba las risas y la emoción de su hija, Timothy se sintió envuelto en una mezcla de nostalgia y anhelo. Recordó los días en que él mismo había sido un padre presente, lleno de sueños y aspiraciones para su familia. Sin embargo, las decisiones equivocadas lo habían llevado por un camino oscuro, que había puesto en peligro no solo su vida, sino también la de aquellos a quienes más amaba. Ahora, al ver la luz en los ojos de Abigail y la firmeza en el rostro de Max, comprendió que tenía una segunda oportunidad.—Quiero formar parte de sus vidas —dijo Timothy, con un ligero temblor en la voz. —Quiero ser un abuelo que les cuente historias, que los lleve a jugar al parque y que les enseñe a montar en bicicleta.Abigail lo miró con ternura y Max asintió, reconociendo el profundo deseo de su suegro de enmendarse.—Sabemos que no será fácil, papá , pero estamos aquí para apoyarte. Queremos que estés presente en la vida de nuestros hijos y eso significa que también tienes que cuid
Max no estaba en casa y la curiosidad de Abigail la llevó a explorar el dormitorio de su esposo, un espacio que siempre había considerado privado y sagrado. Con cada paso que daba, el corazón le latía más rápido, como si estuviera cruzando un rincón prohibido. Miró a su alrededor y observó los detalles que normalmente pasaba por alto: la forma en que la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, el olor familiar de su colonia en el aire y el desorden sutil que indicaba que Max había estado allí recientemente. Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fue el armario, una puerta cerrada que parecía guardar secretos. Con un ligero temblor en las manos, decidió abrirlo. Al hacerlo, una prenda oscura cayó al suelo: un pasamontaña. Abigail se agachó rápidamente para recogerlo y, al sostenerlo entre sus dedos, su rostro se transformó en una mezcla de asombro y confusión. ¿Qué hacía Maximiliano con un pasamontaña oculto en su armario? Su mente comenzó a divagar, llenándose de p
Castell hizo una pausa y su mirada se oscureció mientras recordaba el dolor que había sentido en su corazón desde aquel fatídico día.—Mendiola, hay algo que nunca he podido dejar atrás —comenzó, con un ligero temblor en la voz. —Hace algunos años, Francesco Lombardo mató a mi esposa a quemarropa. Ella abrió la puerta de nuestro apartamento y el disparo que estaba destinado para mí la alcanzó a ella. En ese momento, estaba embarazada de gemelos.Mendiola, que ya conocía la historia, sintió una punzada de tristeza al ver el sufrimiento en el rostro de su amigo.—Lo siento, Castell. No hay palabras que puedan aliviar ese dolor.—No, no las hay —respondió Castell, con la mirada perdida en un punto distante. —Es por eso que estoy tan enfrascado en acabar con la organización Lombardo. Les debo esto a la memoria de mi esposa y de mis hijos que nunca llegaron a nacer. Cada día que pasa sin que paguen por lo que hicieron es un día más que me alejo de ellos.Elisa, que seguía escuchando desde
La mañana amanecía agitada para los miembros de la organización Lombardo. Gracias a la astucia y habilidad de Elisa, estaban al tanto de la situación que el detective Castell estaba creando en su contra. Rápidamente hicieron las maletas y decidieron huir a un lugar en Nueva Jersey, lejos del acecho del detective Castell, que seguía sus pasos con sagacidad y firmeza. Una vez que tuvieron todo listo para partir, se metieron en la camioneta. Elisa, con una expresión grave, se dirigió a Max, Elliot y Samuel, quienes estaban allí.—Escuchen —comenzó Elisa, con la voz tensa. —Castell tiene entre ceja y ceja desmantelar y acabar con la organización Lombardo. No podemos quedarnos aquí.Max, con el ceño fruncido, la interrumpió. —¿Qué sabes de Castell?Elisa respiró hondo antes de continuar. —Francesco, tu padre, asesinó a la esposa de Castell, quien estaba embarazada.Max palideció y el horror se reflejó en su rostro. —¿Qué? No sabía nada de eso. ¿Por qué no me lo dijiste antes?Eliiot, que h
Al salir del bullicioso centro comercial, Damon Castell se detuvo un momento para tomar aire fresco. Sacó el teléfono y marcó el número del sargento Mendiola. La llamada fue rápida, pero cargada de emociones.—Mendiola, soy yo. Acabo de conocer a la esposa de Maximiliano Lombardo.—¿En serio? —respondió Mendiola, con un tono de sorpresa. — ¿Y qué tal es?—Es… conmovedora. Está embarazada de gemelos —confesó Damon, sintiendo cómo la nostalgia lo invadía. —Tiene unos ojos azules que me recuerdan a Amy. Es como si estuviera viendo a mi difunta esposa de nuevo.Mendiola suspiró, consciente de la vulnerabilidad de su compañero.—Damon, no te dejes llevar por la emoción. Recuerda por qué estamos aquí. No puedes perder de vista el objetivo.Castell asintió, aunque su mente seguía atrapada en la imagen de Abigail.—Tienes razón, Mendiola. No debo permitir que esto me distraiga. Pero… es difícil no pensar en ella.—Mantente enfocado. Hay mucho en juego —le recordó Mendiola con voz firme.—Lo s
Horas después, al llegar a casa, los pensamientos de Castell comienzan a hacer juicios en su cabeza y descubre que Elisa no es la mujer para él. Se da cuenta de que es muy atrevida y desenfrenada para su gusto, y es todo lo opuesto a su difunta esposa. Luego posiciona sus pensamientos en Abigail, a quien solo vio durante unos minutos, y sostiene que solo un segundo bastó para saber que es un ángel. Y que Maximiliano Lombardo tiene mucha suerte de tener a una mujer como ella a su lado.«¿Qué estoy haciendo?», se pregunta Castell, paseando por su apartamento vacío.Se pregunta a sí mismo: «Elisa es una mujer increíble, pero no es la mujer para mí». Es demasiado fuerte, demasiado independiente. Necesito a alguien más dulce, más tierno, como Abigail.Castell se sienta en el sofá y cierra los ojos, tratando de borrar la imagen de Elisa de su mente y reemplazarla con la de Abigail. Recuerda su dulce sonrisa y sus cálidos ojos azules, y se pregunta cómo sería estar con alguien así.—Lombardo