CAPÍTULO 77

Cuando finalmente salgo de la línea de árboles, he logrado recuperar algo parecido a la compostura. Mis ojos todavía están enrojecidos e hinchados; mis mejillas están enrojecidas por la fuerza de mis sollozos angustiados. Pero he reprimido lo peor del dolor, dejando que se convierta en un dolor sordo y punzante que apenas puedo tolerar mientras examino el pequeño campamento.

La primera persona que veo es Nicolás, emergiendo de la boca de la cueva con su habitual intensidad melancólica. Pero no está solo: a su lado hay una figura que nunca pensé que volvería a ver, una que provoca una amplia sonrisa en mi rostro antes de que pueda detenerla.

—¡Eric!— grito; mis pasos se aceleran mientras cruzo la distancia entre nosotros. Antes de que el corpulento licántropo pu

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