CAPÍTULO 101

La sala de estar es tan hermosa como el resto de la casa, todas telas lujosas y superficies relucientes que hablan de riqueza y gusto. Me dirijo al sofá más cercano, lista para hundirme en sus acogedores cojines, pero antes de que pueda sentarme, Nicolás me levanta en sus brazos y me deposita en su regazo.

—Siempre que estamos juntos, aquí es donde te sientas—, murmura, acomodándome sobre sus muslos, su brazo envolviendo firmemente mi cintura, su mano extendida posesivamente sobre mi vientre.

Una suave sonrisa tira de mis labios, la calidez florece en mi pecho ante su casual muestra de afecto. Si alguien me hubiera dicho hace unos meses que Nicolás sería tan pegajoso, tan abiertamente demostrativo con su amor, me habría reído en su cara. Pero ahora, sintiendo

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