EPÍLOGO

Diez años después

—Aidan, por favor deja de tirarle del pelo a tu hermana—, le suplico, con la voz tensa mientras bajo las escaleras. Aidan, mi primogénito, intenta arrancar los mechones negros del cuero cabelludo de su hermana gemela Aliyah.

Para los niños de nueve años, la mirada mortal de Aidan ya está perfeccionada cuando su cabello negro cae sobre su rostro y sus ojos esmeralda disparan dagas a Aliyah. —¡Ella me llamó feo, mamá!—, él resopla.

Vuelvo la mirada hacia mi hija y le pongo el pelo oscuro detrás de las orejas. —¿Y por qué haces eso, Aliyah? Sabes que no debes hacer eso—. Sus propios ojos verdes se estrechan hacia su hermano. &m

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